CAPÍTULO 5

Regina observa cautelosamente por la abertura de la vieja y empolvada puerta, mientras desliza suavemente sus dedos bajo la negra y sexy falda corta que lleva puesta, rozando el suave encaje de sus bragas. Allí se halla escondida su peligrosa y pequeña pistola con silenciador.

Mira hacia el angosto pasillo que divide las habitaciones de la reducida casa en ruinas, deseando que no aparezca alguien e interrumpa el plan. Un paso en falso y que se prepare para despedirse de este mundo, porque la cacería a Russell Marx no está para nada sencilla. Un hombre, la mano derecha de Russell, aguarda dentro de la habitación y cuenta algunos billetes mientras que se bebe él solo una botella de ron.

—Kevin, Kevin... ¿Qué te dije? —Regina se adentra en el lugar, caminado directamente hacia el asiento del hombre.

Al verla, el regordete hombre se levanta casi tropezando y mareado, ya que se ha pasado de alcohol. Trata de tomar el revólver que se encuentra sobre el escritorio, pero sin darse cuenta, ella ya lo ha tomado con mucha agilidad y se lo enseña esbozando una retorcida sonrisa.

—¿Cómo has llegado aquí, eh gata? —Traga en seco, bastante nervioso.

Kevin se pregunta de todo, su borracha cabeza lo tiene ya confundido y no le permite pensar con claridad.

—Digamos que soy una gata escurridiza y he venido a arañarte. Grr... —Cierra la puerta con seguro, a la vez que sonríe levemente.

Ahora camina con sus sexies movimientos, contoneando las perfectas caderas cada vez que se acerca mucho más al hombre, quien se tambalea menos en su sitio.

—Estás loca... —El hombre escupe con veneno, ganándose una mirada seria por parte de Regina.

—Siempre llamándome como animales... A ver, imbécil... —Le da una patada en la cara, dejando la punta del tacón marcada en su mejilla y provocando que se eche hacia atrás debido al dolor—, siéntate o te juro que te volaré los sesos con un solo disparo, m*****a bola de manteca. ¡Vamos, que no tengo toda la noche hijo de tu grandísima madre!

Grita colérica, mostrando su rancia actitud déspota ante un siseo de Kevin. Él es la mano derecha de Russell, es un inepto que solo hace los favores sucios y que, también en sus ratos libres se dedica a emborracharse como un tonto sin mañana.

—Bien... ¡Lo haré! ¿Qué es lo que quieres? —Se sienta a regañadientes, con la mirada atenta sobre la puerta, esperando que uno de los otros hombres aparezca y le eche una mano.

Regina se guarda el revólver en una de las botas, sin dejar de observar al hombre, quien ahora la mira atento y con una expresión airada. Se acomoda la peluca rubia sobre la cabeza y humedece los labios pintados de un rojo potente. Hace eso para que su verdadero rostro no quede expuesto y se maquilla lo más diferente posible, utilizando herramientas que le proporciona el gobierno.

—¿Qué es lo que quiero?, pues quiero que me digas dónde está Russell, es sencillo, Kevin.

Se encoge de hombros, mostrando una expresión despreocupada, lo que irrita al hombre, porque él no piensa decirle nada.

—¿Y piensas que te lo diré? —Se carcajea ruidosamente, mostrando sus dientes amarillos.

Ella niega.

—No es que lo piense, es que lo harás. ¿Sabes?, me pregunto cómo Russell tiene un empleado como tú. Es que eres un total inepto, te vendrían bien unas temporadas en la cárcel para que aprendas a ser un verdadero macho.

Se acerca a él, toma uno de los cordones de su zapato y después lo ata al otro cordón, bajo la confundida mirada de Kevin, quien observa cómo la mujer lo mira con coquetería.

—Y ahora... —Apunta con el arma hacia su frente con decisión. Él bien sabe que Regina nunca falla—, vas a decirme dónde está el calvo.

Kevin niega con la cabeza, riendo del miedo.

—No le diré nada... Puedes matarme si así lo deseas. —Se encoge de hombros. Aquello lo utiliza creyendo que ella va a desistir y así lo dejará tranquilo esa noche.

