En víspera

Aquel día, no cabía duda que era uno muy importante para nuestra familia. Si lo era. Éramos cinco hermanos, y nuestra hermana mayor  estaba dando quizás uno de los primeros pasos para una relación seria. Nuestra familia, la familia Rivero Herrera no contaban con muchos matrimonios en sus haberes, solo unos pocos, entre esas las de mi padre según sé y quizás, tal vez ahora la de mi hermana mayor Astrid.

Astrid, era la mayor de las hembras, antes de ella nació Gonzalo y podía considerarse, de hecho muchos lo pensaban, afirmaban y lo decían, que Astrid era la muchacha más bonita de Caracas, del país según algunos. No solo se trataban de sus facciones, que se arrimaban tal vez a los gestos de mi padre, si no en una expresión angelical, un no sé dulce en su mirada, aquel dejo en sus manos para retirarse el cabello de la cara y su caminar o más bien su flotar. Mamá estaba orgullosa de todos sus hijos, supongo, pero de Astrid mucho más y no la culpábamos, por lo menos yo no la culpaba, era como si se tratara de su gran obra de arte, de su noche estrellada, de su quinta sinfonía, de su opera saca lagrimas o de su obra premiada. No hacían diferencias en ninguna cosa con nosotros, pero si era cierto que Astrid era muy muy bonita y más de una vez algunos jóvenes se habían acercado para llamar su atención, pero quedaron por siempre descartados pues Astrid apenas cumplía la mayoría de edad.

En vísperas de la visita de su familia a nuestra casa, cada uno de nosotros hacía pues lo que tenía que hacer. Y no solo hablo de la familia, nosotros los cinco hermanos, hablo también de los trabajadores, servicio, peones y vigilantes de nuestra hacienda.

Madre e hija levantaron la cabeza cuando la puerta principal chocó contra el marco, se cerró y salió polvo que flotó contra la luz del sol que se colaba por la ventana a la izquierda de la sala. Ambas certificaron que era él y se volvieron cada una a lo suyo. La madre a seguir friendo el cochino en la cacerola y la hija sentada en la mesa pequeña cuadrada, tejiendo una cinta color crema que le serviría para lucirla en la cabeza.

         Pablo Torres soltó al piso una montura y después caminando despacio, comenzó a quitarse la chaqueta mojada por la lluvia que desde temprano caía a pesar del sol que luchaba por reinar en el cielo llano que servía de techo a toda nuestra hacienda.

Pablo era un gran trabajador, se levantaba muy temprano para hacer sus labores y a verificar que el resto hiciera lo mismo. Su responsabilidad en la hacienda era como algo de tradición, su padre se ocupó antes de algunas tierras cercanas y ahora él hacía lo mismo con la de mi padre, eran algo contemporáneos los dos, sin embargo, papá no dejaba de ser el patrón.

Pablo Torres iba a caballo en sus recorridos, a pesar de que mi padre comprara una camioneta con barandas para que se le hicieran más cómodos los recorridos, pudiera cargar mercancía o simplemente ir y venir.

La mayoría de las veces iba en su caballo o buscaba una carreta, era una costumbre de sus padres, de sus abuelos y sacarse una costumbre que alejaba las caricias a las hebras del animal, para cargar con un trapito que limpiara la superficie del ruidoso vehículo no iba mucho con él.

Pablo Torres le hablaba además a su caballo de ida y de vuelta, solo en los recorridos tempraneros no le quedaba otra que hacerse amigos, ¿qué le podía decir a la camioneta? Acaso lo calientica que estaba siempre.

–Y para colmo llueve. –Dijo de mala gana ya muy cerca de la cacerola y su mujer, conocida por allá en una visita que hizo a Valencia, a la casa de una tía muy enferma. Tenía ya veinticuatro años y ella estaba señorita en su casa esperando esposo. Se vieron en esa casa de la tía enferma, se gustaron y como ya su papá estaba mayor y deseaba nietos se la llevó, se casó y bueno ahí estaban. Con el tiempo, a medida que fui creciendo y  tuve mis propias experiencias me pregunté qué tan felices eran.

–Llovió temprano, ya en dos horas se secan los caminos, se secan los montes y las piedras. –Respondió su mujer apagando la cocina. Ni lo miró, antes lo miraba mucho, ahora simplemente estaba ahí y no cambiaría eso. Ella también se despertaba temprano. A veces, me enteré,  a Pablo le gustaba el sexo mañanero y lo complacía sin disgusto. Tenía el pulso para agarrarla, aunque carecía de interés posterior al acto. Detalle importante para una mujer.

Tomó los platos para servir. Sin dejar de hacer lo que hacía, Marianita apenas si escuchaba.

–El cielo no avisa más lluvia.

–No avisa, ya te dije y para cuando lleguen los Castro la hacienda estará reluciente, como quiere la señora Trina.

–Ojala se muden las nubes para El Hatillo y las lluvias no los dejan llegar.

–¡Por favor Pablo ¿qué es eso?!

