Capítulo 2

Jarol pasó un trago duro cuando vio que su hijo entró a su oficina, y su secretaria corrió detrás de él suplicándole con la mirada, que la disculpara por la interrupción.

Con sus ojos le pidió que se retirara y ella cerró la puerta pausadamente dejándolo solo con él.

—Andrew —el hombre mayor se levantó del puesto ajustando su corbata—. No te esperaba.

Amaba como su hijo se veía por fuera, un hombre derecho, excelente médico, muy formal; pero odiaba con todas sus fuerzas en cómo estaba por dentro.

—¿Seguro? —preguntó Andrew caminando alrededor de la mesa.

—Hace unos días te esperamos para la cena… nunca apareciste, y tu madre está preocupada.

—No soy un niño, y tampoco el mismo que ustedes quieren controlar, ¡entiéndanlo de una buena vez!

El hombre se quedó en silencio y le enseñó el sillón para que se sentara, pero por su mirada supo que estaba perdiendo el tiempo pidiéndole cualquier cosa.

—De repente… una chica llega a mi casa, diciendo que se equivocó de dirección… por supuesto una nada decente, casi mostrando su alma, y pidiéndome ayuda a los segundos después… ¿Te suena eso, algo familiar?

Jarol suspiró hondo y fijó la mirada en Andrew. Otra oportunidad que había perdido, esa agencia era una m****a, y la descartaría para siempre. Tendría que pensar en otra cosa.

—No sé de lo que hablas, tal vez debas reforzar la seguridad de tu residencia.

Todas las cosas de su escritorio salieron de golpe porque Andrew las tiró. Se levantó rápido de su puesto y abrió los ojos al ver la cara roja e iracunda de su hijo.

—¡Te lo digo por última vez, papá! ¡Déjame en paz!, no me acuesto con prostitutas, ¡no soy como tú!

—Andrew… —el hombre se acercó, pero su hijo le asomó la mano para detenerlo.

—No…

—Estoy cansado de esto hijo, estoy preocupado por ti…

Andrew sonrió cínicamente y deslizó la mirada hacia su padre.

—Preocúpate por mamá, y en no ponerle amantes cada semana —acercándose nuevamente a su escritorio habló muy bajo—. Deja mi jodida vida en paz.

*

Natali llegó al piso que le indicaron, y arreglando su ropa caminó hacia un amplio salón donde había una mujer un poco nerviosa, hablando por teléfono.

Antes de seguir caminando se giró y observó en esa pared de vidrio, que toda su indumentaria estuviera perfecta, y su cabello y el maquillaje que elaboró, la ayudara un poco en.

Había comprado este jean y una blusa presentable, hace un tiempo de una tienda. Sus botas de cuero, pero elegantes, las había dejado para una ocasión especial y solo esperaba que esta fuese esa ocasión.

Con el corazón taladrando en su pecho apretó sus labios esperando que nadie supiera que estaba estrenando esta ropa y que se sentía muy creída por el hecho. Así que colocándose frente a esa mujer que hablaba en susurro, carraspeó a su espalda para llamar su atención.

—Disculpe —dio unos toques con los dedos en los hombros de ella y vio cómo se apartó enseguida colgando el teléfono.

La mujer frunció el ceño arreglando su chaqueta y observándola sin tacto.

—¿Sí?, ¿en qué puedo ayudarla, señorita?

Natali ofreció una sonrisa colocándose lo más erguida posible.

—Tengo una cita con el señor White…

La mujer pareció más confundida rodeando la mesa grande de su oficina, para luego revisar su libreta.

—¿Me da su nombre?

—Natali… Simmons —la vio ojear la agenda y rápidamente agregó—. Creo que no es una cita formal… verá, el señor Shan fue el que me dijo que estuviera aquí y…

Pero un portazo que la inquietó, la detuvo, incluso todo el edificio se estremeció con ese sonido.

Amabas mujeres giraron en la dirección del golpe, y Natali pudo observar al hombre que ahora mismo estaba saliendo de esa puerta.

Por un momento se sintió sumida en un instante, como si el tiempo se hubiese detenido cuando ese hombre de cabello rubio solo la ojeó por una pausa.

Era alto, muy atlético, pero con una mirada como la m****a. Sus ojos intensos solo se apretaron y sus cejas se unieron en un ceño cuando ella no apartó los ojos de él, y arrastrándola tanto a ella como a la secretaria, siguió su camino sin disculparse por el hecho de haber tirado la puerta como lo hizo.

Un escalofrío recorrió su cuerpo entero al golpearse con la energía que emanaba, cualquiera diría por su rostro, que estaba muy enojado con la vida, y por sus expresiones supo que la rabia era su amiga íntima desde que se levantaba de la cama.

«¡Vaya hombre!», dijo en su mente un poco aturdida.

El silencio gobernó el pasillo hasta que lo vio desaparecer. El ascensor estaba listo para él, y ella solo pudo negar al pensar que el mundo era realmente loco. Para él si estaban las cosas listas.

A ella se le pasaba el autobús, se le rasgaban las medias, vivía de accidente en accidente y la felicidad había sido repartida para cuando ella ya había nacido.

Soltó un suspiro largo y se giró nuevamente hacia la secretaria dando una sonrisa de oreja a oreja, volviendo a concentrarse en el propósito de su venida a este lugar.

—¿En qué íbamos? ¡Ah sí!, en mi cita… tengo una cita con el señor White…

—Señorita… usted no tiene una cita.

A Natali se le borró la sonrisa mostrando una cara de preocupación cuando la mujer se puso seria.

—Le digo la verdad, si desea, vaya y pregúntele a su jefe, dígale que soy la chica que envió el señor Shan, y que…

En el momento, nuevamente fueron interrumpidas porque Jarol White estaba saliendo de su oficina.

—Leila, me iré… deja todo lo que está pendiente para el lunes… —anunció este.

—Sí señor…

«No, no», pensó Natali agitada, y sin pedir permiso, se adelantó para ponerse frente a ese hombre.

—¡Señor!, usted pidió que viniera aquí, ¡por favor!

Jarol se detuvo a mitad de camino. Lentamente observó de pies a cabeza a la chica que hizo que él se detuviera, y luego miró su mano puesta en su brazo. Ella retiró rápidamente su toque, y enseguida la escaneó.

Era una chica sencilla, pero muy fresca, y muy, muy bonita.

—¿Yo le pedí? —él se giró solo un poco y gritó—. ¡Leila!

—Si señor… —la mujer llegó a su lado para posicionar los ojos en Natali—. Le he dicho a la señorita Simmons, que ella no tiene una cita, pero parece que…

—¡Le he dicho que he venido por el señor Shan! —Nat se excusó colocándose roja por la pena—. Él dijo que usted me atendería por la tarde…

Jarol frunció el ceño recordando la llamada que le hizo a Shan, y que en último momento aceptó ayudarlo con un trabajo para alguien a quien había mencionado. Él no supo por qué, pero cuando la observó nuevamente, un montón de ideas se le vinieron a la cabeza, como también recordó cuando Shan le dijo que la chica estudiaba medicina.

Arregló su chaqueta carraspeando y cambiando de aptitud, cuando giró la vista hacia Leila.

—Regresaré a la oficina… y que nadie me interrumpa —la mujer asintió un poco extrañada y él le hizo una venía a Natali para que lo siguiera.

Ella aún no podía creer que todo estaba siendo real. Sentía el cuerpo agotado de los nervios y solo pudo tomar el aire, mientras asomó otra sonrisa que la ayudara a ocultar su miedo.

Cuando llegaron a la oficina, Nat se quedó de pie, entre tanto vio como Jarol se quitó la chaqueta y la puso en su sillón. Por alguna extraña razón el hombre parecía tenso, y en cuanto dejó su chaqueta y se sentó, le envió una sonrisa que le provocó escalofrío.

—Puedes sentarte —le ofreció con la mano con toda la amabilidad.

Teniendo la duda dentro de su mente, solo pudo llegar a la conclusión de que este hombre tenía buenas relaciones con el señor Shan, quizás le debía algunos favores, y por ese motivo estaba tan atento ahora con ella.

Una vez que tomó asiento, Natali apretó sus manos e intentó mostrar una cara alegre para ese hombre.

—¿Quieres algo de tomar?, ¿Tal vez, café?, tenemos uno de los mejores…

—Claro… —aceptó.

El hombre tomó el teléfono y ordenó a su secretaria un café muy cargado y otro con vainilla a petición de Natali, y luego colgó.

—Bien… ¿Cómo es tu nombre?

—Natali Simmons, señor.

—Un bonito nombre —Nat asintió y luego se escucharon unos pequeños toques en la puerta, para que la secretaria de Jarol entrara con la bandeja.

—Leila… no me pases llamadas. Después de esta reunión me iré a casa, ¿de acuerdo?

—Sí señor…

Después de que quedaron solos, Natali tomó la taza de porcelana y llevó el café a sus labios.

—Me dijo Shan que estudias medicina.

Ella afirmó sonriente.

—Comencé el tercer año.

—¡Wow!, pasantías… —expuso él sabiendo muy bien el punto.

—Así es, también estoy emocionada por esto.

El silencio gobernó por unos segundos, entre tanto ambos bebieron el café. Natali apartó la mirada un poco incómoda, y no pudo evitar ver el retrato familiar que había en ese escritorio.

Por supuesto estaba ese hombre mayor que estaba sentado frente a ella, con una mujer muy hermosa a su lado.

También había una chica flacucha, como de quince años, y dos jóvenes entre veinte y veintidós años.

—Bonita familia —expuso ella para cortar con la incomodidad, y de inmediato Jarol tomó el portarretrato.

—Gracias… Fue hace unos seis o siete años… pero por supuesto, las cosas son muy diferentes ahora —el hombre deslizó los ojos a los de la chica, mientras puso el retrato lentamente en la mesa—. Natali…

Ella parpadeó varias veces y apretó la taza en sus manos, no sabía por qué tenía una sensación en su pecho. Este hombre no le inspiraba confianza.

—Sí… señor, le escucho…

—Shan me dijo que le urge un trabajo, y puedo imaginar que ahora que inicia sus pasantías, vendrán muchos más gastos.

Nat no lo había pensado tanto en el tema de universidad, ella solo quería cubrir los gastos que ya tenía, pero ajustándose a la realidad, era verdad, tendría muchos más compromisos económicos en las pasantías.

Ella levantó la cabeza y sostuvo su mirada.

—Es cierto, he perdido mi trabajo, y… necesito uno con urgencia, he trabajado muy duro para poder seguir en la universidad, mis notas son…

Su discurso se detuvo cuando vio la palma del hombre extendida hacia ella para que se callara.

—Tengo un trabajo para ti… uno que te dará muchas oportunidades, incluso lo que nunca ni siquiera soñaste.

Nat frunció el ceño mientras dejó la taza casi vacía en el escritorio.

—Tengo experiencia como mesonera, pero puedo hacer otros trabajos. ¿Más o menos de qué se trata?

El hombre se recostó en su asiento e hizo un gesto de limpiar su cara.

—Es un asunto personal, tan personal que, si esto sale de aquí, puede costarte incluso tu carrera, tu familia, y tu propia vida…

Jarol no parecía disgustado, pero la sentencia con la que le habló a Natali le crearon miles de puñaladas en el estómago y aquella magia que irradiaba su propio rostro, desapareció.

—No… no estoy entendiendo, señor…

—No te preocupes… tenemos tiempo, y voy a explicarte paso por paso, pero antes, te mostraré los beneficios.

—¿Beneficios?

—Así es —Jarol corrió su silla y se arrimó tanto como pudo.

—Un sueldo digno, por supuesto, uno que te permita pagar la universidad, tu apartamento, si rentas uno, ropa nueva, salidas, todo en lo que una chica como tú, gasta, lo entiendo perfectamente por qué tengo una hija muy cerca de tu edad.

Nat pasó un trago duro sin saber aun en qué gastaría la hija de ese hombre, pero estaba segura de que no tenía nada que ver con su vida.

—También puedo colocar un auto a tu disposición si lo deseas, eso sin hablar todavía en el privilegio de tus pasantías…

—¿Qué?

—Puedo colocarte en un sitio privilegiado a tus pasantías…

Nat pareció atragantarse con su saliva, aún no podía comprender todo este asunto.

—Señor, yo la verdad le agradezco, pero no entiendo nada de lo que me dice. Ni siquiera sé cuál será mi trabajo.

Ella vio como el hombre sonrió y volvió a tomar el retrato señalando a unos de los chicos en la foto.

Este era el más alto de todos, y rubio, con una sonrisa encantadora, y parecía muy feliz.

—Este… era mi hijo, Andrew.

Natali desvió la mirada a los ojos de Jarol.

—¿Ha pasado algo con él? —preguntó interesada mientras lo vio asentir.

—Sí… le robaron su alma…

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo