N°8 en Tottenham

El tráfico era insostenible, las calles de Londres estaban saturadas y el clima no parecía ayudar mucho. Elina se distraía pensando en lo que debía hacer en el barrio, como dirigirse y comportarse si necesitaba información o incluso ayuda.

—Todo saldrá bien —se decía, mirando a las copas de los árboles moviéndose, desde adentro del taxi, como si bailaran una danza que solo ellos eran capaz de entender.

—Disculpe Señorita, pero creo que no llegaremos muy pronto al barrio Tottenham, hay demasiado tráfico y los tránsitos parecen desviarnos del camino —expuso el chofer del taxi.

Ella despertó de sus pensamientos y bajó del taxi para ver si tenía una mejor vista del problema. Caminó, pidiéndole al hombre en el taxi que esperara. Llegó hasta donde los oficiales de tránsito y algunos policías se reunían.

—¡Disculpe oficial!, ¿qué está pasando, por qué no avanzan? —alzó la voz para ser escuchada en medio del terrible bullicio de los autos.

—Hay un problema con el Zoológico en Regent´s Park, parece que se escaparon algunos animales y estamos desviando el tráfico para evitar accidentes.

Y antes de poder decir alguna otra cosa, las radios de los oficiales empezaron a encenderse diciendo que los animales iban para su punto en la avenida, aunque fue demasiado tarde, ahí estaban un par de cebras corriendo desbocadas en la avenida, asustadas, feroces y estresadas por el tránsito, corrieron en dirección al norte y al este. Una de ellas pasó por los cofres de los autos, provocando que la multitud estancada en el tráfico saliera de su ensimismamiento y se detuviera a presenciar tal espectáculo.

—¿Tiene idea de cuántos animales escaparon y cuáles fueron? —le preguntó nuevamente al oficial.

—¡No lo sé señorita! ¡Vuelva a su auto no es seguro aquí!

Elina caminó mientras giraba la cabeza de vez en cuando para rememorar aquella escena. ¿Qué estaba ocurriendo con los animales? Se preguntaba, recordando las notas en el periódico de la mañana. ¿Qué le sucedía a la naturaleza, y por qué?

Sea lo que fuere, esto no le impediría averiguar más sobre La Resistencia y lo que al parecer ya no era un mito.

Esperó en el taxi hasta que pudo avanzar y retomar la ruta al norte. El taxista le indicó que no podía entrar hasta la dirección que le había pedido, para evitar cualquier tipo de vandalismo en su auto.

—De acuerdo, gracias.

—Sea cuidadosa Señorita, las personas como usted no son bien recibidas aquí.

—Sí, eso me han dicho, pero gracias de igual forma.

Tomó sus pertenencias con fuerza y empezó a caminar, no fijaba la mirada en nada ni en nadie sin embargo, se mantenía alerta y observando todo discretamente. Podía ver que la pobreza reinaba en aquel lugar, las casas en ruinas y desmoronándose, algunos hombres dormidos en las banquetas, otros buscaban comida en la b****a, algunos autos parecían haber sido incendiados hacía tiempo, las paredes estaban rayadas o pintadas. Seguía moviéndose con la desesperante sensación de que la miraban hacerlo. De pronto, enfrente de ella, a media calle, salían un par de tipos que bromeaban entre sí; no obstante, se sorprendieron al ver a alguien como ella en ese lugar, algo así no era común.

Elina, dio la vuelta en la calle antes de llegar a ellos y apresuró el paso, pero sabía que la seguían.

—Solo sigue —se decía—, vamos Dios, por favor, solo unas calles más.

Al dar la vuelta en la esquina se ocultó en uno de los pasillos que yacían llenos de b****a y escombros no obstante, se topó con algo totalmente inesperado…

Delante suyo había una leona, hurgaba entre la b****a hasta que la olió y se concentró en ella.

—Hola —dijo entre jadeos y dejando sus cosas en el suelo—, está bien, no hay de qué preocuparse —expresaba mientras le mostraba las manos y se agachaba frente a ella. El corazón le palpitaba rápidamente, pero no estaba segura de tener temor. La leona se acercó a ella y olió sus manos—. Te escapaste del zoológico ¿cierto? —continuó, observándola.

Luego las carcajadas de aquellos hombres que seguían a Elina las encontraron.

