Capítulo 3

Un molesto y repetitivo sonido inundaba la fría habitación del joven, la mañana era fresca, posiblemente por la tormenta que cayó la noche anterior y no había parado hasta altas horas de la madrugada. Aún podía olerse en el aire el característico aroma de tierra mojada y humedad, algo que para cualquier lobo era un deleite. El joven albino se quejó, negándose a querer despertar por más insistente que fuera su alarma, sabía que tenía cosas que hacer, pero su pereza era más grande. Siempre había sido el tipo de persona que prefería estar en cama en días fríos y nublados, pero para su mala suerte un líder debía estar siempre disponible así que no tenía otra opción más que despertar. 

Tomó su celular para apagar la molesta alarma y se estiró para desperezarse, bostezando en el proceso. Su torso desnudo estremeciéndose ante la sensación de liberarse de las cálidas mantas y ser golpeado por el frescor de la mañana, era una costumbre para el dormir de esa forma, después de todo, nadie tenía permitido entrar en su habitación. Se levantó de la cama, caminando hacia el baño, observándose en el amplio espejo que tenía ahí. Soltó un suspiro mientras repasaba con sus dedos las cicatrices que adornaban su torso, recuerda de tantas peleas que pasó cuando vivió por su cuenta, siendo éstas la motivación diaria para seguir su misión. Para Edel, o Shi, como había decidido que le llamaran desde que formó esa manada de desterrados, sólo había una cosa que podía hacer, sólo tenía una cosa marcada en su destino y esa era acabar con las manadas de la gente que habían herido a quienes ahora formaban parte de su familia. Era la única cosa que le motivaba todos los días para seguir adelante. Los alfas le arrebataron a su familia, y él les arrebataría la vida. No tendría misericordia con ninguno, los alfas eran el problema de su sociedad y se encargaría de limpiar a cada uno de ellos sin piedad.

Se alejo del espejo para abrir la ducha, dejando correr el agua fría hasta que estuvo lo bastante templada para sentirse bien contra su cuerpo. No tardó demasiado, comenzó a escuchar ruido en aquella abandonada casa que usaban para vivir, por lo que supuso que su manada ya comenzaba a despertar y dirigirse a la cocina para tomar un desayuno antes de hacer sus respectivas actividades. Al terminar solo envolvió una toalla alrededor de su cintura y salió a su habitación para vestirse. Su ropa era bastante peculiar, gran parte de su guardarropa eran prendas oscuras y con estilos extravagantes, irónicamente al delta lo último que le gustaba era llamar la atención, pero no cambiaría su forma de vestir solo por gente que le mirara con curiosidad en la calle. Lo hacían de cualquier forma por su cabello o sus ojos. El albinismo con el que nació era algo extraño en lobos de su linaje, los genes de sus padres no eran lo más puros así que una anomalía en su ser era algo curioso. Usualmente esas cosas ocurrían con lobos puros, aunque pudiera pensarse que la pureza volvía mejor al linaje, la realidad es que la poca mezcla genética provocaba cosas terribles en los lobos. Como ser un delta o un gama. Lo más bajo con lo que podía nacer un lobo.

Para Shi haber nacido albino nunca había sido un problema, no al menos cuando estaba en una manada donde le protegían y cuidaban, su mayor error fue ser un delta, algo que sus padres habían mantenido oculto por varios años hasta que su líder se dio cuenta de ello. Al crecer como un desterrado lo claro de su cabello era motivo de ser atacado o de que quisieran cazarlo para venderlo a algún lobo magnate de algún país donde ver a alguien como él no fuera común, muchas veces había escuchado que lo llamaban hermoso, elogiaban el brillo que su cabello desprendía en el sol o cualquier fuente de luz, adoraban el violeta color de sus ojos y como lo blanco de sus pobladas y largas pestañas parecía buscar hipnotizar y encantar. Pero lo que más atraía del chico era su lobo. Un animal fuerte y del mismo blanco que la nieve, un color tan puro que no podía ser real para muchos, lo violeta de sus ojos siendo más intenso que en su forma humana, su mirada fuerte y determinada, algo que le había mantenido con vida. Un loco albino era cotizado en el mercado negro, por supuesto, ni siquiera los lobos podían salvarse de ser vendidos como mercancía una vez los asesinaban. Esa era la razón de que fueran poco comunes.

La altura de Shi no era un problema para su figura tampoco, su cuerpo delgado, producto de los años que vivió con una pésima alimentación era algo que intentaba mantener con ejercicio, siendo este la razón de que fuera alguien fuerte a pesar de su físico. Poseía también una cintura delgada, algo que también arrancaba miradas en la calle. Finalmente se vistió con lo primero que encontró que pudiera cubrirle del frío, un suéter negro pegado a su cuerpo, con cuello de tortuga, un saco y unos pantalones negros igual de pegados a su cuerpo eran lo que le servirían ese día. Como siempre, sus botas no podían faltar, el joven delta poseía una gran colección de aquellos zapatos, de todos tamaños y formas. Aunque sus preferidas eran unas simples botas de estilo militar que usaba gran parte del tiempo. Delineó sus ojos después de colocar las lentillas que mejoraban su deteriorada visión, nuevamente se observó un par de minutos en el espejo. Las ojeras bajo sus ojos eran más notorias gracias a lo pálida de su piel, para su mala suerte eso solo hacía que la atención estuviera sobre él. Pero esta vez aprovecharía esa atención para su misión.

