Hola y adiós

          A medida que el auto rodaba y me alejaba más de casa, la inquietud por saber que me esperaba tomaba fuerza en mi cerebro. Deseaba pudieran pasar a prisa los días para volver a ver a papá y a Emanuel, nunca había estado lejos de casa y ahora yo sola debía enfrentarme a una nueva familia y aun nuevo colegio, donde por lo menos estaba Gloria. Lo extraño era porque negar de donde venía, mucha gente que salía del pueblo regresaba queriendo pasar una temporada tranquila, frente al mar, Gloria no tenía la apariencia de una pueblerina, pero tampoco presumía de ser citadina, ¿qué le pasaría durante estos meses? Tendría que esperar hablar con ella, seguramente ahora estaríamos más unidas que nunca. Olvidé por un momento a lo que me enfrentaría y contemplé el paisaje, el mar ya no era visible, montaña enormes lo ocultaban. Tan pocos autos transitaban que Antonio era dueño de la carretera, miré por un momento a la directora y ella había recostado la cabeza del asiento y cerrado los ojos. Curvas y más curvas, bajadas y vegetación ¿a dónde iba?

            Al poco tiempo reconocí la ciudad, las veces que viajáramos con papá éste compraban en la entrada un refrescante brebaje de papelón con limón, pero esta vez pasamos de largo, a pesar de que el bienmesabe había dejado un poco seca nuestras gargantas. El auto redujo velocidad al llegar a una plaza, siguió primero a la derecha y otra a la izquierda hasta contemplar la entrada del colegio. Un gran portón azul claro se abrió apenas vieron llegar el auto, Antonio hizo un gesto con la mano y al entrar un patio tres veces más grande que el del Colegio San José se extendió ante mis ojos, entre el portón y el patio la bandera nacional se alzaba y muy cerca una plaza donde decía: Educamos día a día, forjamos un futuro para cada uno de ustedes, hijos del Centro Educativo Santa Marta.

            -¿Por qué el nombre? –Pregunté.-

            -Ah, el idiota de mi cuñado Alex, el hermano mayor de Eliecer, es un creyente empedernido, por cierto es el padre de Lucy.

            -Ahhh.-Quedé boquiabierta mirando las instalaciones, el edificio contaba con dos pisos y más de veinte ventanas a lo largo  de cada uno de ellos, en el medio del patio una fuente hermosa y en movimiento se alzaba, mi corazón latía tan a prisa y fuertemente que pensé que lo escuchaban.

            -No te dejes impresionar por lo que ves.-La directora tomó mi mano y la apretó.-No es mejor colegio que San José, María Victoria.

            -Pero es…

            -Grande, sólo grande, arregla tu cabello, pronto vamos a bajar.

            Dijo y el auto se detuvo a la puerta del colegio.

            -Recuerda María Victoria miles de cosas pueden cambiar pero tú debes mantenerte de pie sabiendo donde perteneces.

            La miré y luego miré el edificio. Cualquier cantidad de ventanas rodeaban la construcción pero en ninguna de ellas había un solo rostro, tal vez la hora, apenas  darían las nueve, todos estarían en clases. Antonio salió del auto y por primera vez abrió la portezuela de mi lado, se inclinó y me miró.

            -Vamos, sal.-Traté de obedecerlo a prisa pero no me daban las piernas, sin embargo, él esperó paciente y luego cerró la puerta.-Es un lugar como cualquiera, no te dejes impresionar por su tamaño.-rodeó el auto y abrió la puerta de la directora ella salió arreglando su cabello y retocando su rostro.

            -Arregla un poco tu cabello María Victoria, estira tu ropa.-La obedecí sin dejar de mirar a mi alrededor. Ella me alcanzó y alargó su mano.

            -Vamos.-Tomé su mano y comencé a caminar a su lado. La entrada con piso de granito negro relucía y más adentro, el largo pasillo era espectacularmente brillante y hermoso. La directora hizo sonar sus tacones a lo largo del pasillo a la derecha, parecía pez en el agua, en algún momento todo aquello resultó ser de ella, por eso su confianza.