–¡Que no quiero que vengan!–Admitió y se fue a sentar en la misma mesa donde estaba su hija haciendo su tejido y que si se perturbó por lo que acababa de decir su papá–Y se lo he dicho al señor Pedro, que la niña Astrid se haya fijado en el hijo de un Castro ha sido lo peor.

–¿Y quién eres tú para opinar sobre eso Pablo? –Nilda se paró con la olla en la mano. –Vas a conseguir un regaño por entrometido.

–Lo hablé con el señor, y el señor es amigo, además tampoco le hace mucha gracia emparentarse con un Castro.

–Un Castro es como cualquier hacendado de Caracas, de los llanos, de occidente.

–Un Castro es un ambicioso hambriento que además apoya a este gobierno.

–Shh, cállate Pablo, tus temas harán que esta noche nuestras expresiones nos delaten.

–¿Esta noche? –Pablo vio pasar el plato a la mesa con cubiertos adentro, arroz, cochino frito con salsa, papas y una bola de plátano verde. –¿Y tú que vas hacer esta noche frente a esa gente?

–La señora Trina nos invitó a participar.

–¡Mujer si lo hizo fue por cortesía!

–Yo iré con Milagrito papá, ella me invitó. –Habló Marianita por fin.

–¿Tu? –Se atragantó con la comida. –Tu no harás nada esta noche ahí. Es una reunión de las familias, casi formalizando un noviazgo y es entre Riveros y Castro, los Torres no hacen nada ahí.

Eso no le gustaba para nada a Mariana, siempre compartía tiempo con mi hermana y ambas eran muy traviesas, un poco más extrovertidas de lo que quisiera admitir pero muy buenas amigas. De no estar ella presente la noche no sería lo mismo para Milagros, yo no compartía los temas de sus pláticas y los varones estaban en sus asuntos.

–Ya tengo el vestido listo sobre la cama papá. –Refutó la niña de doce años.

–Pues Marianita, ahí se quedará tu vestido. Ya sé que lo que quieren es juguetear al coqueteo con la comitiva Castro.

–¡Por favor papá, déjame ir!

–Pablo la niña Milagros no tiene otra amiga y estas reuniones siempre dejan de lado a los niños.

Ya Marianita había soltado algunas lágrimas y había detenido su tejido de las cintas.

–La niña Milagros tiene que estar ahí porque ella es una Rivero, una de las anfitrionas. Por más que compartamos con ellos no somos parte de su familia.

–Si estorbásemos la señora Trina no nos hubiese invitado papá, tú vas a estar.

–Yo voy a estar en la llegada no en la cena, no tenemos lugar hoy ahí. –A pesar de la molestia no se negaba los bocados del almuerzo.

–No creo que esté bien hacerles un desaire. Milagritos es mi amiga papá, vamos juntas al colegio y todo.

–Al colegio van todas juntas si salen de aquí, no solamente ustedes dos.

–Ya, tranquila Mariana. –Nilda levantó ambas manos en posición cansada. –Para la noche faltan horas.

Pablo se encogió de hombros y las miró apenas a ambas. Mariana era su única hija, después de ella Nilda tuvo dos perdidas y ya no se embarazó más. Pablo se quedó sin el varón que siguiera su trabajo en la hacienda, a pesar de que muchos decían que muy pronto la ciudad destruiría los campos.

La niña corrió a su cuarto, cuarto  solo para ella, como muy pocas podían tener por ahí. Milagros y yo compartíamos habitación.

–Hoy es un día de fiesta Pablo, ¿a cuantas fiestas puede ir Mariana o acaso ver de lejos?

–Que espere la mayoría de edad y no se mezcle con extraños

Nilda se sentó junto a su esposo y le tomó el brazo.

–Se había hecho ilusiones, son niñas.

–¿Y tú también, me refiero a si te habías hecho ilusiones?

–¿Yo? No y si quieres no voy.

–Tampoco vas a fiestas, casi ni sales.

–No estamos hablando de mi si o de la visita de los Castro y sé que no te gustan pero solo será por esta noche, ya para mañana al medio día no estarán.

–Estarán todo el tiempo si se casa la señorita Astrid con ese joven.

–¿Casarse? Apenas se están conociendo, se harán novios y no creo que sean tan malos si el señor Pedro le dio permiso de pretenderla.

–Chico Castro le tiene la garganta agarrada al señor Pedro, él tiene el mercado de los venenos y semillas, la distribución de carne, de hortalizas y que se yo que más. Las Mercedes quiere modernizar y el señor Pedro cree que debe vender antes de perder.

–Nadie en este país se niega a enjuagarse la boca con café y eso sobra aquí.

–Pues el modernismo quiere arrimar el café a los márgenes.

–Deja entonces que ellos se preocupen por eso y permite que Mariana acompañe a Milagros hoy.

Solo masticó y la miró. Si pudiese acelerar el reloj, si pudiese soplar las nubes y mandarles lluvia, aunque llegarían conduciendo sus carros último modelo.

Miró a su mujer, tenía los ojos tranquilos, marrones claros, alargados, parecía tranquila ante la situación que a él lo inquietaba, lo que no sabía Pablo y luego supe yo era que Nilda también estaba inquieta por esa visita familiar, pero debía callarlo. Pablo pensó entonces que si era inevitable que Marianita fuera lo  mejor era que su madre también estuviese y la vigilara.

