Diavolo Italiano — Venganza Italiana II
Diavolo Italiano — Venganza Italiana II
Por: Isabella Rossi
CAPITULO 1

Un juramento de revancha, una propuesta del pasado, un resultado escandaloso.

Cuando Luciana abandonó a Julián para casarse con otro hombre, él se juró que encontraría el modo de hacerle pagar por aquella traición.

Años después, Luciana estaba desesperada por resolver un problema ocasionado por su difunto esposo y que podría llevar a su familia a la ruina. Sin embargo, nadie estaba dispuesto a tenderle la mano a una empresa que prácticamente era un caso perdido.

En ese preciso instante, Julián Ricci, aparece de nuevo en su vida, dispuesto a ayudarla a cambio de un alto precio que él sabía heriría profundamente su orgullo: ella debía entregarse a él y servirlo en la cama durante un periodo establecido.

Sin embargo, las cosas no eran precisamente ni como Julián pensaba ocurrió en el pasado, ni como Luciana creía eran en ese momento.

Un exquisito juego cruzado de venganza y represalias, los llevarán a ambos a comprender sus propios sentimientos.

Mientras Julián creía que teniéndola en su cama, al fin podría quitarse esa espina clavada en su orgullo que lo atormentaba y perseguía, Luciana le demostrará que se  había equivocado y como prueba de ello, le ofreció su propia virginidad.

JULIAN RICCI

LONDRES

—Diga —tomé la llamada de mi secretaria.

—Disculpe, señor Ricci, pero un joven insiste en que lo querrá recibir —fruncí el ceño, confundido.

—No tengo cita con nadie; despáchalo —zanjé.

Ya lo intenté, pero me pidió que le mencionara a su hermana —bufé con fastidio.

—Pues dime el maldito nombre, que estoy muy ocupado —la reprendí. Era la primera vez que Elena no podía con una visita.

Luciana Ivanov —dijo de golpe y el cuerpo se me endureció.

¿Había oído bien?

No podía ser.

—¿Luciana Ivanov? —pregunté desconcertado.

Sí, señor. El joven se llama Yuri Ivanov y dice que su hermana necesita de su ayuda.

Tragué con fuerza y me aflojé la corbata.

—Está bien; dile que lo recibiré, pero te avisaré cuando puedas dejarlo pasar.

Entendido, señor.

Colgué la llamada, y me puse de pie mientras contemplaba mi nuevo despacho con autosuficiencia.

Después de haber pasado aquella horrible experiencia con esa endiablada chiquilla, había decidido ir a Nueva York y pasé siete años de mi vida trabajando duro para disfrutar precisamente de este momento.

Había regresado a Londres y el destino era tan absurdo, que justo en este instante, aquello que me había lastimado y vuelto mi vida un infierno, tocaba mi puerta inesperadamente para pedir mi ayuda.

Caminé hasta la pared de cristal con soporte de acero que me dejaba vislumbrar la avenida principal.

Desde allí, pude contemplar el ir y venir de las personas, los coches apresurarse, los taxis terminar un viaje para iniciar otro.

No era nada del otro mundo, nada que no hubiera visto ya durante todo el tiempo que estuve fuera. Sin embargo, estar allí, ocupando ese espacio que me había ganado a pulso, era la llave maestra que abriría al fin las puertas de mi pasado con Luciana y me ofrecía en bandeja de plata la oportunidad perfecta de cobrarme todo el daño que me había causado aquella mujer.

Imaginarla suplicándome, provocó que una lenta sonrisa de satisfacción se formara en mi boca.

Cuando Giulio la mencionó en Roma, la curiosidad me ganó y supe que estaba a punto de arruinarse y que el causante de todo era nada más y nada menos que su esposo.

Que su hermano estuviera aquí, solo significaba que me pedirían el favor a mí y no desaprovecharía la oportunidad.

Aunque ya no sentía nada por ella, no podía negar que el motivo por el que en ese instante sentía un enorme deleite que me llenaba y hacía sentir que todo mi esfuerzo valió la pena, era precisamente que hubiera acudido a mí para poder rescatarla del profundo pozo al que la había lanzado el hombre por quien me dejó, pensando que un tipo como yo jamás le podría ofrecer la vida a la que estaba acostumbrada. Sin embargo, no se imaginó que este donnadie llegaría a la cima, siendo dueño indiscutible de todo lo que le apetecía o volviendo oro todo lo que tocaba.

