Fuimos Felices

—¿Qué rayos te pasa Jake? —Mike me traía de vuelta a la tierra con un fuerte golpe en mi hombro.

—Nada, solo intentaba concentrarme, pero parece que no puedes estar callado nunca —respondí dándole un empujón y él cayó sentado sobre el banco de los vestuarios.

—Eso tienes por nenaza —rebatió Dexter desde el otro costado, entre risas, apuntando a Mike con el dedo.

—¡Ya déjense de tonterías niñas! ¡A entrenar! —El entrenador Spencer cortó los juegos de manos entre nosotros en un grito.

Terminé de cerrar mis tennis y nos dirigimos hacia la cancha de futbol. Luego de una hora de sudar como cerdos dando vueltas en la pista de atletismo y la sesión de ejercicios de abdominales, sentadillas y lagartijas, nos metimos en la cancha cubierta para realizar algunas técnicas de piso. Mi contrincante fue Dex, y me tomó unos pocos segundos inmovilizarlo y terminar la lucha. Corría con ventaja, mi padre me entrenaba desde los 5 años. Y a mis casi 18 años, era un experto en Muay thai y cinturón negro 2do dan en Taekwondo, además de ser el campeón estatal de Lucha con la escuela.

—Buen trabajo Gilbert. Agradécele al Coronel de mi parte. Ojalá todos tuvieran un padre como el tuyo —me felicitó el entrenador. Si le dijera que daría lo que no tengo por cambiar de padre, seguro me daba un buen puñetazo. Estaba orgulloso de él, era un héroe de guerra y no podía ni imaginar las cosas que había vivido en tantos años de servicio, pero me hubiera gustado que no me viera solo como un soldado en preparación, sino como un hijo que también necesita una palabra cariñosa de vez en cuando. Ni modo, era lo que me tocaba.

Me metí en el vestuario y luego a las duchas. Cerré los ojos bajo el chorro de agua, los rasgados ojos grises de Becks me vinieron a la mente y de inmediato sonreí. Pero se veían como esta mañana, tristes. Una punzada de dolor se alojó en mi pecho. Una vez le prometí que jamás la haría sufrir, y ahí estaba, triste por mi culpa. Mi inminente ingreso a la artillería de los Marines de USA, estaba a la vuelta de la esquina, y aunque no quería separarme de ella, por nada, esto era algo que debía hacer, por mí, por mi familia, pero, sobre todo, por mi padre. Para que, de una vez por todas, se sintiera orgulloso de mí.

Sacudí la cabeza tratando de alejar los pensamientos, saber que en unos meses me iría, vaya a saber por cuánto tiempo, me llenaba de ansiedad. ¿Becks me esperaría? ¿Y si conocía a alguien más? ¿Y si la perdía para siempre? ¿Podría vivir sin ella? ¿Y ella sin mí? Eso era lo que más me asustaba, que ella pudiera vivir sin mí y me olvidara. Saber que Becks me estaría esperando al regreso, era lo único que me impedía perder la poca cordura que me quedaba.

—Mañana hay fiesta en casa —soltó Dexter mientras nos cambiábamos.

—Allí estaré —contestó Mike de inmediato, ansioso por poder ligar con alguna chica.

—Le diré a Becks, pero supongo que también iremos.

—Genial. A las nueve.

—De acuerdo, hasta mañana —me despedí de ellos y me fui en busca de mi novia. Cuando llegué al teatro escolar, aún estaban ensayando para la nueva obra de Navidad. Me senté en una de las butacas del fondo para poder verla tranquilo. Estaba vestida como esta mañana, un vaquero gastado, zapatillas negras y una camiseta azul que resaltaba su rubio cabello, que caía en ondas por sus hombros. Sus ojos cambiaban con el tiempo y la luz, desde esta distancia parecían más azules que de costumbre. Su camiseta de mangas largas se ajustaba a su fina figura, remarcando sus redondeados y pequeños pechos al igual que su pequeña cintura. El vaquero marcaba sus torneadas piernas y su trasero regordete en forma de corazón. La garganta se me secó solo de verla. Cerré los ojos, dibujé cada una de sus pecas mentalmente y repasé sus carnosos y sensuales labios. Me removí en el asiento, inquieto ante la dirección que tomaban mis pensamientos, la deseaba… mucho, pero le había prometido darle el tiempo necesario y no apurar las cosas entre nosotros, de todas maneras, la amaba con locura y la esperaría cuanto ella quisiera.

Una suave caricia se asentó en mi mejilla y sus dulces labios se cerraron en torno a los míos, no abrí los ojos, instintivamente enredé mis dedos en su sedoso pelo y la acerqué más a mí. Tiré de su cintura y la senté sobre mis piernas profundizando nuestro beso, absolutamente llevado por la pasión y el deseo que ella despertaba en mí.

—Hmmm esas demostraciones públicas acabarán conmigo —dijo entre risas cuando se alejó de mi boca.