En las mismas vísperas, en el interior de la casa, estaban mis padres. Mamá se había esmerado en el arreglo de toda la casa, la comida, bebida y los aperitivos con el fin de que todo quedara digno de un agasajo que daría inicio quizás a la relación de un Castro con una Rivero. Por supuesto que nuestro apellido no era tan renombrado como el de Chico Castro, además su simpatía y carisma lo hacían sobresalir socialmente del resto de los hacendados y tal vez políticos del país. No se sabía cuándo bromeaba o cuando hablaba en serio, bueno si no lo conocían bien porque para mi padre cada uno de sus gestos eran muy bien reconocidos.

 –¿Qué te pasa? ¿Volviste a sentirte mal? – Mamá iba de un lado a otro por la casa aún desde muy temprano, cuando entró al cuarto y vio a papá  sentado en la cama sosteniéndose la cabeza, se preocupó. Papá se había sentido mal  del estómago las últimas semanas  y a pesar que ya se había aliviado, era preocupante ver a un hombre tan fuerte y sano siempre doblado por un fuerte dolor.

–No, no, estoy bien. – Papá salió de su encierro mental  y se frotó los ojos, luego enfocó a mamá apartando sus cabellos lisos de la cara con algunas canas en la parte delantera.

–¿Entonces? ¿Qué te pasa? –Mamá fue hasta él y aunque le dijera que estaba bien le puso la mano en la frente y buscó sus ojos casi negros.

–Me quedé pensando nada más Trina.

–¿En qué? –Tomó asiento junto a él en la cama. Ya estaba vestido para salir, es más, casi no había dormido durante la noche y concilió el sueño casi a las cuatro de la madrugada, después tuvo pesadillas y ahora le pasaba factura el trasnocho.

La mujer a su lado, mi madre, si había dormido a placer, tranquila, por lo menos a ella no le perturbaba la idea de recibir ese día a los Castro, al contrario, arregló toda la casa con suma atención para la visita, se trataba de su hija Astrid, y eso la llenaba de orgullo.

–No estoy muy convencido del romance entre Astrid y el hijo de Chico Castro. –Trina lo miro pendiente. –No es mal muchacho y tampoco lo conozco mucho pero…

–Por favor Pedro. –Mamá se levantó y lo dejó expectante en la cama. –No debes ya darle más vueltas a eso. Apenas es una visita cordial y no es la primera vez.

–Es la primera con toda la familia, vendrían todos para que nosotros los agasajáramos. –Se levantó y fue hasta la ventana, a través de ella veía la entrada de la casa y el frente de la hacienda.

–¿Y qué tiene de malo? Hace tiempo que no tenemos aquí una reunión con gente de otro lado. Hacer comida para lucirnos, decorar el frente, traer música que no sea la de los muchachos, hablar con otras señoras que se relacionen. Creo que no lo hacemos desde el bautizo de Milagros.

Creo que mamá exageraba. Si habíamos tenido otras reuniones pero no de gran envergadura. Ahora esta señora, elegante por naturaleza, de cuello altivo, rasgos distinguidos, tenía la oportunidad de mostrar a su hija de dieciocho años, de que supieran que los otros partidos no habían significado nada pues no daban la talla para la hermosura y delicadeza de nuestra hermana. Yo pensaba, que por edad, la siguiente era yo.

–Bueno si, eso lo sé. –Se volteó a verla otra vez. Contemplo los ojos claros de mamá, su rostro redondo, cabello castaño ondulado al hombro. –Pero Astrid es tan joven.

–¡Tiene dieciocho años! Está más que lista Pedro y encontró un muchacho muy amable, bien parecido.

–¿Te parece bien parecido Santos Castro?

–¡Sí! Si a Astrid le gusta, si está enamorada de él yo lo encuentro bien.

–Es que…no sé…se dicen tantas cosas de Chico.

–Chico ha demostrado que te apoya Pedro. –Mamá giró por la habitación. –Siempre ha querido acercarse y ahora nuestros hijos se han enamorado o se gustan. Tú y yo nos enamoramos muy jóvenes también. Yo apenas tenía diecinueve cuando nos casamos. Astrid estará bien,

–Bendito el día que dejé a Astrid asistir a esa feria.

–Pero ¿qué crees que iba a pasar? Astrid es la muchacha más bonita de Caracas, es…es una princesa, es delicada, es educada. ¡Por supuesto que se fijarían en ella!

–¡Eso! –Pedro la interrumpió. –Educación…yo hubiese querido que estudiara. La hija de Chico está en el Norte estudiando.

–Pero ella solo te dijo que le gustaba Santos Castro Pedro, que él quería pedirte permiso para visitarla, no sabemos si se casarán luego, por favor, solo concéntrate en atenderlos bien hoy, que se llevan la mejor impresión de la casa y la familia.

–¿Y lo que dicen de Chico y el presidente?

–Eso es su problema no el nuestro Pedro. –Trina lo tomó de las manos suplicante mirándolo a los ojos casi negros redondos. –Hoy solo atendámoslos.