Tampoco es que, si le hubieran dicho que siete años después de abandonarme sería el hombre poderoso que era, lo hubiera creído.

Mi pasado era humilde y tuve que pasar por encima de muchos obstáculos, deshacerme de todo lo que me estorbaba, para estar donde estaba.

Era el único hijo de una pareja que se había sacrificado hasta lo imposible por darme la educación que ellos pensaban era para mí. Y no los había defraudado.

Mientras vivíamos en las afueras de Roma, habíamos visto como, poco a poco, todos mis amigos de la niñez se iban convirtiendo en delincuentes que paraban a la cárcel o eran acribillados en enfrentamientos, y definitivamente, aquel destino no estaba escrito para mí. Yo no terminaría de ese modo porque si bien la vida hizo que naciera en la pobreza, me había dotado de una mente brillante y de unos padres dispuestos a sacrificar su propio bienestar por el mío. Y para compensarlos, sabía que solo tenía un camino: alcanzar el éxito, la cima, ser un hombre importante, pero para ello, sabía que tenía que prepararme en la universidad.

Se habían propuesto enviarme a una de las mejores universidades de Europa y con mucho sacrificio, gastando lo mínimo para ahorrar, lo habían conseguido.

Si bien, por mis excelentes notas y maravillosas recomendaciones de mis maestros junto con mis actividades extracurriculares había conseguido una media beca en la universidad de Londres, los gastos eran inmensos y sabía que sin la ayuda de mis padres jamás hubiera logrado graduarme. Cogía trabajos de medio tiempo, cobraba a mis compañeros menos dotados por trabajos, ayudaba en un gimnasio como entrenador, y con ello pagaba mis gastos diarios  y ahorraba para cualquier inconveniente que surgiera.

La universidad no había sido problema; era inteligente, mucho más de lo que los demás lo eran. Cuando culminé mis estudios universitarios, comprendí que un simple título era poco para lo que yo aspiraba, así que seguí mis instintos y comencé a cursar un máster.

Pensaba que si hacia aquello, podría conseguir un gran trabajo con un jugoso sueldo porque en mis planes no estaba iniciar desde abajo e ir escalando. No me había preparado toda mi vida para aquello.

Mis instintos me decían que la astucia que había ganado en la calle, me serían de mucha más utilidad que a los demás que tuvieran mí mismo currículo, porque existían habilidades que no te enseñaban en la universidad, que no las aprendías de un día para el otro, sino que ya nacías con ello.

Me había propuesto desde un principio forjar mi propio destino, ser grande, retribuirle a mis padres todo aquel sacrificio.

Tenía todo planificado detalladamente, y sin embargo, cuando estaba a punto de lograrlo, ella apareció en mi vida para que replanteara todos los cálculos que había hecho.

Era mi último año en Londres y estaba barajando todas las ofertas de trabajo que me habían ofrecido, una de ellas, en Estados Unidos.

Sin embargo, una simple noche en la que luego de mucha insistencia había accedido a ir por un par de copas con mis compañeros de piso y mejores amigos; Giulio y Alessandro, conocí a Luciana Ivanov, una encantadora muchacha de orígenes rusos que captó mi atención desde el primer momento en que había entrado a aquel bar.

Era joven, hermosa y desenfadada. Recuerdo que reía sin parar mientras disfrutaba de una bebida de color rosa chillón junto con un par de amigas. Debía ser del primer año, pensé en aquel momento porque nunca la había visto.

No la dejaba de mirar y como no, si apenas llevaba un diminuto vestido con unos tacones y su reluciente piel de porcelana logró que mis ojos no se despegasen de ella. Y yo, un hombre de veinticinco años, apuesto e inteligente, jamás había mirado de aquella manera a ninguna mujer porque siempre eran ellas las que se me lanzaban encima.

Sin embargo, esa noche parecía que mi situación habitual con las mujeres, estaba cambiando.

La había taladrado con la mirada por casi cuarenta minutos y aun así, no había volteado a verme ni una sola vez, a pesar de que sus amigas si lo hacían y la pinchaban con la insinuación en gestos de que mi interés se había reposado en ella.

