2 - Una entrevista.

Me pasé como un mes sin volver a saber nada de él. Yo tenía mi vida, terminé mis estudios y mis prácticas y me puse a buscar trabajo como una loca. Al principio por mi pueblo, luego amplié a mi ciudad, las ciudades cercanas, toda la comunidad autónoma de Andalucía, toda España, y estaba tentada a ampliar hasta el extranjero cuando me llamaron para hacer una entrevista de Secretaria en una clínica en Madrid. Casi me pongo a saltar de alegría cuando me enteré.

Lo cierto, es que, en aquella época, yo estaba viviendo con mi madre en la casa de la playa, y mi novio estaba trabajando en otra ciudad, como consecuencia de esto, nos veíamos más bien poco. Aclarado este punto, sigamos.

Mi madre me dejó dinero para que fuese a Madrid y yo busqué un hostal barato o algún lugar dónde hospedarme. Los hoteles eran carísimos y los hostales también, así que decidí que me quedaría en una de esas casas que uno alquila un par de días y comparte con otras personas. Como un piso compartido, pero para unos días.

Contacté con el dueño de la casa y me dijo que no había problema, que ya había otros dos chicos en la casa, y que me daría sus números de teléfono amablemente, que ellos estaban allí permanentemente porque estudiaban o trabajaban, pero que estaban buscando algo así, temporal de mientras que encontraban a un tercer compañero de piso.

Fue genial, estaba entusiasmada, y fantaseaba con la idea de que me cogiesen y poder empezar mi vida en una ciudad diferente, donde conocer gente diferente, hacer amigos, y trabajar en lo que me gustaba.

No cabía en mi de felicidad, y por supuesto mi pareja me apoyaba, aunque por supuesto él no podía dejar su trabajo, así que, si me cogían, era obvio que tendríamos que estar mucho más separados que en aquel momento. Aun así, decidí lanzarme a la piscina y seguir con aquello.

Cuando llegué a Madrid me las vi negra para encontrar el sitio, en un barrio perdido de la mano de Dios, que era casi imposible de encontrar.

Llegué al piso y llamé dos veces, el chico con el que había hablado durante el viaje en tren, me dijo que él no estaba en casa porque estaba de vacaciones y se había vuelto a su ciudad natal, pero que el otro chico si estaba. Me tocaría compartir piso con un desconocido, en un lugar desconocido, pero sólo iban a ser un par de días, pues la entrevista era al día siguiente, y me habían dicho que me darían el veredicto en un día como muy tarde, así que sólo estaría allí tres días, o al menos, ese era el plan.

Cuando el chico que se suponía que iba a ser mi compañero de cuarto me abrió la puerta por poco no me caigo de la impresión.

Acababa de salir de la ducha, llevaba una toalla en la cabeza y otra cubriéndole los bajos, y todo su torso desnudo cubierto de miles de pequeñas motas de agua. Pero no fue eso lo que más me impresionó, fueron sus ojos, aquella penetrante mirada que hizo que me faltase el aire, de nuevo. Porque sí, ya había visto aquellos ojos una vez.

Mi cara era un poema, tenía la boca ligeramente abierta, incapaz de creer lo que veían mis ojos, con la maleta a cuestas mientras él me observaba con detenimiento.

  • Alfonso me ha dicho que venías – aseguró, abriendo la puerta un poco más, invitándome a entrar – que eres la chica que ha alquilado la habitación por tres días – proseguía, mientras yo entraba en la casa y caminaba tras él hacia el final del pasillo, dónde se encontraba mi habitación – tiene pestillo por si no te fías de nosotros – insistió, enseñándome la puerta. La abrí y dejé mis maletas sobre la cama, intentando recuperarme de aquel momento. ¡Por Dios! Jamás pensé que volvería a ver a aquel chico, a ese bombón policía que conocí en el lugar en dónde hice las prácticas, en la ciudad.

Le escuché marcharse, a vestirse supongo, y seguí absorta en mis pensamientos, mientras observaba con detenimiento el lugar en el que me encontraba. Tenía una pequeña cama frente a la ventana que daba a la calle, junto a la puerta había una pequeña cajonera y un diminuto armario portátil. Decidí sacar mi camisa y los pantalones de vestir y ponerlos en perchas para que no se arrugasen. Luego coloqué todas mis cremas y algo de maquillaje en los cajones de la cómoda y me tumbé en la cama, a descansar, mientras chequeaba los mensajes. Le comuniqué a mi madre, a mi novio y a mi amiga que ya había llegado, y luego dejé este sobre la cama, dispuesta a dormir un poco, pues no había podido hacerlo en el tren.

No había hecho más que cerrar los ojos cuando escuché la puerta, unos leves porrazos, que hicieron que abriese los ojos al mismo tiempo que él empujaba la puerta y me miraba con atención, provocando que me pusiese en pie de un salto.

  • ¿estabas dormida? – preguntó, mientras yo negaba con la cabeza – sólo quería… Eres Laura ¿no? – proseguía, como si me conociese de toda la vida – la chica que estaba de prácticas en la gestoría a la que suele ir mi madre, ¿no?

¡Por Dios! Él se acordaba de mí. ¿En qué universo paralelo me encontraba para que algo así sucediese?

  • Si, soy yo – acepté.

  • Ya me parecía a mí, nunca olvido una cara.

No volví a hablar con él hasta el día de la entrevista, ambos coincidimos en el pasillo, en la puerta del baño, yo salía y él entraba.

  • Queda poca agua caliente – le dije, antes de que hubiese cerrado la puerta, haciendo que él resoplase molesto, con cara de pocos amigos.

Corrí hacia mi habitación, me vestí, y me preparé para irme a la entrevista, y volví a coincidir con él en el pasillo, de camino a la calle.

  • ¿Dónde tienes la entrevista? – preguntó, mientras se ponía el abrigo, y yo cogía el bolso – si vas a la calle Fuencarral te llevo.

Él era poco hablador, o al menos eso me parecía. No dijo ni una palabra en el ascensor de bajada, ni tampoco cuando entramos en el garaje donde tenía estacionada su moto.

  • Ponte esto – me dijo, pasándome un casco. Me lo puse con dificultad, ya que no estaba acostumbrada a viajar en moto, mientras él se subía en la moto, se ponía el casco y la arrancaba – sube.

Me monté con dificultad, soy algo patosa, por si no os lo he dicho y me agarre a las anillas que había en la parte de atrás, me aterraba incomodarle o algo por el estilo.

Iba muerta de miedo, aterrada de caerme de aquel trasto, mientras atravesábamos la ciudad y llegábamos, casi una hora después, al centro.

Detuvo la moto, y me bajé, demasiado patosa, me quité el casco y se lo cedí. Lo agarró para luego acomodarlo en su brazo y se marchó, sin tan siquiera despedirse de mí.

Me puse en camino hacia la entrevista, la cual fue un éxito, me hicieron una parte de la entrevista en inglés y la pasé sin problemas.

Cuando volví a la casa, tras coger tres buses y un metro, ya era la hora de comer. Pero comí sola, pues Alfonso seguía de viaje (el chico al que aún no conocía) y el motero-policía-buenorro aún estaba trabajando.

Juan, mi novio, me llamó para interesarse por la entrevista y estuve hablando con él por largo rato. Luego bajé al bk de abajo, me compré una hamburguesa y volví a subir.

Me tomaba alegremente la hamburguesa en el salón, acompañándola con unas patatas y un refresco, cuando una voz me sacó de mis pensamientos, haciéndome toser sofocada, pues la comida se me había ido por otro sitio.

  • No deberías comer esas guarradas – me dijo él, de sopetón, llegando hasta mí, dejando las llaves sobre la mesa, y ambos cascos – luego se te quedan en el culo como grasa floja – aseguró, como si supiese mucho sobre el tema.

  • ¿Alfonso no venía hoy? – me interesé, intentando cambiar el tema.

  • Si, pero más tarde – aseguró él - ¿qué pasa? ¿Cansada de mi compañía? – bromeó.

  • No – le corté – es que quería conocerle antes de marcharme.

  • Te vas mañana ¿no? – insistió, mientras yo asentía.

Mi teléfono comenzó a sonar, provocando que tuviese que cogerlo e interrumpir mi conversación con el bombón, que se marchó a la cocina a prepararse una ensalada de habichuelas, muy light él.

La llamada era para hacer otra entrevista, en una empresa de abogados, en la misma calle en la que me encontraba. Casi me pongo a saltar de alegría cuando escuché que tenía la entrevista para el día siguiente.

  • Al final tengo que quedarme un par de días más – dije hacia Salva, tan pronto como llegué a la cocina - ¿hay algún problema si me quedo un par de días más?

  • No – aseguró él, para luego sentarse sobre la mesa de la cocina y comenzar a comer su ensalada.

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