Todos saben lo valiosos que son las hijas para sus padres. Para esos padres honrados, querendones y protectores, como lo era el mío, si era severo a veces, sobre todo con los varones, pero con nosotras era amable y no quería que nos casáramos mal. Santos Castro no era un mal partido, para nada, pero ¿era suficiente para nuestra Astrid?

–Sí, quizás tengas tu razón. –La abrazó fuerte tratando de cambiar su pesimismo. Mamá estaba convencida de que tenía razón, sin imaginar que tal vez la vida tenía otra cosa planeada.

Astrid todavía no lo creía. Todos los días soleados de la semana y justo hoy, cuando vendría la familia de Santos, llovía desde la madrugada.

Se sentó frente al espejo para mirarse. El vestido que usaría esa noche ya estaba sobre la cama, minutos antes Charito lo llevó por orden de mi madre y lo dejó arregladito ahí.

Por el espejo lo vio y bajo la vista para contemplar los zapatos perlados con un poco de tacón. Se pintaría de rosa porque el vestido era color guayaba tenue con bordados en la parte de abajo y un cinturón de seda del mismo guayaba pero más fuerte. Lo compró ya hacía cuatro días, fue con mamá al centro para escogerlo, debía estar esplendorosa para recibir a la familia del que quería fuese su novio: Santos Castro. Sonrió sola nada más pensarlo. Había sido tan cortés y dulce con ella luego de que se vieran en la feria. Ya claro se conocían, eran algo así como contemporáneos pero él nunca se le había acercado de esa manera, quizás la veía tan joven para él que tenía veinte años ya. El día de la feria llevaba tres semanas de cumplir los dieciocho y fue muy arreglada, de manera que el rubio, casi pelirrojo se fijó de inmediato en ella. Las mejores familias se encontraban en la feria del café y ella le insistió a su padre para que la dejara ir con su hermano Gonzalo, Harold y Tomás que eran trabajadores de la hacienda. Novio encontraría, estaba segura, no había de otra, la feria estaba a reventar. Claro que ayudó a los muchachos  a bajar todas las cosas y atender con respuestas a los que se acercaban a su stand. Al poco tiempo llegaron los Castro. Los tres hermanos, Santos, Ramiro y Eugenio, los dos menores ni la notaron, eran algo arrogante como hubo un tiempo también lo fue Santos, solo que algo lo hizo cambiar luego que fuese a estudiar contabilidad. Era el ayudante de su padre en la hacienda desde las finanzas, era su hombre de confianza a pesar de que tenía a muchos trabajadores de años de servicio. Se sentía responsable por el bienestar de la familia y de la manera en que la miraba, pues Astrid entendía que se habían flechado.

–¿Cómo estás? –Le preguntó mirándola, jugando en sus dedos con una hojita de alguna planta.

–Bien. –Respondió con media sonrisa,  mirándolo de soslayo, su hermano mayor estaba ocupado, era el momento propicio.

–Muy bonito todo aquí. –Esta vez sí se atrevió a mirarla por todo el rostro, sus mejillas rosadas, lo bonita de su boca de frutica fresca, ojos almendrados que lo tenían cercado y el cabello con pequeñas ondulaciones como rozaban indiscretos parte del cuello y luego los hombros.

–Uju. –Ahora le mostro parte de su dentadura. Se habían visto antes pero ni se hablaban. Verlo un poco nervioso y destruyendo la hojita la hacía sonreír.

–Como tú. –Se decidía por fin a decírselo. No había otra más bonita ahí, delicada, apenas real. Tan dulce como la miel que sacaba Dorita para untar los panes, verter sobre panquecas y lucir sobre las nubes de claras batidas que delicadas adornaban los pasteles. Antes la había visto, pero siempre estuvo ocupado para abordarla y por otro lado otros asuntos familiares terminaron alejándolo de ella. Este día los aromas del café que abundaba en su stand la rodeaban, parecía una bruma color marrón que disparaban chispas en combinación con su cabello y como nunca antes deseo tomarse uno muy cargado, uno de ella, que su mano se lo entregara no antes de tomar ella y él poder colocar sus labios donde estuvieron los suyos. Se aceleraba el paso de las personas que iban y venían, sin embargo, ella estaba ahí de pie, en cámara lenta sonriéndole después de escuchar su cumplido.

