La noche del compromiso

Por fin llegó la hora de salir a la casa de los Castro. Astrid junto con papá y mamá salieron antes de las cinco en un auto que vino por ellos desde la casa de Chico Castro. Era verde oscuro y no tenía techo. Mamá y Astrid usaron pañuelos para sus cabezas, así no se despeinarían. De modo que después de estar listos los demás: Gilberto, Milagros, mariana, Gonzalo y yo, además de parte del servicio de la casa para que colaboraran en el evento se sumaron a nosotros Auxiliadora y Harold. No íbamos tan incómodos y disfrutamos el viajar apretados con Gonzalo al volante. A mí me tocó la ventana de la derecha en la parte posterior. Desde ahí vi como a pesar de que comenzaba a oscurecer había hombres en las vías realizando trabajos. Grandes máquinas hacían mezclas, donde antes había tierra o piedra como camino ahora lo formaba asfalto y en otros pasillos baldosas de arcilla bien colocadas. El río a lo largo de la capital corría limpio y comenzaba a verse tenebroso tras la oscuridad que caía. Latas llenas de combustible y aceite hacían de lámparas. Lástima  que el trayecto no fuera más de treinta y cinco minutos.

Bastó llegar a la entrada para deslumbrarnos. El camino estaba iluminado desde las alturas por medianas lámparas  redondas. Este compromiso no era solo un encuentro familiar, era lo que la familia Castro hacer debido a su estatus social.

–¡Vaya! –Gilberto sacó la cabeza para ver todo mejor. Autos, varios autos, algunos sin capota, muy nuevos, en diferentes colores y tamaños. Otros grandes.

No solo yo estaba muy sorprendida. Durante el tiempo que esto se organizó nunca formé parte de los preparativos. Yo era su hermana contemporánea, pensé que sería una reunión íntima lo que habría, más no era así, debí imaginarlo después de que mi madre nos llevara a comprar ropa a Milagros y a mí. Hoy todos, hasta los varones vestían de beige, hasta mi padre un color crema liso y brillante.

Auxiliadora y Harold vestían de negro y cuando bajé del auto noté que había más como ellos. Pude identificar a Meche, Ismenia y Domingo, quienes formaban parte del servicio Castro. Domingo nos abrió la puerta en cuanto Gonzalo apagó el motor.

Estas eran las sorpresas más pequeñas, pues luego vi vestida de crema y negro, con una amplia y cálida sonrisa a Nilda. Ella, ella que durante semanas estuvo en mis sueños, o mejor dicho mis pesadillas. Ella que cuando se aparecía en la casa sonriéndome me inquietaba. Ella, ella estaba en la casa de su amante.

–Qué bueno que ya llegaron, su madre los espera en la sala, todo ha quedado estupendo.

Podía verlo y oírlo. Desde afuera escuchaba el vals de la orquesta.

–¿Estás aquí con Pablo? –Le pregunté mientras ella me alisaba el vestido y me componía el tocado.

–Oh no querida. Pablo nunca vendría a la casa de Chico Castro.

No sé si notaba mi nerviosismo por haberla encontrado ahí. Pasó ahora a Beto, le arregló el cuello de la camisa y aseguró el pool over.

–Sus razones tendría. –Dije y ella sonrió sin mostrar algún cambio en su ánimo, por un momento dudé que lo que vi hace siete meses fuese cierto.

–Sí, Pablo  es un gruñón  al que no le gusta salir de la hacienda, pero yo estoy aquí para ayudar a su madre. Sean educados y obedientes.  Mariana ya hablamos en casa espero lo recuerdes.

¿De qué hablarían? ¿De cómo se alborotaba frente a los Castro?

–Entren ya, por favor.

Tenía sobre los hombros un chal negro, la boca roja y ojos maquillados, estaba muy bonita, olía bien y se desenvolvió bien entrando a la casa con nosotros a su lado. Su falda era negra hasta la rodilla, holgada pero sinuosa, su blusa de seda beige brillaba, mangas cortas, botones brillante.