—Hola muñeca. ¿Lista para irnos?

—Lista. ¿Qué tal el entrenamiento?

—Normal, le di una paliza a Dex.

—Ese es mi chico —respondió orgullosa.

—El sábado hay fiesta en su casa. ¿Quieres ir?

—Me comentó Cristal. Por mí no hay problema amor.

—¿Crees que tu madre te dejará?

—Si le digo que voy contigo, seguro. Sabes que te adora.

—Bien, a la tarde le prometí a Candice que la llevaría al centro comercial. ¿Me acompañas? Quizás podríamos llevar a Kim también.

—Es una buena idea. ¿Pasas por mí?

—Claro, como a las 3.00 p.m.

—Te estaré esperando —nos despedimos con un profundo beso y me fui a casa, luego de dejarla en la suya.

Antes de abrir la puerta, recé porque mi padre no estuviera en ella, no tenía ganas de aguantar un sermón.

—Hola mamá —dije mientras le daba un beso en la mejilla, estaba hablando por teléfono con alguien—. Hola enana —despeiné su corta cabellera castaña, Candice era igual a mi madre, yo me parecía a mi padre.

—Hola grandote. ¿Cómo estás?

—Bien ¿Y tú? —mi pequeña hermana estaba merendando en la isla de la cocina, devoraba un muffin acompañado de un vaso de leche, y me uní a ella. Tomé un vaso de la encimera, me serví un poco de leche y la mezclé con chocolate; me devoré un panecillo en cuestión de segundos.

—Recuerda que prometiste llevarme al centro comercial mañana.

—Lo recuerdo enana, Becks y Kim irán con nosotros.

—Bien, hace mucho que no las veo. ¿Podrás con las tres?

—Cosa de nada. Tú tranquila. ¿Papá?

—Está en el club.

—Bien, algo de tranquilidad.

—No seas malo Jake —tres panecillos después subí a mi habitación.

Tiré mi mochila por ahí y me quité la chaqueta del equipo. Encendí el estéreo y Linkin Park con Numb sonó a todo volumen. Me tiré en la cama boca arriba y puse mis manos debajo de mi cabeza. Pero rápidamente los pensamientos se arremolinaron en mi mente. No quería pensar en nada. Así que desistí, me senté en el escritorio y encendí el ordenador. Busqué en YouTube algunos videos de MMA (Artes marciales mixtas) amaba luchar, sino me fuera al ejército, me convertiría en un luchador profesional del UFC. Pero ni modo. Mi destino estaba escrito desde antes de nacer.

—Ningún hijo mío deshonrará el apellido Gilbert —había dicho mi padre cuando le propuse no entrar en el cuerpo de Marines y dedicarme a ser un luchador profesional.

Sus palabras retumbaban en mi cabeza una y otra vez.

Las distintas peleas me entretuvieron por un buen rato, hasta que la enana vino a buscarme para cenar. Bajamos las escaleras corriendo, en una especie de competencia. Me detuve justo antes de llegar al comedor. Respiré hondo unas cuantas veces y entré.

—¿Otra vez portándose como niños? —reclamó mi padre cuando notó que estábamos agitados.

—Soy una niña, por si no lo recuerdas —rebatió mi hermanita.

—Sí, una bastante insolente —respondió mi madre, sumándose a su marido.

—Lo siento —me disculpé mientras me acomodaba en el lado derecho de la mesa.

Por supuesto la cena se centró en la inminente partida. Mi padre me dio directivas de cómo debía comportarme una vez que ingresara en la infantería y de lo que se esperaba de mí. La comida me cayó fatal, lo último que quería era hablar acerca de eso. Cuando terminamos de cenar, me disculpé y volví a mi habitación. Dieron las 10.00 p.m. y lo único que quería hacer era tener en mis brazos a mi hermosa muñeca de porcelana. Me puse la chaqueta del equipo, tomé mi teléfono de la mesa y bajé en un segundo a la sala. Mi padre estaba en su despacho y mi madre ojeaba una revista en el salón. Me escabullí sin hacer un solo ruido. Y cuando llegué a la cerca de enfrente corrí como un loco las cuatro manzanas que separaban mi casa de la de Becks. La luz del porche estaba apagada y no se veía nada hacia dentro. «Ni modo, toca escalar», me animé a mí mismo, lo había hecho muchas veces. Trepé el árbol que daba a su dormitorio y de un salto aterricé en su techo, me agarré del caño del desagüe y abrí lentamente la ventana. La luz estaba apagada y todo en silencio. El resplandor que entraba por el vidrio me dejó ver que Becks estaba acostada y tapada hasta la nariz, como siempre que hacía frío. Me acerqué sigilosamente y pude notar que llevaba los cascos puestos, no quería asustarla, así que acaricié suavemente su cabello y ella se removió, abrió los ojos perezosamente y cuando su mirada se fijó en mí, sonrió complacida. Se quitó los cascos y extendió su mano hasta mi rostro, comprobando que no estaba soñando.