Luego de ese día se vieron en el bautizo de la hija de Lupita Flores. Astrid tuvo que venirse temprano porque la hicieron asistir con nosotras y mi hermana milagros junto con su mejor amiga Mariana no se portaron muy bien.  Yo la pasé sentada pendiente de esos tríos que salían a tocar, sus guitarras me adormecían, el sonido romántico de la mandolina y algunas veces el violín me entretenían siempre, sin embargo, ellas todo el tiempo coqueteando con los jóvenes que asistieron. Yo no me enteré mucho pero sé que  Mariana sobre todo trataba siempre de hablar o estar cerca de Eugenio Castro que tenía trece años y aparentaba unos dieciséis, cabello con tonos más rojos y ojos casi transparentes, lo adornaban unas pecas en las mejillas y una boca de dientes un poco pronunciados que a él le sentaba muy bien. A pesar de sus trece años aparentaba una madurez que ni el mismo Ramiro, el hermano mayor. Yo no fraternizaba mucho con ellos, mucho menos con Eugenio, siempre miraba de una manera muy directa y me decía Virgi, no sé, Eugenio no era mi tipo de amigo. Lo cierto es que de no haber sido por ellas nos habríamos venido pasadas las diez. Total ahora teníamos carro y llegábamos más rápido a todos lados. Harold nos llevó y ya a las siete estábamos en la casa, así que Astrid habló muy poco con Santos.  Se alejaron al jardín de la casa y caminaron al principio alejados uno del otro, pero después de veinte pasos muy lentos se acercaron un tanto más, hasta que sintió como su mano rozaba la de ella. Él era alto, bajó la mirada para verla como ella lo miraba, igual de coqueta y etérea como la primera vez que la vio en la feria. Desde esa vez, hacía ya dos semanas no dejó de pensarla y aguardar la primera oportunidad para asistir a una reunión donde ella asistiera. Por como ella actuaba era correspondido, de manera que se atrevió a rozar sus manos y sentir su respingo.

–Me gustaría verte más seguido. –Le dijo deteniéndose frente a un rosal, tuvo que aclararse la garganta antes de hablar.

–A mí también. –Ella no podía evitar sonreír. Eran los nervios que le provocaban esas sonrisas libres de expresarse. No las controlaba.

–Para hacerlo tengo que pedirle permiso a tu padre. –Ella solo asintió y volvió hacer ese gesto de mirarla como gatica acariciada. –Tendrías que arreglar tú los detalles. Estaré disponible cuando tú digas.

–Aja. –Sabía muchas palabras pero ninguna podía articular. Tal vez debió ser menos fácil pero para nada le inspiraba desconfianza, le gustaba mucho sin que fuese una belleza, su caballerosidad, su gentileza, la manera en que esa tarde el cabello le brillaba bajo el sol entre amarillo y rojo. Como olía a un pachulí muy fino, su aliento que ahora caía sobre ella con el dulzor del ponche que les brindaran, en el fondo la música que tocaba el trio.

–Entonces espero noticias tuya…Astrid. –Sonrieron. El arrancó sin permiso una de las rosas rojas muy gorda, muy roja, muy perfumada y se la entregó. Se la acercó antes a la nariz para que la oliera y cuando ella lo hizo y lo miró una erección inevitable comenzó.

Astrid terminó de alisar su cabello castaño y colocó el cepillo sobre la peinadora. Cuando iba a levantarse tocaron a su puerta.

–Pase. –De inmediato se abrió la puerta y entró Gonzalo, nuestro hermano mayor. Ya ella sabía más o menos a que iba y se arrepintió de no haber tenido una excusa.

–¿Te interrumpo? –Gonzalo entró y cerró, se quitó  el sombrero y se alisó el  cabello negro algo largo atrás.

–No hacía nada más que mirarme al espejo. –Le respondió encogiendo los hombros y su hermano pensó en que claro, con lo bonita que era. Su madre siempre la alababa y menos mal las otras hermanas lo tomaban de buena manera porque en ocasiones se excedía.

–Yo quería hablar contigo antes…antes de que llegara la gente. –Jugó con el sombrero en la mano.

–¿Sobre qué? –Astrid giró en la sillita para verlo de frente.

–Sobre Santos. –Puso la mano de frente en señal de alto–No vengo otra vez a pelearte nada, solo quiero que lo pienses bien, la familia Castro…

–Es como cualquiera Gonzalo. Mi padre ha ido de viaje inclusive varias veces con Chico Castro.

–Por asuntos de negocios Astrid, pero no nos relacionamos más allá. Nuestras creencias a nivel social, familiar y hasta política son  muy diferentes.

–Eso no te parecía cuando tú quisiste relacionarte.

–Y ya vez lo que pasó, me lo impidieron.

–Flor tenía quince años Gonzalo, es natural que su padre no aceptara un matrimonio entre ustedes.

–¿Crees que en realidad fue por la edad? Chico Castro no quería que su hija se emparentara conmigo porque tenía ya diecisiete años y había dicho que no iría a la universidad. –Gonzalo lanzó el sombrero sobre la cama de su hermana con rabia. –¿Y dónde está ella ahora?

–Está en Nueva York estudiando historia del Arte, ella así lo quiso.

–¡Ella quería estar conmigo! –Casi gritó.

–Era una niña Gonzalo, ya de eso hace tres años y no quiero ni que lo mencionemos.

–Yo temo por ti hermana. –Se acercó y le tomó las manos–porque quieran tomar represalias por lo que pasó con Flor y conmigo.

–¡No digas tonterías Gonzalo! –Astrid se levantó y lo espantó con las manos–Ella ya está donde querían sus padres o quería ella, le va muy bien, ¿qué tengo yo que ver? ¿Qué tiene que ver Santos con eso?