Que me ignorase como nunca antes otra chica lo había hecho, se convirtió en un reto para mí por esa noche y por lo mismo, luego de que mis amigos notasen donde se encontraba toda mi atención, me disculpé con ellos avanzando hacia la sensual y tímida muchacha que no me brindó ni un contacto visual.

Recuerdo que sus amigas nos dejaron a  solas cuando me acerqué directamente a ella y lo nerviosa que se encontraba. Luciana representaba todo de lo que había huido siempre en una relación. Era la típica jovencita hija de papi que tejía sueños color rosa cliché junto con un príncipe azul.

Sin embargo, del reto pasé al interés genuino, del interés al enamoramiento y para cuando ya llevábamos cuatro meses saliendo, estaba perdido por ella.

No acostumbraba a salir más de una o dos veces con las mujeres y todo era siempre con derecho a roce, pero con Luciana había aprendido que si deseaba tenerla en mi vida, debía ganármela y cortejarla, demostrarle que iba en serio y que el amor que sentía no era pasajero. La había respetado más de lo que cualquiera lo hubiera hecho y hasta había pensado en pedirle que se marchara conmigo a Nueva York, cuando por fin me decidí por la oferta laboral de Estados Unidos.

Había sido la única mujer que me había importado de verdad en toda mi vida.

Pero nada había salido como yo esperaba; por primera vez había fallado en mis cálculos y dejé que Luciana llevara el timón de la relación y me orillara al rotundo fracaso. Desgraciadamente, me había enamorado como un necio y solo estaba probando las consecuencias de aquellos estúpidos sentimientos.

Desde la última vez que la vi, ya transcurrieron siete años y no podía creer que su hermano estuviera aquí, para pedir mi ayuda.

Nunca pensé que las cosas dieran un giro de ciento ochenta grados a mi favor, pero sería un completo idiota si no aprovechaba la oportunidad y tomaba aquello que Luciana siempre me había negado.

Ayudaría a su hermano, pero el precio sería bastante alto y lo tendría que pagar ella.

Miré de nuevo el reloj digital que reposaba en mi escritorio mientras tomaba asiento en aquel imponente sillón, solo para comprobar que mi querido ex cuñado había esperado lo suficiente. Presioné el botón del intercomunicador para indicarle a mi secretaría que lo hiciera pasar.

La vida me ofrecía la posibilidad de hacer aquello que tanto añoré alguna vez y por supuesto que no desperdiciaría la oportunidad, sin contar que me encantará ver aquella carita bonita, completamente humillada.

Oí dos golpes en la puerta antes de que se abriera y se asomó un joven rubio, con las mismas facciones que Luciana.

—¿Julián Ricci? —preguntó y asentí mientras le señalaba el sillón frente a mi escritorio. Jamás nos habíamos conocido en persona.

Tomó asiento, admirando cada rincón del despacho. Su aspecto era muy juvenil para mi gusto, porque debía rondar los veinticinco si no eran más años los que portaba. Si bien, su elegancia era imposible de ignorar, el atuendo que le acompañaba dejaba mucho que desear. Era cierto que se encontraban en apuros económicos.

—Yuri  Ivanov, supongo —repliqué con jovialidad—. ¿En qué puedo ayudarte? Si mal no recuerdo, ambos no nos conocemos de ninguna parte —sonrió nervioso mientras suspiraba.

—Es verdad, señor Ricci.

—Solo dime Julián —le concedí y su sonrisa se ensanchó.

—Es verdad, Julián, pero tengo entendido que conocía a mi hermana, Luciana Ivanov —mencionó y entorné los ojos con aparente sorpresa.

—Sí. Es verdad. Así que eres el hermano de Luciana… —fingí no saberlo.

—Así es… ella… ella una vez había comentado que fueron algo más que amigos y creí que por la amistad que los unió en el pasado, estarías dispuesto a ayudarnos —enarqué una ceja y sonreí.

—Creo que nuestra relación no fue tan estrecha como para que, luego de siete años sin saber absolutamente nada sobre su vida, pueda ayudarlos así como si nada —repliqué con tranquilidad—. Además, tengo entendido que Luciana se había casado con un heredero inglés. Si he de serte sincero, me siento absolutamente desconcertado con tu petición. ¿Podrías explicarme al menos los detalles de la situación? —inquirí mostrando interés para que no perdiera el entusiasmo y fuera a decirme todo lo que necesitaba saber.