Salió de su habitación, con una mochila y su celular, listo para tomar algo de comer discutir algunas cosas con sus compañeros y después irse a cumplir la tarea del día. En su camino un joven un poco más alto que él y de tez oscura se acercó, una ligera en sus labios anunciaba que traía buenas noticias.

-Líder, buenos días. Luce radiante hoy- Como respuesta el joven solo recibió una mueca y que Shi rodará sus ojos, acción que desprendió una risa del joven pelinegro -Los centinelas han encontrado dos nuevas manadas en las afueras de la ciudad. Parece que se han formado hace poco, no tienen alianzas y su líder es un viejo alfa que apenas puede levantarse de la cama

- ¿Por qué tendrían un alfa tan inútil para protegerlos? - Cuestionó, llegando a la cocina donde saludo con la cabeza a quienes se acercaban a dar los buenos días. En la cocina tomó una manzana, misma que comenzó a comer mientras seguía escuchando el reporte de su mano derecha

-No estamos seguros, tienen alfas jóvenes, pero creemos que esa es la razón por la que sigue siendo su líder. La mayoría de los miembros son adolescentes, no deben pasar de 16 años. Los más grandes no han llegado a su mayoría de edad, 

-Hm, ¿es así? ¿Atacarlos valdría la pena, Kion?

-No lo creo, mi líder. No representan una amenaza. Por otro lado, la otra manada que encontramos tiene una alfa como líder. Es joven y fuerte, creemos que busca unirse en una alianza con el alfa de otra manada fuerte pero los centinelas no han encontrado el nombre de esa manada.

-Quiero averiguar cuál es la manada que rige esta ciudad de porquería. Y atacarla. ¿He sido claro? Ataquen ambas manadas, desháganse de los alfas, si tienen cachorros tráiganlos, no me importa si tienen que arrebatarlos de las manos de sus madres. Busquen la manada fuerte y traigan más gente. Entre más seamos será mejor, ¿entendiste? -  El beta a su lado asintió con la cabeza antes de alejarse, gritando un par de cosas a la gente para que se preparará para atacar. Shi solo soltó un suspiro, tirando la mitad de la manzana en el suelo antes de revisar que todo estuviera en su mochila. Dark claw era de los principales traficantes de armas y droga de la ciudad, y él era el encargado de hacer que esa mercancía llegara a su destino sana y salva, cerrar los tratos y traer el dinero a su hogar. No podía confiarles esa tarea a muchos, en especial porque algunos de los miembros de su manada eran gamas o deltas que no sabían controlar su naturaleza y aún estaban en entrenamientos. Su mano derecha, un beta que no podía tomar su forma animal, era un ex militar que fue herido en batalla. El primero en caer en su manada tras rescatarlo de las calles, un excelente francotirador y también alguien que no hablaría por más tortura que intentarán hacerle. Y su compañía no era desagradable, en realidad era divertido pasar el tiempo con él.

Salió de la casa, caminando hacia su motocicleta para sacar del pequeño compartimiento del asiento su casco y poder guardar ahí también su mochila, subió al vehículo, arrancando casi de inmediato para dirigirse a la salida del bosque donde su guarida estaba ubicada, lejos de la vista de la gente para que nadie pudiera entrar y perturbar o tratar de atacarlos. No quería que su gente corriera riesgos, los cazadores y centinelas estaban para correr esos riesgos. Y el por supuesto. Mientras conducía fuera del bosque escuchaba los sonidos de este, los animales que por muchos años le hicieron compañía, el viento que soplaba con fuerza y golpeaba el casco, moviendo también las hojas de los árboles. La naturaleza había sido su hogar por muchos años, cuando perdió a su madre y se quedó solo lo único que tenía eran sus primitivos instintos y el bosque para cuidarle. 

“Kiyan”

Ese nombre llegó a su cabeza al pensar demasiado en el pasado, provocando que frenará de golpe sólo para calmar la ola de emociones que le invadieron. No había pensado en el en años, el último recuerdo que tenía de su amigo era verle desde la distancia, con esa estúpida mirada de lástima. Si sentía lástima por él pudo haber hecho algo, pudo haber detenido a su padre de mandarlos a la calle como si fueran perros. Volvió a arrancar la motocicleta con velocidad, dejando marcas en la tierra “Te voy a encontrar Kiyan, te encontraré y te haré pagar todo lo que tu padre hizo”

El viaje terminó pronto así que en poco tiempo logró llegar al punto de encuentro, un edificio de oficinas bastante importante, no le sorprendía que un lugar así buscará comprar drogas o hacer tratos para desaparecer personas, Shi era mejor para hacerlo, eso era su forma de vida.