            Las paredes al principio estaban repletas de fotografías, cuadros más bien de rostros, todos hombres serios y en su mayoría canosos. Luego había un estante con muchos trofeos y medallas y a lo largo, más allá, puertas: coordinación, depósito y por último Dirección.

            La directora soltó mi mano y se inclinó para clavar su mirada en mí.

            -Que nada te intimide, tengo confianza en tus reacciones aunque Santa Marta es un buen colegio existen muchos más.-Afirmé con la cabeza.-Y llámame Nilvia, necesitas una aliada y esa soy yo.

            -De acuerdo.-Tomó la manilla de la puerta y la abrió sin tocar. Una mujer se sorprendió y saltó de las piernas de un hombre que cayó de pronto de su silla reclinada al piso.

            -Me preguntaba porque no estabas afuera esperándome, ansioso por verme Eliecer.-No sólo fue su tono lo que debió intimidarlo, fue su estatura delante de la mujer diminuta y con gafas que nerviosa arreglaba su cabello y estiraba su ropa.

            -Llegas temprano Nilvia.

            Eliecer se incorporó de un golpe, la silla quedó meciéndose de atrás adelante. Al mismo tiempo que él se acercaba, la mujer salía sin decir nada, sólo temblando, luego de tropezarme cerró la puerta y nos dejó solos a los tres.

            -¿Te parece que llegué temprano? –Le dijo ella rodeando una silla negra de fina piel que se reflejaba en el piso.-A mí me parece que tú comienzas temprano, pero no me sorprende.

            Vi como esquivó su beso de saludo y después él me miró.

            -¿Ella es la niña? –Me señaló sin ninguna expresión en particular, tenía ojos grandes y negros, el cabello era del mismo color y muy liso, le caía sobre las orejas simpáticamente, su piel era canela con rostro casi cuadrado y boca gruesa pero no labios prominentes.

            -Ella es María Victoria Ríos Alfares, tu nueva matrículada.

            -Hola.-saludó y alargó su mano, me parecía amable, imaginé lo peor.-soy Eliecer,  esposo de Nilvia.

            -Vaya  esposo me gasto, ¿Quién era esa que salió, la gatita?           

-Hola.-Respondí sin saber que hacer o que agregar.

-Bien.-Continuó él nervioso y fue hasta las ventanas corriendo las persianas que daban una tenue luz a la habitación, entonces la enorme luz del sol irrumpió en la oficina, dio pasos nerviosos, vestía bien, pantalón negro y camisa blanca manga corta, era velludo y ahora más moreno.-Aquí tengo tus uniformes niña.

            -María Victoria, se llama María Victoria, Eliecer.

            Lo corrigió Nilvia.

            -Aquí tengo tus uniformes María Victoria, mi madre se llamaba María ¿recuerdas Nilvia?-La directora hizo un gesto de fastidio, arrugando los labios.-Es mi nombre favorito, María, siempre pensé que cuando tuviera una hija…

            -El uniforme Eliecer.-Yo llevaba mis ojos como si siguiera una pelota de pin pon, de un lado a otro.

            -Aquí están los uniformes.

            Sacó de un reducido estante o closet a su derecha u grupo de ropas.

            -Aquí hay tres faldas azules, tres camisas blancas, un suéter un pantalón corto y franela blanca para deporte.-Echó una mirada a Nilvia y dejó todo sobre el escritorio.-También los zapatos de tenis y los escolares.-Los dejó a un lado de la ropa una vez los hubo sacado.-Son de tu número, ya Nilvia me lo había dado.

            -Gracias.-Fue lo único que pude decir.

            -No te sorprendas María Victoria, el Santa Marta viene con todo esto incluido una vez te inscribes.

            -Ah.-Me encogí de hombros y detallé desde mi lugar la ropa, las iniciales del colegio se hallaban grabadas en cada pieza.

            -Bien Eliécer, creo que está bien todo.-Nilvia se acercó a tomar la ropa.- ¿Tienes el horario?