Regina cierra los ojos y exhala. Sin añadir algo más, le dispara en el hombro izquierdo, provocando que suelte un terrible grito de dolor.

—¡Eres una...! —Trata de levantarse, pero cae de bruces contra el suelo, gruñendo de una forma que la hace sentir una mala persona.

Regina ríe a carcajadas fingidas, porque en realidad odia hacer cosas como esa. Aunque aquello se lo merece el hombre y mucho más, no le agrada tener que hacer tanto trabajo sucio para cumplir con su misión, con las órdenes que le dan los superiores. Pero no hay momento para sentimentalismos, ¿o sí?

—Vamos, dímelo o te vuelo los sesos. —Lo toma del cabello con despotismo, haciendo que él la mire a los ojos—. ¿Dónde está el maldito Russell? Te doy cinco segundos para responder.

Se levanta y camina hacia la puerta, viendo como Kevin da golpes al suelo sabiéndose atrapado y sin salida, sabiendo que si no le dice lo que ella quiere, va a matarlo allí mismo.

—Maldición, no puedo —susurra con dificultad, tratando de ignorar el terrible ardor y calor en su hombro herido.

—Uno... Dos... Tres... ¿Quieres morir, Kevin?

Levanta el brazo y apunta a la cabeza.

—No... —susurra en un hilillo de voz, exasperando en demasía a Regina.

—Ahora hablas así porque no quieres morir. ¿Te preguntaste acaso cómo se han sentido todas esas niñas que han asesinado todos juntos, todas las mujeres y chicas de las que has abusado con tu grupo de malditos cerdos? Se te olvida que hace unos días me desafiaste al llevarte a esas dos chicas, ¿dónde están, dónde las llevaste? —exhala profundamente, conteniéndose para no volver a herirlo sin obtener respuestas—. Vamos, todavía tienes dos segundos. Bueno, uno y medio ahora. Cinco...

Humedece sus carnosos labios, preparándose para disparar.

—Él está... Está en Los ángeles. —El regordete se arrastra hacia los pies de ella, interrumpiendo un disparo.

¡Bingo! Regina ha obtenido lo que quiere, pero falta algo más.

—¿En qué parte de la ciudad se encuentra y qué hace ahí? —Se agacha un poco, observa atenta a Kevin, a quien parece que se le ha ido la borrachera del susto.

—E-está arreglando los últimos detalles y preparándose para ir a España... junto al nuevo grupo de chicas que va a prostituir, allí también están ellas dos. Es todo lo que sé, ya no hay más... —Respira con dificultad y aprieta los ojos, sintiendo mucho más dolor en todo el brazo y pecho.

«Las va a prostituir. Debo impedir eso...», se repite aquello como si fuera un mantra, mientras asiente satisfecha con la información, aunque ahora preocupada por las chicas y por otras mujeres más que han raptado,

—Gracias por cooperar para el gobierno de los Estados Unidos —le quita el seguro a la puerta y observa al hombre—, pero no puedo dejar cabos sueltos...

Sin que le tiemble la mano, dispara certeramente a la cabeza del tipo, antes de dar la media vuelta y salir de allí hábilmente.

—¡Ahí está! —Uno de los hombres de Russell les avisa a los demás.

Regina corre a través de la oscuridad de la noche, logrando esquivar las balas y pequeñas rocas en el camino y escabullirse entre los árboles que llevan directo al bosque. El lugar del cual acaba de huir, es uno de los pequeños escondites que Russell ha dejado para hacer sus fechorías. Se encuentra en una parte alejada, entre árboles frondosos que aportan oscuridad y viento helado. Corre a toda prisa, va directo a la camioneta que ha dejado aparcada en un camino cercano y sube sin mirar atrás, arranca rápidamente perdiéndose en la oscuridad e informando rápidamente a su grupo investigativo de la NSA...

—Milo, ya llegué... —susurra con la voz cansada mientras cierra la puerta de su departamento tras de sí. El pequeño gato de pelaje gris, maulla cariñoso mientras se frota contra la pierna de Regina—. Estoy sucia cariño, mamá ha tenido que hacer algo que no quería...