–Que saben que fue mía. –Ahí si se detuvo y lo miró asombrada. Estaba hablándole con manotadas luego que se soltó pero ahora quedó paralizada. ¿Suya? ¿Suya, suya? Para nosotras eso era un tema delicado, en nuestra casa se respetaban esos temas y algo se mencionaba entre los peones entre ellos se hacían señas de silencio.

–¿Ella…Flor y tu…de quince años? ¿Te volviste loco? ¡Era una niña!

–Flor es una buena razón para que Chico Castro no te quiera en su familia.

–Chico Castro no puede culparme a mí de lo que tu hiciste. –Lo encaró aún sorprendida. Todavía recordaba la cara de Flor llena de pecas, unas grandes y otras pequeñas, ojos vivaces color verde y un cuerpo que aparentaba el de una chica de dieciocho, bonitas curvas, senos altos y gordos. ¿Su hermano…–Y no sigas insistiendo en tus rencores, para hoy deseo estar tranquila y lo que me hace falta es  confianza no llenarme de temores por algo que hizo mi hermano mayor a una chiquilla.

–Yo también era un chiquillo.

–Tu Gonzalo Rivero, sé que has tenido mujeres desde los trece, en eso tienes mucha experiencia, ¿por qué tenías que desojar a Flor?

–Porque la quería.

–¡Ah, la querías! Contradictorio. –le dio la espalda todavía aturdida, no era lo que esperaba escuchar y mucho menos pensar que ella y Santos hicieran lo mismo antes de enamorarse completamente. –Solo te pido consideración para mí esta noche.

Gonzalo aceptó que ella tenía razón. Era su ilusión, su momento, él suyo paso hacía ya tres años, dejarla ir fue lo peor, verla desde lejos cuando sabía que la estaba perdiendo resultó lo más triste y hasta vergonzoso, pues nadie le dio importancia a que había sido su mujer y nadie le pidió que reparara el daño. Cuando acudió a papá para que lo ayudara a recuperarla simplemente fue abofeteado.

–Se trata de una niña Gonzalo. ¿Sabes que puedes meterte en muchos problemas? ¿Qué te salvaban meses de edad?

Sí. Apenas.

–¿Carmen puedo ir al cuarto de Milagritos?

–Claro, si Mariana. ¿Qué llevas ahí?

–Es mi vestido para esta noche. –Mariana presumió su vestido levantándolo en el gancho. Cuando su padre salió después de las tres de la casa, Nilda le dijo que llevara su vestido a nuestra casa, ella no era una Rivero pero se sentía como una, después de todo la mayoría del tiempo estaba con mi hermana en nuestro cuarto. Nilda prefirió que lo llevara por sí cambiaba de opinión su padre con respecto a que fuera a la cena de esa noche. Ambas estaban decididas, por diferentes razones a que Mariana estuviese presente en esa reunión.

Nilda quería que se relacionara con buenas familias, su presencia constante en las reuniones harían que a la larga fuese reconocida como casi parte de la familia Rivero y con suerte encontraría un buen partido, que le diera un futuro tranquilo y estable, que la llevara a buenos sitios y luego su lugar tener su propia casa.

Para Mariana era simple, solo quería ver a Eugenio, tan hermoso, alto, solo quería eso.

–Entra entonces, ella está en su cuarto. –Carmen se alejó con algunas cosas que arreglar en la mano. Tenía un año trabajando en la casa igual que Charito. Ambas tenían dieciséis años, estudiaban en el mismo colegio que nosotras, gracias a las consideraciones de papá, él siempre protegía a las niñas. Así que para ellas servir en la casa era muy importante, además que cobraban muy bien y obtenían la comida de todo el día.

Mariana entró sin tocar. Ella y Milagros eran las mejores amigas.

–¿Es tu vestido? –Milagros se cubrió las mejillas asombrada y Mariana giró con el vestido en alto.

–¡Si! ¿Qué te parece? –Lo bajó y lo tendió sobre la cama de Virginia, al lado de la de Milagros.

–¡Hermosísimo! –El vestido era de un tono azul pastel, con bordados en la parte superior y tull en la parte de abajo. Una cinta verde agua hacía de cinturón. –Te enseño el mío. –Milagros fue al escaparate para buscar su vestido. Ya las nubes se habían espantado, brillaba un sol tremendo que entraba por la ventana del cuarto con las bonitas cortinas color crema de los estampados color celeste.

Ese cuarto era el más grande de la casa, paredes rosa, muñecas en las repisas de las paredes, una cómoda de madera pulida decorada en la parte superior por peluches y cofres con sus prendas. –Mira. – Ambas gritaron mirando el vestido verde aceituna de mi hermanita.

–¡Vamos a vernos preciosas! Y eso que yo casi no vengo.

–¿Y eso? ¿Qué pasó? –Ambas se sentaron en la cama de Virginia.

–Papá no quería que viniera. No le caen muy bien los Castro y piensa que es una reunión familiar.

–Tú eres como de la familia, tu padre, tu madre, ustedes son de la casa.

–Eso mismo le dijo mi mamá, pero él piensa que es un abuso que nos sentemos hoy a la mesa entre dos familias que no son Torres.

–Ustedes son parte de esta hacienda Mariana.

