Capítulo 3

Dana

Termino de alistarme y me acerco a la sala donde estaba la televisión encendida, y ahí estaban mis gemelos. Hermosos. Ambos con ojos aceitunados, pelo ondulado rubio oscuro, pestañas largas, mejillas rosadas y esas hermosas sonrisas que derriten hasta el más frío corazón por haber en esta tierra.

Dánae sueña con ser una doctora veterinaria, le encantan los animales y todo lo que sea curarlos, Damián quiere ser un músico, él y su obsesión con los palillos de madera rebotándolos por toda la casa, imaginando estar dando un concierto delante de millones de fans.

Yo, he mantenido a mis hijos con un negocio local de ropa en el enclavado de las famosas colinas de Cotswolds, rodeado por algunos de los más encantadores paisajes de Gloucestershire, la histórica ciudad de lana de Painswick, tiene su fama desde el medievo al floreciente comercio de la lana. A sus pintorescas y estrechas callas se asoman sus tradicionales casas construidas con piedra de cantera local, hasta la oficina de correos y la bolera son las más antiguas de Inglaterra. Mi padre me había contado de este hermoso lugar desde que era pequeña...y hoy estaba aquí, desde hace siete años, en un pueblo encantador con su gente muy amable. Después del nacimiento de los gemelos el negocio fue creado, y todo empezó cuando comencé a tejer la ropa para mis hijos mientras mi madre me cuidaba durante mi embarazo. Recuerdo que tenía que tomar varios vuelos, autobuses y taxi para llegar a nosotros. Queríamos borrar cualquier pista en caso de que Demetrio estuviera vigilando.

El negocio se llama, «Louisa Hill e hijos» Louisa por mi segundo nombre, y Hill, por el apellido de mi padre biológico, quien murió en un accidente automovilístico a días que yo nací. Fue y es hasta hoy, mi nueva identidad. El nombre de Dánae es por mi abuela materna, y Damián, es por el abuelo de Demetrio, lo había contemplado mucho ese nombre, me recordaba al carisma de Don Damián, siempre risueño y él siempre me había tratado con dulzura.

Desde que dejé esa madrugada Los Ángeles y llegué a San Francisco con mi madre, inmediatamente me moví con ayuda de mi padre Louis, quien es un veterano de guerra, y tenía conocimiento de cómo moverme sin ser localizado. Con ayuda de sus contactos, en horas ya estaba en un nuevo lugar, con una nueva identidad y con planes a futuro.

«Todo por ellos» siempre me repetía cuando estaba a punto de correr hacia él.

Ellos movieron mi mundo, me dieron fuerza para seguir luchando y sacarlos adelante. Louis y mi madre me ayudaron durante mi embarazo, él con dinero para el capital y emprender el negocio. Tener una independencia económica, como siempre había querido. Recuerdo cuando corté las tarjetas de Demetrio, me desprendí de todo lo que tenía que ver con él, pero ver a mis hijos...es verlo reflejado todos los días en ellos. Cierta parte de mi amaba con toda el alma eso, a pesar de la profunda herida que cargaba, una herida que nunca sanaría por más cuidado que tuviera.

«Sin duda nunca volvería amar de nuevo»

— ¿Mami? ¿Iremos a la casa de los panqueques a desayunar? —Afirmo mostrando una sonrisa de esas que tanto me pide. El brillo que surge en sus hermosos ojos es inexplicable. Damián llega brincando y abrazándome a mi cadera.

—Pequeños saltamontes mi plan es llevarlos a desayunar y de ahí...al Zoológico de la ciudad, ¿sí? —los gritos se hacen llegar.

Son felices.

Una hora después de camino, me estaciono en mi Gran Rover gris plata afuera del estacionamiento de un restaurante en el centro de Londres, nos lo había recomendado una cliente, el anterior donde pensaba llevarlos a desayunar estaba lleno y desde este lugar nos quedaba cerca el Zoológico.

Entramos, ordenamos y platicamos entre risas. El restaurante es demasiado familiar, muy agradable el ambiente y el servicio es impecable. Llega una familia que se sienta a unas cuantas mesas delante de nosotros. El hombre no dejaba de observarme, y mis alertas se activaron. No sé por qué creí que muy pero muy en el fondo de mí, tenía un aire familiar. No pensaba arriesgarme. Así que, terminando, y fingiendo que se hacía tarde, salimos del lugar. Aunque no creía que me reconociera si fuese el caso, ya que me he cortado el cabello abajo de mis hombros y me lo he aclarado.

Cuando observo de reojo discretamente el hombre apenas se asoma por la gran ventana hacía nosotros, los niños suben a toda prisa sin percatarse de mi alteración.

— ¡Zoológico, Zoológico! —comienzan los niños a cantar mientras activan sus cinturones de seguridad en la parte trasera del auto, bajo el espejo retrovisor y hay una mujer rubia al lado del hombre que nos sigue observando. Arranco el auto y desaparecemos de su vista.

Algo en mi seguía sonando una alarma.

— ¿Mami? —la voz de Damián me saca de mis pensamientos.

