Capítulo 4.

Eva.

Refunfuño y continúo corriendo, no siento las piernas, me queman las pantorrillas y el talón de la bota me está masacrando el pie, seguramente quedaré destruida después de esto. El sol está calentando fuerte sobre mi cabeza, si no fuera por la gorra militar ya estaría completamente derretida.

–¿Cuántas vueltas le faltan, capitán? – grita Eros vigilándome desde la sombra. ¡Maldito sea el momento en que decidí que contarle a Gigi que Aaron no queria sexo en medio de la formación fue una buena idea!

–Ocho, señor – respondo con fuerza, pero la verdad es que por dentro siento que ya no puedo ni con mi alma.

A veces olvido porque demonios fue que decidí meterme en la milicia, es decir lo amo, pero cuando me encuentro con personas como Eros no quisiera hacer más que renunciar, o darle una patada en las bolas con la punta de acero de las botas, cualquiera de las dos opciones está bien por mí.

–¡Mueva el culo, capitán! No tengo todo el día.

Eros se sienta en una de las bancas bajo un toldo de plástico que lo protege del sol, sube los pies y los cruza en un banco frente a la silla, se lleva una botella de agua a la boca, como si el maldito estuviera en la playa y no en medio de un campo de entrenamiento militar. Creo que está disfrutando de verme destruida, de eso estoy segura.

¡Eros Campbell pagará por esto! Él sabe mejor que nadie, que un castigo así es una degradación para alguien con mi rango, aun así aprieto los puños y acelero el paso, no voy a darle el beneplácito de verme fallar, así que esfuerzo mis músculos tanto como puedo, tanto que siento que voy a vomitar, tengo el estomago revuelto y me cuesta respirar con normalidad, pero necesito terminar las cincuenta malditas vueltas. porque después de esto, me espera una conversación con Aaron. más bien una pelea.

–¿Cuántas vueltas, capitán? – pregunta.

–Faltan 1 señor.

–Agregue cinco.

Me detengo en seco cuando llego a donde él está.

–Ya terminé las cincuenta vueltas de mi castigo – jadeo.

–No son suficientes, quiero verla hacer cinco más.

–No – niego con la cabeza y camino debajo del toldo para librarme del sol.

–¿Cómo dijo? – Eros se pone de pie y me mira como a una cucaracha.

–Que ya cumplí con mi castigo, hice cincuenta vueltas y ahora solicito permiso para retirarme Señor– digo sin titubear.

–¿Está desobedeciendo mis órdenes?

–No, yo ya obedecí, ahora me voy.  

–Usted no va para ningún lado, Larsson.

Chasqueo la lengua – ¿coronel, usted de verdad cree que yo voy a hacer lo que me pide únicamente por su rango? Le recuerdo que mi futuro esposo es el mayor del batallón, él no va a permitir que usted se aproveche de su puesto, tiene sus ojos sobre usted, así que, por su bien, le recomiendo que me deje ir y que mantengamos la fiesta en paz.

Intento caminar, pero él me agarra del antebrazo y me lo impide.

–Buenos días, coronel –saludan de forma formal y militar dos soldados que pasan a nuestro lado, sus movimientos son torpes y puedo jurar que a uno de ellos le tiemblan las rodillas. 

–Soldados – es lo único que responde Eros asintiendo con la cabeza. Una mirada del hombre es suficiente para que los pobres soldados salgan prácticamente corriendo.

Eros vuelve a poner su atención en mí una vez que los reclutas se han alejado –Dile a tu prometido, Eva, que se puede ir al infierno – él me tutea y yo me siento extraña, mi nombre en su boca suena como a una ofensa – mientras estes bajo mi cargo, tienes que hacer lo que yo digo, cuando yo lo digo, y por las razones que a mi se me den la gana – él me mira fijamente, sus ojos me atraviesan el alma y yo estoy a punto de desmayarme.

–Aaron me advirtió de ti – le devuelvo la jugada – me dijo que eres un maldito arrogante y resentido con la vida, y lo siento, pero no voy a convertirme en el chivo expiatorio, así que ¡Suéltame! – levanto la voz y me sacudo para que me suelte el brazo.

–¿Aaron te contó porque lo detesto?

–Si – respondo.

Él sonríe de medio lado, un hoyuelo se forma en su mejilla y yo tengo que aguantarme para no chorrear la baba, los hoyuelos de Eros no son como los inocentes del resto del mundo, en él se ven como algo erótico y provocativo.

–Mientes – susurra.

–No estoy mintiendo.

Se acerca a mi y mis fosas nasales se inundan con el aroma de su perfume, el aroma evoca miles de cosas dentro de mi cabeza, la combinación del sol y el aroma masculino me está afectando el cerebro.

– si supieras la verdad, no estarías con él.

–Entonces dímelo tú – lo reto.

–¿Y qué recibo a cambio? – levanta una ceja y se acerca más a mí.

–No sé qué quieres recibir, pero sé que te puedes evitar, y es una patada en las bolas. Evita meterte conmigo, Eros Campbell, no vas a venir a hablarme b**** Ni de Aaron ni mucho menos, asi que jodete y déjame la vida en paz – me alejo de él con la barbilla arriba y el ego intacto, que ni crea que me va a tratar como a una muñeca de trapo.

Doy un par de pasos lejos de Eros, pero en cuanto me enfrento nuevamente al sol siento que pierdo el equilibrio, mi cabeza comienza a dar vueltas, veo borroso y todo a mi alrededor se tambalea, trato de sostenerme de algo, pero antes de darme cuenta mi cuerpo se desvanece.

–¡Eva! – es la voz de Eros que me grita.

Cuando vuelvo a abrir los ojos, ya estoy en los brazos de Eros. sus músculos me sostienen con fuerza y su aroma me invita a quedarme dormida.

–No cierres los ojos, Eva – me pide.

ehhh, qué bien huele él. No voy a poder obedecer, me pesan mucho los párpados.

–¿Qué estás haciendo? – balbuceo con la voz lenta y tonta.

Él me mira, frunce los labios, pero no dice nada.

–Soldado, acérquese – le grita a un chico.

–Si, señor – habla con formalidad.

–Saque las llaves que están en mi bolsillo y abra la puerta de la habitación.

Veo todo como en cámara lenta. Intento mantenerme despierta pero el sonido de las llaves me acribilla la cabeza y la luz del día me hace sentir como una imbécil, no puedo coordinar mi cerebro con mi cuerpo.

La puerta se abre, Eros entra conmigo aun cargada y cierra detrás de él, me deja sobre la cama y se aleja. Cuando regresa trae consigo una cuchara con algo que no quiero saber que es.

–Abre la boca – lo dice como un orden. Yo me siento muy mal como para llevarle la contraria así que simplemente lo observo mientras vierte el contenido dentro de mi boca– déjate esto en la cabeza – me pone un paño con agua fría en la frente – ahora puedes descansar.

¿Acaso me dio un somnífero? Mi cuerpo se siente pesado, ¿Qué es lo que me está pasando?

–Descansa Eva, yo voy a cuidarte, no te preocupes – susurra.

Lo último que veo antes de dormirme son sus ojos azules y su boca roja.

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