            -Si.-Se acercó a su escritorio nuevamente y de una gaveta sacó una hija que le extendió, cuando Nilvia la tomó él con la otra atrasó su mano.

            -¿Regresarás hoy mismo?

            -Así es.

            -¿Por qué no te quedas y comemos algo juntos, charlar?

            -Si lo decido, te aviso.

            Fue una salida inteligente, durante el aprendizaje con mamá, ésta me había dicho que mientras más le digas que no a un hombre más se empeña en ti.

            Eliécer soltó la mano y sonrió, durante todo el tiempo que estuvimos ahí, parecía temeroso y azorado, pero no era más que una reacción, ahora su mirada era tibia y tranquila.

            -Esperaré.-Se alejó y unió sus manos.-Entonces señorita ¡bienvenida al Santa Marta! Estoy seguro te agradará, mañana te pondrás al día con las asignaciones.

            -Toma los zapatos María Victoria.

            Obedecí a Nilvia mientras ella tomaba la ropa.

            -Te esperamos mañana.

            Repitió él caminando hacia la puerta, la abrió, olía muy bien, él todo estaba muy bien. Yo salí primero y para mi sorpresa varias chicas estaban a la expectativa.

            -Te agradezco la atención Eliécer, espero me tengas al tanto de todo.

            -Lo haré.-Trató de alcanzarla con la mano pero ella fue más rápida y salió. Me hizo un gesto y la seguí sintiendo que nos miraban todas, atrás quedó Eliécer.

            -No hay mucho chicos ¿verdad?

            -Pocos.-Respondió sin detenerse.-Yo se lo atribuyo al nombre tan cursi que tiene el colegio.

            Reí.

            -Es muy simpático su esposo.

            Ahora fue ella quien rió.

            -¿Eliécer? Sí, te habrás dado cuenta las razones que tuve para dejar de ser su esposa.

            -Pero él dijo…

            -Vive de apariencias, ya no estamos casados.

            Casi no entendí pero callé, la salida apareció y a lo lejos el auto. Antonio salió del auto y abrió la puerta,  antes de subir Nilvia le entregó la ropa.

            -Ponla con cuidado atrás, entrégale los zapatos Victoria.

            Antonio se desenvolvió muy bien con todo, cuando iba a subir sentí la mirada de alguien y al volverme Gloria me observaba desde la placa cerca del portón.

            -¿Gloria? –Saqué el cuerpo del auto y volví a mirarla.- ¿Eres tu Gloria?

            Tenía el cabello corto y el uniforme impecable. No se movía, parecía una estatua, me acerqué mucho más hasta estar a menos de dos metros.

            -Hola, María Victoria.

            -Hola.-Quería sonreír pero no podía.-No tienes por qué preocuparte Gloria, la directora me ha hablado de las cosas que no deseas que se enteren.

            -¿Y?

            -Si no quieres, no diré que te conozco.

            -Aquí es diferente María Victoria no quisiera que supieran que vengo de San José.

            -Está bien.

            -Pero tú podrías decir que nos conocemos de acá, de Barcelona.

            -Como quieras.

            Sus ojos se iluminaron alegres.

            -Gracias.-Se acercó y me estampó un beso en la mejilla, un beso helado, y yo que pensaba que la vacía era Silvana.

            -Pero sabes Gloria que las mentiras siempre se descubren, yo no sé en qué momento podía revelar de dónde vengo, me imagino que tendré amigos.

            -¿Aquí? Eso lo veremos después, adiós.-Se alejó corriendo, no era  la misma Gloria, temí que me sucediera lo mismo, que con el tiempo olvidara la playa, el jardín de mamá, las meriendas bajo el sol y las ganas que mamá tenía de verme convertida en una mujer de utilidad.

            -¡Sube ya María Victoria! –Gritó desde adentro Nilvia, yo corrí un poco y entré al auto.-Vamos a tu nueva casa.

            El carro echó andar y pude ver como se alejaba del colegio, miré sus paredes azul marino y me pregunté si todo era tan frío como aparentaba.

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