Estacionó la motocicleta cerca a la entrada del edificio, caminando hasta la recepción e indicando que tenía una cita y que anunciarán que había llegado, pocos minutos pasaron antes de que un hombre de edad avanzada se acercara, indicando que le siguiera y así lo hizo, yendo al ascensor hasta la sala de reuniones, una vez ahí Shi sacó de su mochila la mercancía que llevaba con él, las bolsas estaban separadas, algunas contenían píldoras y otros polvos de distintos colores.

-Ahí está todo. Me encargaré de su otro trabajo una vez salga de aquí con todo el dinero. No voy a aceptar que me dé una parte ahora y otra al terminar, quiere que me deshaga de un pez gordo. Eso le va a costar

-Eres un muchacho inteligente, no temas, todo el dinero está aquí- El hombre extendió un maletín en dirección a Shi, este lo abrió y contó el dinero, sonriendo al ver que era más de lo que había pedido. Siempre agradecía un pequeño extra por sus servicios. Sacó todo para ponerlo en su mochila y colgarla en su hombro. 

Sin decir nada más camino fuera del edificio, su objetivo no estaba muy lejos así que no sería difícil hacerlo rápido. Subió a su motocicleta y se dirigió a la casa, era bastante grande, algo que ya había visto usaban los empresarios, le sorprendía un poco que quisieran matar un empresario humano pero su trabajo no era hacer preguntas por lo que sólo cumpliría su misión rápido y se alejaría de ahí. Estacionó a un costado de la casa, por suerte estaba alejada de las calles concurridas así que eso sería mucho más fácil. De su mochila sacó una mascarilla para cubrir parte de su rostro, sólo por si alguien le veía. Cubrió su cabello con un gorro negro, guardando lo más que podía y sacó un arma, la pistola era bastante simple, un silenciador en la punta se encargaría de no levantar sospechas. Su investigación previa le permitía saber a qué hora estaría en casa su objetivo y en qué lugar de la casa. Los humanos eran predecibles, manejaban sus vidas con rutinas para no enloquecer y rara vez hacían algo que no estuviera dentro de esas rutinas. Camino hasta la puerta trasera en silencio, su naturaleza encargándose de la parte sigilosa, observó por una ventana el interior, asegurándose de poder entrar sin ser visto y abrió la puerta. “Humano idiota, deberías cerrar la puerta sabiendo que hay tantos asesinatos que no han descubierto” pensó para sí mismo mientras se abría paso en la casa. La puerta trasera le dirigía a la cocina, algunos platos sucios le indicaban que en efecto el hombre estaba ahí. A tan temprana hora de la mañana el hombre terminaba su trabajo en su oficina, una taza de café y jazz suave. 

Comenzó su andar en silencio hacia las escaleras, procurando que no se notará su presencia, el lugar era más grande de lo que creía. Se detuvo fuera de la oficina del hombre, escuchando lo que hacía, entró de forma rápida, casi corriendo hacia él, un humano no podría ganarle en velocidad a un híbrido como él. En un instante el arma estaba en su cabeza y en otro el cuerpo del hombre yacía en el suelo sin vida. Tomó una fotografía y la mandó al viejo que le contrato, cerrando así el trato, bloqueo el número y lo eliminó. Era mejor si no había nada que pudiera unirles. Salió de la oficina con el mismo silencio con el que había entrado. Pudo salir sin ser visto por nadie, cerró la puerta de la casa y se dirigió a su motocicleta, soltando un suspiro en el proceso.

Guardo todo en su mochila nuevamente y subió a su vehículo, necesitaba distraerse. El trabajo del día estaba terminado así que por ahora podría relajarse. Subió a la motocicleta y se dispuso a conducir lejos de aquella casa, no lograba sacar de su cabeza el pensamiento de Kiyan, ¿por qué había vuelto a él? ¿Tal vez la pelea con el alfa lo había provocado? No tenía idea. Sus pensamientos estaban tan perdidos que no se percató del auto que se venía acercando con velocidad hasta que sintió el golpe con fuerza. Su visión estaba borrosa, un dolor intenso se abrió paso por su cuerpo mientras intentaba no perder el conocimiento, aunque eso era algo que no estaba logrando.  Escucho un par de pasos y manos sobre su cuerpo, sintió como le retiraban el casco, su visión intentando enfocar a quien le estaba intentando ayudar. Lo único que pudo detectar era el aroma de un alfa que le tomaba en brazos, se removió un poco para intentar que le soltase, no deseaba la ayuda de un alfa, lo último que quería era tener que deber un favor a un alfa, pero ahí estaba, sin poder hacer más que dejarse llevar al perder la conciencia. 

Lo último que pudo hacer fue pedir que no lo llevarán a un hospital y un agradable aroma inundando sus pulmones con el intento de calmarle. 

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