A medida que entrabamos la música sonaba más fuerte. El salón había sido desocupado, nuevas lámparas iluminaban desde los rincones, sillas regadas color blanco con algún detalle se esparcían y la banda tenía un lugar donde solía estar el gran comedor. Los ojos de nosotros no se cansaban de recorrerlo todo. Por lo menos cincuenta personas ocupaban el lugar, llevaban copas en las manos, otras abanicos, conversaban, reían, el ambiente era de mucha clase.

Al primero que vi fue a Eugenio. No podía fingir que me sentía como una extraña y así como me sentía lo encaré, acobardada. El y su hermano vestían de azul marino, flux entallados, zapatos pulidos, cabello engominado.

–¡Ahh, ya llegaron! –Nos cortó el paso Chico, sonriente. Traje azul, ojos brillantes, dientes perfectos. Nilda se hizo a un lado. –¿Cómo están? Bienvenidos, solo faltaban ustedes. ¡Tú muchacho! ¿Qué tal las carreras?¿Qué es lo que le dices a ese caballo para que corra tan fuerte?

Gonzalo sonrió mientras estrechaba la fuerte mano.

–Es un secreto señor.

–Algún día tendrás que decírmelo.

–¡Mamá! –Beto nos espabiló alejándose, reaccionamos todos. Papá estaba hablando con varias personas, mamá, Astrid y Santos estaban muy cerca de ellos, felices.

–Hola, se tardaron un poco, qué bueno que ya llegaron.

–Sí, discúlpanos mamá.

Respondí mirándolas. Mamá lucía muy joven y bonita, Astrid vestía de rojo, un traje que destacaba su delgada silueta, a su lado el enamorado embobado la miraba.

–Buenas noches hijos.

–Papá ¿cómo te sientes? –Fui junto a él.

–Bien Virginia, gracias por preguntar.

–Ah ya están aquí tus hijos Trina. –Apareció la señora Consuelo y noté como miró a Mariana, también su madre lo notó a la distancia. –Hay suficiente comida, postre y cocteles para ustedes, siéntanse en su casa. También hay suficiente juventud para que compartan.

Sí, ya lo había visto. Los amigos de Ramiro y Eugenio nos recibieron con sus miradas y minutos después, a pesar de todo lo hablado, Milagros, Beto y Mariana se unieron a ellos.

Gonzalo como yo permanecimos junto a nuestros padres, escuché cada una de sus conversaciones, la bolsa, las lluvias para las cosechas, los viajes, los precios del petróleo, la moda en París, los niños de África, la fuerza Estado Unidense, las bananas y plátanos gigantes, los  puentes, autopistas y caminos en construcción. Proyectos de estudio frustrados, la libertad de expresión, Flor…¿Flor?

Cuando Chico dijo su nombre y la vimos aparecer no lo creíamos. Por supuesto mamá y Astrid los sabían, no se asombraron para nada.

–Ven hija, saluda. –LA orquesta tocaba un merengue suave, el cantante no sabía que el corazón de mi hermano se había detenido. Que sus ojos oscuros no daban crédito a lo que veían, que el sudor en su frente y cuello delataban su impresión. Ella, su Flor estaba ahí, vestida de rosa tenue, muy parecida a charlestones, su cabello suelto y largo llegaba a las nalgas seguramente, hermoso, rojo tenue. Para nada parecía nerviosa, claro, ella ya sabía que vendríamos, sabía que vería a mi hermano.

–Es una suerte que sea su hermana, ya Blanca Nieves no es la más bella.

Comentó Milagros junto a mí al ver aparecer a esta nueva Flor que se acercaba.

–Buenas noches a todos. –Nos saludó y completó con un beso en la mejilla hasta para Gonzalo que no pudo moverse. –Milagros que grandes estas, acabo de ver a Beto, ¡esta precioso! Y tu Virginia eres una belleza.

–Gracias. –Correspondí a su saludo, era muy sincera.

–¿Cuándo llegaste? –Rompió con ronquera Gonzalo.

–Ayer. No podía perderme el compromiso de mi hermano y recordaba muy bien a Astrid. –Tomó la mano de mi hermana y le sonrió simpática.