–Bueno eso no importa ya, mamá lo convenció y si voy contigo. –Los ojos de ambas chispeaban con la sola idea de estar rodeadas de adultos y los jóvenes Castro. –Ya te imaginaba toda aburrida sin mí en esa mesa.

–Noo, menos mal y si lo convenció tu mamá, yo necesito que estés ahí y hablar.

–¡Claro que voy a estar! Y vamos a ver las dos a esos hermosos hermanos Castro.

–Hermoso Ramiro, porque lo que es Eugenio y Santos…

–¿Qué? Es una belleza ese Eugenio, el futuro novio de tu hermana…ese sí que…

Ambas rieron ruidosamente como cómplices que eran de los sucesos futuros y de cómo veían a Santos Castro.

Mamá recorrió cada rincón de la casa. Todo en orden, flores de diferentes tamaños y colores en los jarrones. Nada de juguetes regados estorbando, el rincón donde tocarían los violinistas por un rato despejado y la cocina…todo casi listo.

Ayudó a Beto a vestirse. Era el más lento de nosotros. Solo una camisa blanca y un pantalón  negro. Luego le pidió a Carmen que los citara en la sala para verlos y dar los últimos toques y consejos a todos antes de la llegada de los invitados que no eran cualquier invitado. Se trataba de uno de los más importantes distribuidores de telas, frutos secos, café, cacao y especias a nivel nacional. Codeado con el presidente, atendiendo sus requerimientos y haciéndose pasar por alguien muy humilde y modesto. Su esposa, Consuelo, no es que era amiga de mamá, tal vez en un pasado pudieron llegar a serlo, pero se cruzó en mitad de esa amistad el amor entre Gonzalo y Flor y eso las terminó alejando. Si bien mi hermano no era nada mal parecido, y la familia Rivero tenía una larga trayectoria de trabajo  y esfuerzo en Caracas, sin mezclarse con los asuntos políticos, Consuelo deseaba un futuro más provechoso para su única hija. Se imaginaba que ella al estar rodeada de hermanos varones se encontraría apabullada y terminaría secándose las manos en un delantal mientras Gonzalo montaba el auto último modelo  del año. Para nada hubiese sido así, según pensaba mamá. Sin embargo, la muchacha se fue y lo que no masticaba del inglés aprendió a tragarlo.

Carmen como pudo los fue llevando a la sala y Charito los retuvo ahí junto con su hermana Auxiliadora. Con apenas trece años la pequeña se desempeñaba bien en la cocina de la casa. No asistía a la escuela porque a pesar de que escuchaba muy bien perdió la voz a los seis años y eso limitaba su comunicación con otros. Mi padre le insistió varias veces para enviarla a un mejor colegio donde pudieran ayudarla pero ella se limitó a aceptarle solo la enseñanza de señas y con mi ayuda, en un año estuvo lista decidiendo permanecer en la casa, metida en la cocina. Pasaba tiempo con Harold y Tomás en el cuido de las legumbres, vegetales y frutos para el consumo de ellos en la hacienda y fuera de eso y cocinar regresaba a su casa con su hermana.         

La sala ahora olía a jazmín, los muebles tipo poltrona se encontraban en simetría y las cortinas color crema ya habían sido corridas. Iban a dar las seis, pronto llegaría la visita.

El último en aparecer fue Gonzalo. En cuanto hizo su aparición mi hermano  Beto le tomó la mano como si fuese un pequeñín.

–Estamos uniformados. –Le dijo señalándole la ropa.

–No quedaba de otra. –Gonzalo lo despeinó de golpe y el jovencito se defendió agachándose.                                               

–Ehh, no se vale, esta crema se seca.

–Pareces un patiquín.

–Es lo que intento. –Se acomodó de nuevo el cabello como pudo mirando con disimulo a Charito. Ella no logró notar nada, la verdad pocas cosas notaba de él.

–¿Te gusta Charito? –Gonzalo lo cercó y le habló al oído.

–¿Qué? ¡No!

–Ahí viene mamá. –Anuncié con mi característico tono de voz siempre bajo. Alisé mi vestido amarillo tenue y me colocó erecta, siempre siguiendo órdenes correctamente. Miré a los lados, casi estábamos por orden de tamaño. Mi hermana Astrid, la razón de esta reunión parecía un ángel con su hermoso vestido color guayaba. Saqué la cabeza de la fila y vi que Mariana permanecía oculta tras una columna y le hacía muecas a Milagros. Auxiliadora se alejaba a la cocina, sabía muy bien cuando desaparecer.

Mamá entonces se paró frente a nosotros, sus hijos, sus sanos, hermosos y nobles hijos, y se aclaró la garganta.

Pero no era solo mi madre quien deseaba poner todo en orden. N solo ella necesitaba la colaboración de todo un equipo. Papá también.

