4 - Un no, después un sí.

Estaba algo decaída allí, era mi último día en la ciudad, pues al día siguiente me marcharía para Sevilla, ya tenía mirado los horarios de los trenes, y me preparaba para comprar uno, pues me habían dicho que no había sido seleccionada en la empresa del centro.

Quizás no me habían cogido por mi negatividad o mi poca confianza en mí misma. He escuchado cientos de veces aquello de “Si eres positiva atraes lo bueno, si eres negativa atraes lo malo”, y yo era del segundo clan, era negativa a más no poder, y todo tenía su explicación racionable, pues, desde los inicios de mi vida siempre me había rodeado las malas noticias, la negatividad y las malas vibraciones, eso causó que mi optimismo y mi confianza en mí misma cayese por el suelo.

Desde que era bien pequeña había tenido que vivir cada año en una ciudad distinta, a causa del trabajo de mi madre, por esta razón nunca tuve amigos. Siempre fui una chica muy independiente, con miles de amigos imaginarios, creando mundos paralelos en donde todo era posible, sobre todo, todo lo que no tenía, lo era.

Mi madre nunca estaba en casa, por lo que, prácticamente, me crie con desconocidos. Mi padre trabaja en otra ciudad diferente y sólo lo veía los fines de semana.

Luego, llegó mi hermano, y la poca atención que recibía durante la semana, o los fines de semana, quedaron mermadas al llegar él. Totalmente comprensible, era el pequeño, el bebé, ese que hacía cosas lindas, ese que siempre estaba haciéndolos reír a todos, así que volví a quedarme sola.

Cuando al fin, mis padres se mudaron a una ciudad, y se quedaron juntos en ella, sin moverse de ahí, año tras año, vi la oportunidad perfecta para encontrar mi lugar. Pero como siempre, la negatividad me rodeaba, y sólo atraje eso. ¿Amigas? No tenía ni idea de cómo hacerlas, y aunque era una chica bastante social a la hora de conocer gente, pues siempre tenía la iniciativa para hablar con desconocidos, nunca encontré gente válida a la que llamar amiga, siempre, por una parte, o por otra, terminaban traicionándome. Y así, iban pasando amigas por mi vida, que se iban sin pena ni gloria, dejando un vacío cada vez más profundo en mi corazón, quitándome hasta la más mínima confianza en mí misma.

Y ahí llegó el fenómeno “Chicos”. Todos y cada uno de los chicos que me gustaron en aquella época, siempre prefirieron a otras, y eso hizo que la huella de mi propia confianza se hundiese un poco más.

Todos ellos, desde el “sujeto 1” hasta el “sujeto 7”, que, por supuesto no vamos a nombrar en este libro, ninguno de ellos se lo merece.

Así que sí, era más que obvio que no me iban a coger en el trabajo, ¿cómo cogerme a mí cuando había muchísimos otros candidatos con más experiencia y mucho mejores que yo? ¿Cómo podía haber sido tan idiota al pensar que me cogerían?

Abrí el ordenador, con desgana, observando todas las ventanas que tenía abiertas, de la última vez que inicié sesión en mi portátil, que, por supuesto fue la noche anterior, en la que estuve viendo una de mis famosas series coreanas, con subtítulos en español. Sí, yo era todo un caso. Y abrí una quinta pestaña en el navegador, tecleé la página oficinal de Renfe y me dispuse a buscar un tren que se adaptase a mis necesidades. Ya casi había elegido uno, dispuesta a gastarme hasta 200 euros en él, cuando sucedió lo inesperado.

Mi teléfono móvil comenzó a sonar, y yo le miré, de mala gana, situándolo sobre el escritorio, a casi tres metros de mí. ¡Mierda! Tenía que levantarme, yo, que estaba tirada en la cama, a punto de pagar el billete de regreso a casa.

Dejé el ordenador sobre la cama y me levanté de un salto, para luego caminar hacia el escritorio, agarrar el teléfono y darme cuenta de que era un número que no conocía, con prefijo de la ciudad.

Lo descolgué y lo llevé a mi oreja.

  • Buenos días – comenzó una chica, bastante fina y con voz clara – le llamamos de “Despachos Jara y Asociados” – proseguía, haciendo que la negatividad volviese a envolverme, sin lugar a dudas era para decirme que lo sentían mucho, pero que lamentablemente no contaban conmigo, ya me había pasado más veces, así que estaba acostumbrada – Hizo usted una entrevista con nosotros ayer… - continuaba - … y queríamos, ante todo, agradecerle su tiempo… - y ahí estaba, era obvio que después de eso llegaría él “… pero lamentablemente no contamos con usted para seguir en el proceso de selección…” – y darle la enhorabuena. – Espera un momento ¿¡Qué!? – Ha sido usted seleccionada para el puesto de Secretaria al que se presentó, por lo que deberá venir esta tarde a dejarnos la documentación para proceder a darle de alta como muy tarde para el viernes.

Y ahí fue cuando me di cuenta, de que a veces, los milagros ocurren.

Me puse a gritar de alegría y a dar pequeños saltitos, en mi habitación, yo sola, tan pronto como colgué el teléfono. No cabía en mi de felicidad, y por supuesto, de incredulidad. Aún no podía creérmelo, al fin me daban una oportunidad, al fin iba a conseguir mi sueño, aunque al principio, los primeros tres meses, el salario fuese muy bajo, no importaba, porque luego me lo subirían. Debía demostrarle al mundo, y a mí misma, que era la mejor en mi trabajo.

  • ¿Qué pasa? – Preguntó Salva, entrando en mi habitación, preocupado, por los gritos tan altos que estaba pegando. Creo que al ver mi cara de felicidad lo comprendió perfectamente - ¿te han cogido?

  • ¡Me han cogido! – le dije, con una sonrisa de oreja a oreja, feliz, haciéndole sonreír a él también.

  • ¡Enhorabuena! – exclamó, entusiasmado, entrando en la habitación del todo, llegando hasta mí, haciéndome perder la sonrisa, para luego abrazarme, con fuerza, como si fuese la cosa más normal del mundo – Bienvenida al club de los desterrados – bromeó, soltándome con rapidez, al darse cuenta de que había sido raro, abrazar a una desconocida de esa manera, pero yo ni siquiera me sentí incómoda, en ese momento sólo me reí de sus palabras, recordando nuestro acuerdo de la última vez, en la azotea.

  • Oye – le llamé, para que me prestase atención – eres demasiado intenso – bromeé, haciéndolo reír a él.

  • ¿Deberíamos de ir a cenar fuera, para celebrarlo? – preguntó, de pronto, haciéndome sonreír como una idiota.

Fue una noche perfecta. Una de las pocas noches perfectas de mi vida. Lo tenía todo, una oportunidad laboral en aquello que me gustaba, compañeros de piso con los que encajar y muchas risas aseguradas con aquellos dos payasos.

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