—¿Qué haces aquí amor? —su voz sonaba ronca por el sueño.

—Shhh, vuelve a dormir, solo necesitaba verte un segundo.

—No hay trato. Ven aquí conmigo —se apartó y me dejó un espacio en su cama, levantó el edredón, yo me quité las zapatillas y la chaqueta y me metí junto a ella. De inmediato pude sentir el calor de su cuerpo contra el mío. Esa hermosa sensación de tenerla cerca que tanto anhelaba. Pasé mi brazo por debajo de su cabeza y ella se recostó sobre él y apoyó su cara sobre mi pecho, pasó una de sus piernas encima de las mías. Respiré hondo, absolutamente complacido de sentirla tan cerca, tan mía. Casi sin pensarlo comencé a peinar su suave cabello en un mimo, hundí mi nariz en él y su aroma me inundó. Ella dibujaba formas con sus finos dedos sobre la tela de mi sweater, delineando mis pectorales.

—Me encanta tenerte aquí.

—Estaría así toda la vida Becks. Eres todo lo que necesito para ser feliz —giró su rostro y noté que sus ojos estaban llorosos y su labio inferior temblaba.

—Sabes que no soporto verte llorar Rebecca —acaricié su rostro y delineé sus labios con mi dedo pulgar. Lentamente acerqué mi boca a la suya y me detuve a escasos centímetros de sus labios. Ella sonrió y cerró la distancia entre nosotros, besándome con posesión. La mano que acariciaba su pelo, apretó su nuca y la pegué más a mi cuerpo. Y con mi otra mano comencé a acariciar su espalda, arriba y abajo por encima de su pijama. Su mano se aferró a la tela de mi sweater y sollozó en mi boca. Me partió el alma sentir su angustia y la estrujé con fuerza sobre mí. Pero mi cuerpo me jugó una mala pasada, pensando por sí mismo. Y sentir sus pechos encima de los míos, hizo que mi entrepierna cobrara vida propia. Mis manos, inquietas buscaron su piel, y su ropa me pareció un océano de distancia entre nosotros. Metí mi mano por debajo de su pijama y pude disfrutar de la suavidad de su nívea y cálida piel. Sus dedos se enredaron en mi pelo, jadeó en mi boca. Absolutamente preso de mis hormonas me subí encima suyo, con la precaución de no apoyar mi peso encima de su cuerpo, me apoyé sobre mis antebrazos y los coloqué al costado de su cabeza. Me separé unos centímetros de su boca y la miré fascinado. Abrió sus maravillosos y cautivantes ojos, esta vez estaban de un gris muy oscuro, producto de la excitación y el deseo.

—Te amo más que a nada en el mundo Becks —dije entre susurros. Ella abrió sus piernas para alojarme entre ellas, y sus manos apresaron mi cabello, me volvió a acercar a su boca y me besó con pasión. Froté mi erección, que estaba a punto de explotar, contra el pantalón de su pijama y ambos jadeamos a la vez. Una de mis manos viajó de inmediato a su pecho y se apoderó de él. Comencé a masajear su redondeado seno y noté cómo sus pezones se endurecían. Se me hizo agua en la boca y sin pensarlo levanté su blusa y bajé su sostén, la visión de sus rosados pezones me incendió y sin demora me llevé a la boca uno de ellos, lamiéndolo con delicadeza. Entonces la escuché gemir y mi cuerpo se tensó encima del suyo. Mi pelvis comenzó a moverse y ella acompañó los movimientos con su cadera, buscando también un poco de alivio.

—Te deseo Jake. Hazme tuya amor —admitió en un jadeo.

—Oh muñeca, vas a volverme loco y no podré parar.

—No quiero que lo hagas. Quiero ser tuya, solo tuya, para siempre…

—Aquí no Becks. La primera vez que estemos juntos no será así. Quiero disfrutarte por completo.

—Por favor. No aguanto más… —su súplica derrotó mi voluntad, y quise complacerla de alguna manera. Mi mano buscó el elástico de sus bragas y metí mis dedos lentamente por debajo de éstas hasta llegar a la humedad de su entrepierna. Estuve a punto de venirme de solo sentir lo mojada que estaba para mí, pero me contuve. La acaricié lentamente a través de todo su sexo para luego dedicarme por completo a su centro de placer. Ella se curvó y despegó la espalda del colchón, ahogué su gemido en mi boca. La acaricié incansablemente hasta que su clímax llegó. Y se deshizo en mis manos. Su cuerpo se tensó por completo y su respiración se cortó, para luego dejarse ir. Bebí sus jadeos y fue el regalo más maravilloso del mundo.

—Oh Jake… —dijo cuando los temblores de su cuerpo cesaron.

—Te amo muñeca.

—Yo más a ti grandote.

Cuando se volvió a dormir, me levanté sin hacer ruido y volví a casa.

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