–Buenas tardes a todos, gracias por los arreglos a la hacienda en ocasión de la reunión que se realizará en la casa esta noche. –Papá se dirigió a unos quince trabajadores, cada uno, hombre, lo miró con atención, Pablo entre ellos. –Hace un buen clima y espero continúe así. –Siguió hablándoles muy de cerca. Vestido ya para la noche, con una camisa color azul claro y chaqueta de tela de pana color marrón claro. –Dentro de pocos minutos. –Miró su reloj de oro en la muñeca izquierda. –Llegarán Chico Castro y su familia, un total de cinco o seis personas, no sé si con uno o dos autos, la cena se servirá temprano pero no dudo que se alargue hasta pasadas las diez la reunión. Les pido estar atentos…a todo. Sobre todo si los más jóvenes pasean por ahí…bueno ya saben cómo somos de jóvenes y ellos son jóvenes en su mayoría. No les pido que los vigilen, solo que estén pendientes.

–Sí señor. –Respondieron todos, después papá se volteó a ver a Pablo.

–Tu mujer y tu hija están invitadas a la cena Pablo, no sé si tú querías asistir también.

–No gracias señor, no quiero estar ahí.

–Lo imaginé. –Miró de nuevo al resto de hombres. –Bueno dejo el resto en sus manos y gracias de nuevo. –Les sonrió y se alejó hacia la casa seguido por Pablo. Papá era un hombre maduro alto, sin nada de joroba como otros hombres que trabajaban las haciendas, pisaba fuerte alargando las piernas, muchas veces colocaba sus manos en la parte baja de su espalda y me imagino que…pensaba.

–Señor, yo quería decirle. –Pablo no quería ser obstinado pero tenía que decir lo que tenía que decir. –que no estuve de acuerdo en que Nilda y Mariana asistieran esta noche a la cena de su familia y los Castro.

–No te preocupes por eso Pablo. Trina quería tener a Nilda a la mano, sabes que se llevan muy bien y mi hija tiene a tu hija como su mejor amiga.

–Aun así no había lugar esta noche para ellas ahí, señor.

–Sabrán comportarse, no te preocupes tanto Pablo.

–Solo deseo que pase esta noche a prisa.

–Yo también. –Papá admitió eso con tono preocupado.

–Y que la niña Astrid vea por fin que Santos Castro no es un hombre para ella.

–Eso si lo dudo mucho Pablo.

Para mí era simple. Obedecer, seguir las instrucciones al pie de la letra. Como era mi costumbre, desde pequeña, porque había que ser respetuosa de sus padres, permanecí tranquila en la hilera de hermanos. Hoy había sido un día tranquilo para todos, hasta para Beto, ayudé a las muchachas a recoger la casa y después me fui a un sitio de cemento pulido que mi padre mandó a arreglar para mí, a fin de que practicara ballet los días que no asistiera a las clases con la señorita Margarita Cellarg.

Mamá estaba de pié frente a nosotros, era muy bonita, tenía sonrisa dulce, cabello ondulado, ojos simpáticos y gestos amables en sus manos. Estudió secretariado y taquigrafía de joven, no se si antes o después de casarse. Dice que eso le sirvió para organizar tan bien una familia de cinco hijos con un marido dedicado al trabajo. Se esmeró en juntar personal de confianza que creciera con la familia y hasta ahora había dado buenos resultados. Éramos felices a diario, algún que otro problema, sobre todo en estos tiempos de cambios en el país, del que si no hacías escándalos y trabajabas de la mano del gobierno todo iba bien.

Yo siempre quise ser como ella, mi madre. Agradarla era mi mayor deseo, al igual que a papá, solo que a él rápido lo complacía dando algunos pasos de ballet.

Mamá nos observó quisquillosa.

–Beto ¿qué le pasó a tu cabello? Arréglalo por favor. –Comenzó diciendo, mi hermano pequeño miró a Gonzalo de soslayo y se pasó la mano por el cabello, se ondulaba salvajemente, a mamá le gustaba tenerlo controlado. –Se ven muy bien todos. –Nos sonrió–es un día importante no solo para Astrid…–Dirigió la vista a ella con una gran admiración, nos decía que Astrid se parecía a su madre que murió estando ella muy joven. –cariñó estas preciosa. –le dijo a mi hermana mayor, causando que Milagro desplazara los ojos hacia arriba. –Todo  va a salir muy bien hoy, te lo prometo. Les decía…–Ahora nos miró a todos. –que hoy no solo es un día importante para su hermana Astrid si no también para su padre. Como todos sabemos  Chico Castro es uno de los más importantes distribuidores de la ciudad, se reúne frecuentemente con representantes gubernamentales. –Gonzalo hizo un sonido con su garganta–y para nuestra familia es importante, muy importante por lo que agradezco compostura. Nada de temas pesados, como los de política y eso va contigo Gonzalo. – Nada de sofocar a los hermanos menores de Santos. –Miró a Milagros y la señaló, compórtense decentemente. –Esta vez fue a Beto. –Coman a buen ritmo. –Colocó su pulgar e índice sobre el tabique de su nariz. –Todo debe salir bien. –Recorrió nuestras caras una vez más. –Tu Virginia comportante como siempre.

–Sí mamá. –Fui la única que respondió y después la vimos andar al comedor, eran casi las seis.

–¡Se ven luces de autos por la carretera! –gritó Harold desde el portón, si era así, en menos de veinte minutos estarían en la casa.

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