Lo aparta de ella con delicadeza y le da un beso en su peluda cabecita, escuchando un ronroneo que la hace sentir en casa, lejos de sus demonios y de su tortuoso "otro yo". Se dirige hacia la ducha con prisa, ni siquiera se quita la ropa, solo deja que el agua pura limpie su cuerpo salpicado de sangre. Trata de dejar su mente en blanco, mas no lo consigue y en un arrebato de ira, se desviste con prisa, tomando el jabón líquido y restregando su cuerpo con ahínco. Odia su trabajo, odia su desdichada vida.

Cuando el largo baño acaba, se pone la bata y toma a su gato entre sus brazos, sintiendo la calidez y amor que le brinda el minino. Pero aquellos gestos de cariño solo consiguen empañar sus lindos ojos avellana, aquellos que limpia tratando de reprimir el llanto que brota de su interior. Observa la comida dar vueltas mientras que se calienta en el horno microondas, recordando las veces que cenaba junto a Kyle, su ex prometido. Recuerda las veces que llegaba destrozada psicológicamente del trabajo y él era feliz arrullándola entre sus brazos, ayudandola a aislar la culpa. Porque sí, aquello que le había contado a Salvatore, es cierto, mas ella no piensa que un psicólogo solucione sus penas y le arregle el corazón destrozado, ese que Kyle despreció al marcharse cuando se hartó porque Regina jamás quedaba en embarazo.

«Él era el hombre perfecto, pero aún no comprendo por qué fue tan egoísta y me dejó así», piensa aquello y esboza una media sonrisa cargada de amargura...

Es su día de descanso. La pobre mujer no durmió muy bien la noche anterior, por eso aún sigue acostada en su mullida cama, con el control del televisor en la mano y cada tanto cambiando de canal. Un rostro en específico llama su atención, así que regresa al canal que pasó antes. «Es él». Sonríe al ver a Salvatore, quien se encuentra respondiendo una entrevista sobre salud mental.

—En televisión luce aún más apuesto, ¿no es así, Milo? —Acaricia la panza del felino.

Viste totalmente de negro, tiene una incipiente barba de color caramelo y su flequillo está peinado hacia atrás. El rubio tiene la presencia de un artista de cine y la inteligencia de un científico, sin embargo, nadie se imagina que detrás de esa máscara agradable, se encuentra un hombre metido en negocios peligrosos, frívolo y ambicioso.

—Espero que encontremos pronto a su hermana y las demás chicas... —suspira, recordando una de las misiones más arriesgadas y desagradables que le ha encomendado su superior.

Todo sacrificio sea por esas niñas, adolescentes y mujeres, por ellas es donde encuentra el valor de hacer todo lo que hace. Ni siquiera en sus tiempos en la milicia vio tanta sangre correr, ni tanta crueldad y enfermedad en la cabeza de las personas.

Regresa de nuevo la mirada al médico, añorando estar a su lado y hacerlo exasperar como tanto disfrutó aquel día en el lago. Pero su ex vuelve a su mente de nuevo, como un fantasma que no la deja ser feliz, ni libre. El pelinegro de sonrisa encantadora y con buen sentido del humor se adueña ahora de sus recuerdos, desdichándola de nuevo como cada mañana que su rostro se dibuja en su mente. Desvía sus pensamientos a Salvatore otra vez, por lo que se levanta y busca en el cajón de una estantería la ficha de información que le entregaron sus subordinados, hace unos días atrás. Acaricia con sus dedos el borde de la hoja que contiene todo lo relacionado con el psicólogo.

—Treinta años, soltero, doctorado en psicología, nacido en estados unidos pero con raíces árabes; dueño de su propio consultorio, reconocido por sus exitosos ensayos en psicología humana, tiene un padre millonario... —lee entre susurros, con una media sonrisa en los labios que no puede contener.

A su parecer, Salvatore es un hombre de admirar, tanto en belleza como en logros. Sin embargo, guarda un misterio y peligro que la atrae, es algo irracional que la empuja a querer saber más de él, saberlo todo aunque esté faltando a las reglas. Salvatore... Susurran sus labios, desviando y trazando un nuevo destino hacia su perdición...

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados