El trabajo resultó ser incluso mejor de lo que esperaba, a pesar de que mi jefe, Borja, fuese un carca y un mujeriego empedernido. Mi labor era sencilla: llevar su agenda como su secretaria y ocuparme de la contabilidad de nuestro departamento, además, de aguantar sus desplantes y su mal humor. Pero no me importaba, porque estaba aprendiendo mucho en aquel lugar, incluso tenía los fines de semana libres, y cobraba 900 euros por ir 8 horas al día.
Mis días pasaron rápidos, pues iba a trabajar de 9:00 a 14:00, volvía a casa para almorzar, pues no estaba lejos de la oficina, y luego volvía a entrar de 17:00 a 20:00. Es cierto, que algunas tardes salía un poco más tarde, pero bueno, no podía quejarme, me encantaba mi trabajo. Y cuando volvía a casa, la mayoría de los días, solía cenar con los chicos y hablar de nuestro día, excepto los viernes, que Alfonso utilizaba la casa de picadero, y teníamos que irnos a nuestro club particular, a esperar su llamada.
Ya casi me había acostumbrado a ello, y cuando quise darme cuenta habían pasado dos meses y lo dominaba mejor de lo que esperaba, pues ya conocía a mi jefe lo suficiente como para saber cómo manejarlo. Como en aquel momento, que, tras una extensa reunión en la sala de juntas, llegó al despacho con cara de malas pulgas, tirando su chaqueta y su maletín a mi mesa, para luego tirar de su corbata hacia abajo, aflojándola un poco.
Permanecí calmada, mientras agarraba la agenda y visualizaba las citas que teníamos pendientes para ese día, aún quedaban dos reuniones más a las que Borja no podía faltar.
Me levanté del escritorio, admirando como él caminaba a paso decidido a su despacho, molesto con el mundo, para luego dar un fuerte portazo. Seguí sus pasos, abrí la puerta, con la botella de agua en la mano, para luego levantarla hacia él. La cogió sin tan siquiera preguntar nada y bebió todo su contenido, para luego volver la vista hacia mí, lucía aún más molesto.
Borja era un hombre más o menos de mi edad, que había tenido la gracia de nacer en una familia rica que se lo pusiese todo por delante, pues tenía aquel negocio con su hermano, casi desde que terminó la carrera de leyes. Podría haber sido un buen partido para cualquier chica, un tipo de bien, pero al contrario, a pesar de ser un excelente abogado, en lo personal era un capullo, el típico playboy que adora jugar con las mujeres, tener cada noche a una nueva en su cama, uno de esos chicos que a todas nos vuelve loca, a pesar de no ser excesivamente apuesto.
Lo cierto es que a mí no me llamaba la atención, seguramente porque sabía cómo era, lo conocía bien, pues era su secretaria y conocía todos sus trapos sucios. Así que, como es obvio, no estaba en lo absoluto interesada.
Hablemos de su aspecto: era guapo, aunque no excesivamente, no estaba especialmente delgado, pero tampoco era gordo. Era uno de esos tipos en los que no te sueles fijar a primera vista, pero a causa de su desparpajo y su chulería, tenía luz propia a la hora de ligar.
Su temperamento era una m****a, eso es cierto. Era un tipo que parecía tener un afán propio en alejar a todas las personas de su lado, era borde, prepotente, idiota y creído. Tenía el pack completo, el premio gordo para que las mujeres huyesen de él, pero sorprendentemente, lograba el efecto contrario, y eso es algo que nunca entenderé. ¿Por qué las mujeres le suplicaban y se dejaban humillar de esa manera tan ruin?
Cómo veis ya me había acostumbrado a aquel lugar, y a mi vida en la ciudad. Pues mi relación con mis compañeros de piso se había convertido en excepcional en poco tiempo. Lo cierto es que hacía bastante que no me sentía tan bien con otras personas, de aquella manera. Una parte de mí sentía que había encontrado su lugar, pero, aun así, no quería hacerme demasiadas ilusiones, ya me había llevado demasiados palos en mi vida, al menos en ese aspecto.
Alfonso era un encanto como amigo, aunque no podía decirse lo mismo de él en las relaciones amorosas. Era todo un picaflor en esas. Pero no me importaba, porque yo no tenía ningún interés en él de esa forma.
Y si mi anterior compañero era un encanto, Salva era una completa maravilla. Podía hablar con él de cualquier tema y era un tío totalmente válido para hacerlo, no te criticaba o te ponía mala cara cuando le hablabas de fricadas, solía ser todo un payaso a veces, cosa que jamás esperé que fuese, pues no parecía ser su estilo para nada, pero ya se sabe lo que dicen “las apariencias engañan”.
Dejé de montarme películas en la cabeza, sobre cómo sería mi vida viviendo con dos chicos, y decidí arriesgarme, ser un poco más positiva y contagiarme de la alegría que ambos me transmitían.
Y así, lo conseguí, la relación con Salva, llegó a ser única. Se sentía como un buen amigo, como mi mejor amigo, mi otra mitad, con él podía ser yo misma sin miedo al rechazo, y eso se sentía genial. No sé si alguna vez os ha pasado, que conectáis con una persona de una manera, que es mágico. Con tan sólo una mirada ya sabíamos lo que queríamos en un momento determinado, sin necesidad de palabras. Era mágico. Pocas veces he sentido algo así por alguien, quizás por la que fue mi mejor amiga una vez, con ella tenía una relación parecida, pero no igual.
En todo ese tiempo, Juan vino a visitarme dos o tres veces, cosa totalmente comprensible, pues el viaje era caro, y al estar ambos trabajando, apenas coincidíamos. Pero eso era algo que yo ya sabía cuándo acepté el trabajo, que mantener una relación a distancia en aquellas circunstancias sería difícil, aun así, acepté, tenía que seguir con mi vida, no podía frenarme sólo porque mi pareja viviese en otro lugar.
Con otra con la que me llevaba genial, y a la que he estado a punto de no mencionaros, es a mi compañera de trabajo Marta, la cual tenía como función ser la secretaria de Manu, el hermano de mi jefe. Ella era un verdadero encanto y me ayudó mucho en mis primeros días allí, se podría decir que gracias a eso no me vine abajo los primeros días, ante los desplantes de mi jefe. Quizás fuese por eso que nos volviésemos inseparables.
Cuando salí del trabajo aquel día, cansada de los gritos de mi jefe, después de un largo día, en los que tuve que disimular y poner música para que los clientes no se percatasen de que mi jefe se estaba tirando a una puta en su despacho, tan sólo quería llegar a casa y acostarme, pero Marta tenía otros planes para mí, pues nada más que nos cruzamos en la puerta, me obligó a ir al bar de enfrente a cenar algo ligero, para después arrastrarme a la discoteca del final de la calle.
Esa fue la razón por la que me levanté tan tarde al día siguiente, mucho más tarde de lo habitual, y con una resaca de mil demonios. ¡Por el amor de Dios! ¡Qué mal me sentaban las copas últimamente! Seguramente sería por la edad, me estaba haciendo mayor.
Arrastré los pies y llegué a la cocina, con el pelo aleonado y una cara de muerta que me llevaba hasta el suelo. Salva estaba allí, preparando el desayuno, su especialidad, tostadas con aguacate, atún y tomate.
Y así nos pasamos el resto de la tarde, los veíamos todos juntos, éramos unos enganchados a ese programa. Cenamos algo liviano, sobre las nueve, y luego nos marchamos a arreglarnos, pues habíamos quedado en salir a bailar.
A las once terminé de arreglarme, estaba más que lista para salir, llevaba un vestido negro, ajustado, por encima de la rodilla, pero tenía la manía de subirse un poco cuando caminaba. Habría estado lista mucho antes, si no hubiese sido por Juan, que me llamó y me pasé más de media hora discutiendo con él, sobre lo tremendamente inocente que era, “que no debía confiar tanto el Salva” – decía – “que él sólo quería llevarme a la cama”. Odiaba cuando se ponía así de celoso.
Así que, como podéis ver, ya no tenía ganas de salir, ni de bailar, ni de ir a ninguna parte. Sólo quería tele transportarme a Sevilla y pegarle una buena bofetada a mi novio, a ver si así se le quitaban las tonterías.
¡Qué tonta por mi parte! Ni siquiera os he hablado de lo apuesto que él estaba aquella noche, ¿verdad? Pues estaba guapísimo, así que fue fácil que las chicas de los pubs no le quitasen ojo.
Llevaba una camiseta blanca y unos pantalones vaqueros, algo simple, sí, pero a él le quedaban de miedo. Se había echado ese perfume suave, pero al mismo tiempo varonil, que tanto me gustaba.
En aquel momento, estaban poniendo una canción de reguetón muy bonita titulada “Baby”
Ambos bailamos al ritmo de la canción, haciendo bromas cada vez que la canción se ponía intensa, poniendo incluso caras de situación.
En cuanto al baile, él tenía razón, bailaba realmente bien, incluso mejor que yo. Era totalmente comprensible que las tuviese a todas loquitas.
Reí a carcajadas al escucharle decir aquello. Lo cierto es que me lo estaba pasando en grande, ni siquiera me acordaba ya de la pelea que había tenido con Juan, ni de Juan, el trabajo o Alfonso. Con él era fácil olvidarse de todo lo demás.
Me fijé en mi alrededor, mientras seguíamos bailando el uno frente al otro, fijándome en que era cierto, aquellas chicas que me miraban recelosas, se pensaban que había algo entre nosotros.
Sentir sus labios sobre los míos, en un roce suave y rápido fue raro, pero se sintió terriblemente bien. ¡Por Dios! No podía dejar de pensar en Juan, en sus palabras de alerta sobre Salva. Él pareció darse cuenta de que algo me pasaba, pues en ese momento dejó de bailar, agarró mi mano y tiró de mí hacia la puerta del garito, pues era imposible hablar dentro.
Respiré aire limpio, frío y puro, nada más salir, haciendo que él se rascase la cabeza, preocupado de haberlo estropeado conmigo.
Fuimos a pasear al parque, y acabamos sentados en el césped, hablando sobre tonterías, sobre todo sobre amigos que se dan picos, sin que necesariamente tengan una relación. “siempre que se tengan claros los sentimientos no hay problema” Eso decía él.