Capítulo 5

Miranda

Despierto cansada, como todos los días, luego de tener que levantarme tres veces esta noche para atender las necesidades de mi par de ángeles. Alimento a mis niños y los preparo, no creo que demore en llegar el señor…

El toque a la puerta me avisa y me advierte de su extrema puntualidad. Ciño mi bata y corro hacia la puerta. Sonrío al verlo allí, con su rostro serio y lindo.

—Buenos días, señor Donovan.

—Aún no está lista. Tenemos media hora, Miranda.

¿Por qué siempre tiene que gruñir?

—¡Quince minutos! —grito, y corro dejándolo en la puerta, voy de vuelta a la habitación para tomar mi toalla, beso las cabecitas de mis pequeños al dejarlos en la cuna y corro otra vez a la ducha. Todo a la carrera. James rueda los ojos al verme ir de un lado a otro.

Me meto bajo la regadera y reprimo un grito al sentir el agua fría caer directamente sobre mi cabeza y torturar mi cuerpo, como si fueran pequeñas agujas taladrando sin cesar. Me voy a ganar un delicioso dolor de cabeza. Por lo menos, eso me despierta y activa mi cuerpo para enfrentar este día. Cuando entro a la habitación, veo la cuna vacía y corro a la sala sujetando la toalla, sintiendo mi corazón estrellarse contra las paredes de mi pecho con tanta fuerza, que prefiero el dolor de cabeza. Suelto el aire al verlo allí, arrodillado en el piso con los niños acostados en el sofá, muy tranquilos y preciosos, sin importarle ese costoso traje que lleva, como si lo hubiera comprado en alguna barata y no de algún diseñador, lo que seguramente es.

—¿Te puedo pedir por favor, que no los tomes sin decirme? Me asusto cuando no los encuentro donde los dejé.

—Lo siento. Empezaron a llorar y la pequeña se aferró a mis dedos —contesta sin mirarme y centrado en ellos, sin importarle mucho mis palabras, como si escucharme fuera toda una tortura para sus apreciables oídos.

Sé que debería agradecerle que los cuide sin ser su obligación, pero no lo conozco. ¿Y si tiene segundas intenciones? ¿Y si me quiere robar a mis hijos?

—Sólo no lo vuelvas a hacer.

Entro a la habitación reprimiendo mis pensamientos, concentrándome en que él me está ayudando a salir de una estupidez que yo misma ocasioné. Es tan extraño que Isis se dé con una persona con demasiada facilidad. Con las únicas personas con las que no llora, es con la señora Hills, a la que debo ir a visitar hoy, y obviamente, conmigo. Con Aria es esquiva, sólo Dylan la acepta por ratos muy cortos.  

Deja la puerta un poco abierta para escucharlos. No puedo ser tan crédula. Me visto con unos jeans un poco sueltos, bueno, ahora me quedan sueltos, y una blusa un poco ajustada. Si no fuera por mi leche no la llenaría. Hace como un año no usaba esta ropa. No es como si tuviera donde lucirla o para quién.

Antes tampoco tenía a alguien para quien arreglarme, sólo lo hacía por mí, trabajaba y estudiaba, únicamente para mí. Espero no cansarme con estos tacones.

James, al verme salir poniéndome el saco de lana gris, tan nuevo que hasta duele, toma a Isis en sus brazos y espera a que me acerque para tomar a Dylan. Asiente ante mi aspecto y sonrío. No me pasó desapercibida esa mirada que me dirigió anoche por mi ropa. Fue vergonzoso.

—El coche de los bebés ya está abajo.

Toma uno de los bolsos que ya había preparado y sale, hago lo mismo que él con mi niño en brazos y bajamos. Ni me molesto en sorprenderme al ver el ostentoso auto frente al edificio. Aprieto mis labios para no reír al verlo sacudir el polvo de su saco con mucho fastidio. Un hombre nos saluda haciendo una pequeña reverencia y enarco mis cejas hacia mi opulento y adinerado jefe que ahora es «padre» de mis hijos. El otro hombre abre la puerta de la camioneta negra y Donovan me permite el paso. Me deslizo con algo de desconfianza y él rodea el auto.

—Salgamos de esto y no nos volveremos a ver.

Espero que sea cierto. Pero ¿y mi trabajo?

—Señor Donovan —digo con algo de vergüenza—, necesito ese trabajo.

—¿Quién se supone que los cuidará? No puedes volver a llevar a los niños al bar.

Ese tono de voz duro me hace enojar.

—Es la única vez que lo he hecho. La señora que los cuida tuvo…

—Te he dicho que no, Miranda. No volverás y punto.

¿Son ideas mías o parecemos una pareja discutiendo?

—Donovan. Necesito el dinero para poder mantener a mis hijos… —Me siento algo desesperada en este momento y él no me lo está poniendo fácil—. ¿Qué le puede interesar a alguien como usted lo que nos pase?

—Si no me importara, simplemente hubiera dejado que te los quitaran anoche por ser tan irresponsable.

—No me conoces…

—Llegamos, señor —dice el chofer, con una sonrisa, interrumpiendo nuestra tonta riña y bajo el dedo con el que lo señalaba.

Donovan cruje sus dientes y toma aire antes de hablar, mientras acaricia la cabecita de mi nena.

—Repitamos lo de ayer y seguimos nuestros caminos. ¿Te parece?

Asiento y bajamos. El mismo oficial de anoche nos recibe cuando lo llaman y nos hace pasar a una oficina.

—La trabajadora social vendrá en un momento.

—Nadie dijo nada de una trabajadora social —expresa Donovan rápidamente.

—Ellos se encargan de estos casos. Tuvimos que reportarlos.

El hombre sale y me quedo paralizada, con los nervios de punta.

—Donovan —chillo.

Rasca su cabeza y suspira exageradamente. Se acerca a mí, toma mi mano y susurra a mi oído provocándome un fuerte estremecimiento cuando su aliento roza mi oreja.

—Sigamos. Yo me metí solo en esto, así que tranquila. No te pienso dejar sola ahora.

Asiento y besa mi cabeza dándome algo de tranquilidad.  

¡Mentira!

Eso me dio escalofríos.

Dylan se remueve y sonrío cuando me muestra sus encías rosadas. Le empiezo a hablar y mueve sus manitos tratando de tocar mi cara para pellizcarme. Me gusta lo tranquilo que es. Ambos lo son, pero mi príncipe lo es más, aunque Isis enamora más por sus ojos. Aún le están cambiando de color, pero tal parece que tendrá mí mismo color de ojos. Mi madre decía que los heredé de mi padre y fue lo que más la enamoró.

La puerta se abre y una mujer de estatura baja nos saluda con un tono algo hosco, pero no es nada comparable a la del hombre a mi lado. Él sí que da miedo. Se sienta frente al escritorio y saca una carpeta, una libreta y su esfero, y esperar a que nosotros también tomemos asiento.

—Familia Donovan —saluda ella—. Es un gusto conocerlos. Soy Maggie Turner, la trabajadora social encargada de su caso.

Recibimos la mano que nos ofrece cuando se inclina y sonrío cuando se sonroja al tocar la enorme mano de James. Bueno, debo admitirlo, es un hombre muy guapo. Demasiado, a decir verdad.

—Miranda y yo, no estamos casados. En realidad, no sabía que tenía hijos hasta hace unos pocos días.

Ella lo mira con extrañeza, o es mejor llamarlo incredulidad, y luego a mí, esperando una explicación, pero me encuentro paralizada. Este hombre nos va a enredar más de lo que ya estamos. Y dice que no me preocupe.  Bah.

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