—Oigan aquí está —gritó uno de ellos a sus amigos, pero la leona salió del callejón e intentó atacarlos. Ellos corrieron sin pensarlo y todos alrededor se adentraron en sus casas y viejos negocios.

Elina salió del  callejón y miró a la leona con detenimiento—: Gracias —concluyó despidiéndose.

Siguió su camino con más seguridad y llegó hasta un puesto de periódicos para pedir indicaciones sobre el N°8 de Tottenham.

—¿Saben qué?, deberíamos brindar, tuvimos una buena racha esta semana.

—Tienes razón, brindemos —respondió Cristian, con su alegre sonrisa y robusto rostro.

—Por días mejores. —Se unió Tomas levantando su vaso lleno de cerveza.

Todos bajaron sus vasos vacíos, mientras, sentados en esa vieja mesa de madera, reflexionaban sobre cómo habían sido sus vidas hasta ahora; muchas locuras, otras tantas estupideces y sin duda alguna, muchas victorias.

—Oigan, ¿y ustedes que opinan sobre las revueltas, creen que nos afecten? —continuó Tomas, ese hombre de tez morena y de complexión media que siempre esperaba apoyar a sus amigos en las más raras aventuras.

—¿Afectarnos?, ¿en qué crees que podían afectarnos a nosotros ese montón de vándalos? 

—Estás hablando muy mal de tus vecinos —dijo Cristian en tono sarcástico.

—Vamos chicos, si con afectarnos te refieres a que venderemos más alcohol, cervezas y vino a los despechados que vengan a quejarse del mal gobierno, pues sí, nos afecta, tendremos que trabajar el doble.

—Sí pero dicen que esta vez, tienen a alguien muy bueno dirigiéndoles, y que además tienen pruebas de que La Reina, no es la legítima al trono —expresó en voz baja.

—Sea como sea, a los ricos solo les rasgan la armadura con esas tonterías.

Al terminar dicha discusión, la puerta del bar se abrió  y entró una joven que causó extrañeza en Tomás y en los pocos que yacían en el lugar a tan tempranas horas.

—Arturo. —Señaló Tomas—. Detrás de ti.

Él se giró con cierta pereza hasta que entendió por qué tanto silencio.

Elina se sentía como si hubiera vivido toda su vida en un mundo ajeno al que ahora visitaba. Los hombres de ese lugar la miraban como todos los del barrio, solo había una mujer en el fondo del Bar, el N°8 de Tottenham, y la miraba igual que ellos. Hasta que vio a uno de los hombres reunidos en una de las mesas, levantarse y acercársele.

—¿Qué deseas? El Bar está cerrado salvo que seas cliente frecuente, lo cual, dudo mucho —expuso en tono irónico.

—Busco al dueño del lugar.

—¿En serio?, pues lo encontraste.

—¿Tú eres el dueño del Bar?

—Sí, ¿por qué, acaso no crees que alguien como yo pueda ser dueño de algo como esto?

—Yo no dije eso —respondió Elina, mirando el lugar, era acogedor y amplio al mismo tiempo, mucho más decorado y bien cimentado que muchas de las casas que había visto en el barrio.

—Pues eso parece.

—Mire, solo necesito hablar con usted, de ser posible en un lugar más privado —pidió ella entre titubeos y analizando el lugar para salir rápidamente en cuanto hubiera conseguido algo de lo que buscaba.

—¿En privado? —preguntó entre risas—. ¡Oigan chicos, no van a creerlo, esta mujer dice que quiere hablar con el dueño del Bar en privado! —exclamó a todos los presentes, desatando una serie de risas y burlas en la atmósfera.

—Muy bien —dijo Elina entre sonrisas— no le pido que entienda de cortesía y educación para dirigirse a alguien más, pero vine hasta aquí para hablar con el dueño del lugar y no me voy a ir hasta haberlo hecho, ¿entiende?

—Dios, alguien es más ruda de lo que parece. Dejemos bien en claro algo, este es mi Bar, aquí las reglas las pongo yo, y si no quiero hablar contigo ni con nadie, no lo hago, así que lo lamento pero viniste aquí por nada. Buen día —concluyó Arturo con una gran sonrisa pícara, alejándose.

Elina no podía creer la situación, pero se retiró del lugar porque sentía que la asfixiaba. Se detuvo a pensar en el callejón junto al Bar y no pudo ver que otra pandilla se formaba alrededor de ella.

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