Mis palabras surtieron efecto y el muchacho comenzó a hablar.

—Precisamente ese desafortunado matrimonio fue el que nos llevó a mí y a Luciana a esta situación —suspiró y se pasó una mano por la melena rubia—. El esposo de mi hermana malgastó todo el capital de la compañía que nuestro padre nos heredó, dejándonos en la ruina. Perdimos casi todo y tenemos la casa familiar rehipotecada, buscando desesperados compradores para al menos salvar la compañía. Gracias a Dios, ese hombre está muerto y al menos estamos libres de su manejo.

Aquella información captó mi atención. Así que Luciana era ahora una joven viuda que intentaba sobrevivir a la ruina, tal y como Giulio había mencionado en Roma.

Hasta hace cuatro años, intentaba saber alguna que otra cosa de ella, pero luego decidí ignorar por completo su vida. Solo me amargaba pensar en que era feliz.

Esto cada vez se ponía más interesante.

—Lo siento mucho por tu hermana. Por lo que oí, se había casado bastante enamorada… —mascullé con desagrado, puesto que aquel hombre fue precisamente el causante de que me hubiera abandonado. Por él y por la fortuna que había heredado, ella me botó como un zapato viejo.

—Creo que está exagerando. Luciana…

—Lo mejor es que me hables de los problemas que tienen para ver si puedo ayudarlos… o no —interrumpí lo que diría de su hermana porque no quería oír nada que tuviera que ver con su matrimonio.

El muchacho comenzó a hablar sobre los problemas que estaba atravesando la empresa de inversiones que su difunto padre había fundado. Me quedó claro que las malas decisiones en cuanto en qué invertir y en qué no, fueron el detonante de que estuvieran prácticamente en bancarrota.

Dijo que Luciana había pedido varios préstamos al banco, hipotecando dos veces la casa en la que vivían, para renovar todo su sistema informático y poder competir contra otras compañías similares. Sin embargo, nada había resultado.

Algo no cuadraba en todo, por lo que me propuse averiguar que estaba pasando dentro de la compañía antes de tomar una decisión.

Que Luciana necesitara ayuda y yo me aprovechara de ello, era una cosa muy distinta a que pusiera dinero en algo que no me generaría ganancias. Si les haría un préstamo, debía asegurarme de que podrían devolvérmelo y con intereses.

—Bien —lo detuve. Ya tenía bastante información—. Con lo que me has dicho, creo que tengo una idea de lo que está pasando en la empresa de tu familia y también, la solución. Sin embargo, debo realizar mi propia investigación y decidir si es conveniente o no para mi empresa, hacerse cargo de los problemas que tiene la tuya. Además, por lo que me has dicho, es tu hermana quien lleva el mando de la compañía y por lo mismo, deberé conversar primero con ella para tomar una decisión final.

»¿Crees que estará dispuesta a verme y negociar los términos de nuestro posible trato?

Una sonrisa de incredulidad de formó en su pálido rostro y se puso de pie, extendiéndome su mano con euforia.

—¿Eso quiere decir, que si Luciana viene a hablar con usted, nos ayudará? —sonreí con sarcasmo y rompí el contacto de nuestras manos. Él volvió a su asiento.

—Eso quiere decir que, si Luciana acepta mis condiciones, existe una gran posibilidad de que los ayude. Todo dependerá exclusivamente de ella y su capacidad de negociar —retruqué con doble sentido y el muchacho asintió conforme.

—Ella hará todo lo que sea necesario para salvar la empresa; no se preocupe.

«Es lo que espero», susurré en mis adentros.

—Bien. Entonces, dile que venga a verme mañana. No hay tiempo que perder —me puse de pie dando por finalizada nuestra reunión y el muchacho hizo lo propio—. Asegúrate de que Luciana no falte a la cita porque no tendrán otra oportunidad de obtener mi ayuda.

Advertí para que aquella maldita chiquilla no se atreviera a hacerme un desplante. Aunque dudaba mucho que lo hiciera, a sabiendas de su situación.

El hermano de Luciana Ivanov se marchó y me serví un escocés para saborear aquel momento porque sentía que llevaba esperándolo una eternidad.

Aunque hacía mucho tiempo no pensaba en lo que había pasado hace tantos años, estaba seguro que me complacería por demás volver a ver aquella maldita chiquilla.

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