–Estamos felices de tenerte de vuelta.

Raro momento.

Amigas de Astrid también asistieron. La noche transcurría, comí y bebí un rico ponche, siempre tratando de alejarme de los Castro.

De vez en cuando veía a Nilda, conversaba yo con algunas amigas que también habían ido y aunque trataba de cruzar mirada con mi hermana, siempre era inútil. Astrid compartía con mucha gente, menos conmigo.

Accedí bailar con Beto una especie de cha cha cha, ambos lo hacíamos muy bien juntos, de hecho siempre buscábamos excusas en la casa para bailar, no puedo negar que la pasaba bien. Cuando giré en una oportunidad noté como Ramiro y Eugenio me observaban y luego vi como desaparecían, por una de las puertas laterales del salón, Gonzalo y Flor.

REENCUENTRO DE GONZALO Y FLOR

–No pienses que accedí a salir contigo aquí para quitarle el pausa a lo que tuvimos Gonzalo. –Abordó de una vez Flor cuando se encontraron solos, en mitad de la noche tibia y el sonido de aves nocturnas. Gonzalo solo veía en ella lo que tanto había querido ver y le parecía perfecto ahora que la música en el interior era un bolero. –Lo hice porque es evidente que tu madre o tu hermana no te dijeron que había regresado y ya no soportaba tu mirada sobre mí. –Después de casi cuatro años Flor estaba ahí. Hermosa, más grande, perfumada, con un cabello increíblemente largo, actitud segura.–Aunque para ser honesta no entiendo tu sorpresa, esta es mi casa y éste un agasajo para mi hermano mayor. –Su boca como siempre brillaba roja, carnosa, rodeada por enjambres de pecas que se perdían en ojos verdes brillantes. –Además el tiempo ha pasado, suficiente para que olvidemos.

– ¿Tú me has olvidado? –Dijo por fin quedando helado. El aún no lo hacía, a pesar de que lo intentó durante largo tiempo visitando a otras mujeres.

–Por favor Gonzalo, no seas infantil, esto no le conviene a nuestras familias, menos ahora que van a unirse en matrimonio.

– ¿Me olvidaste Flor? –Se acercó a ella. Muy cerca, podía olerla mejor y hasta sentir sus senos.

–Mejor entramos, no quiero que se pregunten dónde estamos.

Se iba, pero él la detuvo por el brazo y la hizo girar.

– ¿Si me olvidaste Flor? Porque yo no.

–Ese es tu problema Gonzalo. Tal vez sea porque te quedaste aquí.

–Te hubiese seguido a ese país de haber sabido donde estabas.

–Yo fui a estudiar, a superarme y suéltame por favor. –La obedeció. –No esperaba que me siguieras.

–Siempre pensé que te obligaron a marcharte, fue la impresión que me dio cuando nos vimos por última vez y me dijiste que me amabas, tú me lo dijiste.

–Tenía quince años.

–Entonces no fue así. –Siguió sin dejar de mirarla de frente. –Y sí, superarse es muy importante, tienes razón. Me han alentado a tomar cursos de contabilidad y pienso hacerlo, papá necesita de mí en la hacienda.

–Me alegra que lo notes. –Ella estaba tan serena, como si su presencia no la inquietara, no como le pasaba a él que apenas podía respirar. –Ahora tengo que volver.

–Yo no logre olvidarte Flor. –Insistió, debía tener una esperanza. –Siempre guardé la ilusión de verte, de que fuésemos mayores y pudiésemos decidir por nosotros mismos lo que deseábamos.

–Yo lo decidí hace tiempo Gonzalo, estoy por terminar mi carrera y deseo establecerme aquí después de eso, tener una galería, valerme por mí misma.

–¿Eso fue lo que decidiste? Yo no hablo de esas decisiones, hablo de ti y de mí Flor, de lo que fue, de lo que podría ser si…

–Tengo que regresar. –Esta vez no pudo detenerla, ella abrió la puerta y entró dejándolo con el corazón infartado.

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