— ¿Sí? pequeño saltamontes—ríe y amo cuando sus hoyuelos aparecen en ambos, es tan hermoso...

— ¿Estás bien? te ves muy blanca—dice mi pequeño.

—Mami está bien, ahora... ¿Zoológico? ¿Acuario?

Gritan emocionados, y después comienzan a contarme cosas de sus amigos del pueblo. A sus seis años eran demasiado inteligentes, audaces, y muy despiertos. Y dentro de mí, eso me da mucho orgullo.

***

Una tarde muy ajetreada, terminamos demasiado agotados. Navegaron por todas las instalaciones, curiosos, atentos, pensativos. Comieron comida chatarra, corrieron, saltaron, y llenaron de risas, y risas el día. Los sentí muy felices.

Llegamos a casa hasta entrada la noche, «Hogar, dulce hogar» me encantaba nuestra casa a las afueras del pueblo. Tiene tanto terreno verde, arboles grandes y altos, la llanta colgando de la copa del árbol en forma de columpio que usaban los niños por las tardes, o cuando tenían tiempo libre. En la parte de atrás teníamos un pequeño huerto que entre los tres aprendimos a sembrar. La gran chimenea de ladrillo, sus ventanales, cocina de piedra laja local...no era el ático, pero era un verdadero hogar y no lo cambiaría por nada del mundo.

Los gemelos eran demasiado decididos, no tenía que estar detrás de ellos diciendo lo que tenían que hacer, tenían su autonomía a su corta edad (la capacidad de hacer las cosas por si mismos) guardaban su propia ropa, mantenían limpio y acomodado sus habitaciones, se cepillaban sus dientes, y tenían una hora para dormir. La forma encantadora en que doblaba su pijama, en como ponían en una hilera perfecta sus zapatos. Ellos establecían su propio espacio, sus juegos, y eran felices. Damián era asmático, hace meses tuvo su primer ataque, y desde entonces carga su inhalador a todas partes, siempre lleno, y siempre al pendiente de ellos.

Respecto a Demetrio, su padre, por mi herida de hace años, pude decirles que estaba en el «cielo» pero sé que no era lo correcto. Pese al daño y a mis sentimientos, no le haría eso a mis hijos, porque si había un día en que ellos estuvieran cara a cara, sé que me odiarían por negarles saber de su existencia, sería un dolor muy grande llegar a perderles por ello.

Hablé con mis padres y decidí decir que estaba en un largo viaje por América, en alguna aldea donde no existía el wifi, el teléfono o alguna señal para comunicarse con nosotros.

Solo cartas.

Y me lamentaba cada mes cuando tenía que fingir ser él. Les cuento que tiene un negocio donde lleva agua y comida a gente que no la tienen. Sí, soy una maldita, pero no estaba preparada para decirles. No tienen la edad para entender la situación. ¿Y si llegase el caso de que nos encuentre? Eso lo dudaba, borraba cada rastro de nosotros. Mis padres venían cada dos meses, y por diferentes rutas, pero sé que se han cansado, aunque no lo digan. Pero por sus nietos...harían millones de veces los viajes.

Lo que me parte el alma, es ver como se esmeran en hacer las cartas para enviarlas, hacen sus dibujos y le cuentan sus cosas. A veces lloro en las noches cuando es día de carta, ese anhelo por conocer a su padre...es grande.

No sé cuándo estaré lista para contarles.

Me asomo a la habitación al sentir el silencio y para mi sorpresa, están dormidos ya. Cada uno, en su habitación, entro y los abrigo aún más, dejando beso en sus frentes, y acariciando sus cabellos, como todas las noches.

«Un beso de mamá, y una caricia de papá»

Cierro las puertas y me retiro a mi habitación, activo los monitores de cada uno y dejo la puerta abierta de mi baño. Lleno la tina y me sumerjo en el agua tibia con aroma a Jazmín.

Me relaja inmediatamente.

Comienzo a repasar los pendientes de mañana, la nueva marca de ropa de invierno, Dánae&Damián. Me emociono al ver que se ha extendido esa marca rápido por todos los pueblos alrededor, y pronto en la ciudad parisina. Y eso me recuerda la cita con el francés de nuevo.

Suspiro y me rindo. Salgo minutos después y me pongo mi bata de dormir, seco mi cabello y lista para irme a la cama. Recuerdo a Esther, mi adorable ama de llaves y niñera tiene que venir más temprano mañana... ¿Qué otra cosa Dana?

El timbre suena, y eso no se me hace raro. Esther vive cerca de nosotros. Miro el reloj de la mesa de noche, y ya marcan las 11:50 pm. Si, pudiese ser sin duda. Algo se le debió haber olvidado. Bajo las escaleras, mientras abrocho mi cinturón de la bata, paso la sala y llego al recibidor. Enciendo la luz del otro lado de la puerta, y pregunto quién es.

Nadie responde.

Insisto.

— ¿Quién es? —el silencio se hace de nuevo, cuando voy a volver a preguntar contestan...

—Soy yo...Tu esposo.

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