Un político destacado

-7 de Septiembre de 2017-

Reclinado en su sillón de descanso, con una taza de café hirviendo entre las manos y unos imparables escalofríos recorriéndole la piel, el diputado local José Luis Valadez intenta relajarse y reflexionar un poco sobre lo que le ha sucedido el día de hoy.

Toma un sorbo de café. Se quema la lengua e instintivamente deja caer la taza al suelo. El oscuro líquido corre veloz entre las hendiduras de la alfombra y deja una espantosa mancha café sobre el rostro de la bailarina persa que está dibujada en el tapete.

Pasa saliva y se soba la frente. Mira con tristeza sus pantuflas y se lamenta por haberlas mojado. Son italianas, de cuero de venado y cubiertas con el pelaje de un joven zorro. Cuestan más que el salario mínimo de cuatro meses de un obrero ecatepense.

Se atusa el bigote y promete ser más cuidadoso. Estira las piernas y logra ponerse en pie tras esquivar el pequeño desastre cafetero. Ya mañana que limpie Doña Lucina, al fin que para eso le pagan. Camina algunos pasos y queda de frente a la ventana. Esa sección del fraccionamiento “no está tan mal” piensa para sí. Incluso en el interior de la unidad habitacional “Las Américas” existe la división entre clases, y él es uno de los tantos que lo agradece.

Las Américas…

Tan bonito lugar como para que el pendejo del “musulmán” lo arruinara con sus bombas y pendejadas. Un nuevo escalofrío le recorre la piel. Se soba los brazos y mira fijamente a un punto en la nada. No puede evitar acordarse de lo que sucedió esta noche…

Todo parecía acontecer de forma normal: una deliciosa cena con sus hijas en el restaurante italiano, un mesero torpe que equivocó unas simples ordenes, la consiguiente burla por su ineptitud, en fin… todo marchaba tal cual debía ser, y en aquellos felices momentos nada parecía indicar que algo malo fuera a pasar.

Sin embargo, pasó.

Después de la reunión, se excusó con sus hijas y su esposa. Tenía que atender “asuntos urgentes” de administración pública. Le dieron la bendición, y luego le agradecieron por trabajar tanto para ellas.

Lleno de orgullo y magnanimidad, esbozó una sonrisa y besó a cada una en las mejillas. Luego le dio indicaciones a Pablo, el chofer de la familia, de que las llevara a casa sin hacer ninguna escala no contemplada. Cuando las “niñas” y su mujer partieron, subió a su auto ejecutivo, ese que el congreso local le daba como parte de sus prestaciones. Adentro le esperaba Alejandro, su chofer y guardaespaldas, un viejo teniente retirado que solía hablar poco, pero disparar mucho.

Dieron una vuelta para despistar a cualquier infeliz que los siguiera y luego pararon en un bar, que curiosamente no estaba demasiado lejos del restaurante donde había cenado con su familia. Ordenó un vaso de cerveza alemana y pidió una coronita para Alejandro. No había problema alguno en dejarlo beber con él, pero no le iba a dejar tomar lo mismo… ¡Era importante hacerle saber a la gente quién era el diputado!

Miraron la televisión con desgano; las malditas noticias hablaban otra vez del terrorista infeliz que hacía estallar bombas por todo Ecatepec. Aunque las televisoras de alcance nacional tenían las manos atadas en lo referente al tema gracias al acuerdo “Edomex Seguro”, los programas de opinión se la pasaban inventando mil y un chismes sobre la supuesta identidad y motivación del “musulmán”.

Visiblemente molesto, le hizo una seña a Alejandro y este comprendió de inmediato la indicación: el hombre se levantó de su silla y pidió el control remoto de la televisión. El encargado del bar se le entregó de inmediato.

Entonces el guarura volteó a verlo, como preguntando qué quería ver.

Pidió ver algo de deportes; futbol, box, béisbol, ¡algo divertido! Alejandro cambió canal por canal hasta que encontró un programa de debate deportivo. El grupo discutía animadamente sobre el desempeño de la selección nacional. Argumentaban que la defensa era la peor línea del equipo, y que eran incapaces de “reventar” el balón cuando era necesario.

Un chistosito de cabello chino y acento español dijo que “tal vez en la selección se necesitaba a alguien de Ecatepec…”

Ese fue el colmo. No estaba dispuesto a escuchar nada más sobre ese imbécil “pocos huevos” que estaba llenando su municipio con bombas, muertes y mutilaciones. Menos después de que el cabrón había dado señales de vida en Internet con su “jachtag” o cómo quiera que se dijera, con el mensaje #tupuedesserel11.

¡Infeliz desgraciado!

Encolerizado, se aflojó la corbata y le indicó a Alejandro que apagara el televisor. Pidieron la cuenta. No dejaron propina. No se la merecían; le habían echado a perder la noche con su televisión y sus tonterías.

Aunque la verdad era que no tenía idea de lo que estaba diciendo. Las molestias de la noche apenas comenzaban…

Subieron a su auto y abandonaron el estacionamiento de la plaza. Avanzaron poco más de 300 metros y se detuvieron justo detrás del club de precios Val’s. Alejandro hizo el intento de prender un cigarro, pero él no estaba dispuesto a tolerar ese nefasto hábito en aquel preciso momento. El asunto del “musulmán” lo traía loco, y el más mínimo cambio en el ambiente lo sumía en la más gigantesca tensión.

Aguardaron entonces en silencio por los “caballeros” con los que tenían la cita: el “Japo” y el “Rana”, dos maleantes de poca monta que por alguna extraña razón se habían vuelto los líderes de las agrupaciones oficiales de asalto al transeúnte y al transporte público.

No le hacía mucha gracia hacer tratos con ese tipo de criminales, pero el dinero era el dinero. Por permitirles operar les cobraba 30 mil pesos semanales. Sí, era una suma bastante módica en comparación con lo que aquellos “perros” robaban en todo el municipio, pero tampoco había que ser tan avariciosos. Los ingresos familiares siempre podrían complementarse con la venta de algunas plazas de trabajo en las dependencias municipales o con la aprobación de algunas “concesiones comerciales”.

Además, que mejor que tener a los criminales de la zona de su lado. Eran un número considerable, e irónicamente representaban una buena cantidad de votos para su persona cuando llegaba el momento de competir en las urnas.

El reloj marcaba las 23:16. Resopló y dejó escapar una maldición en voz baja. ¡Había quedado en verse a las 11 de la noche! ¿Era acaso que todos los pinches rateros eran unos cabrones impuntuales?

De pronto, el rugido de un motor rompió el silencio monótono de la noche. Se trataba de un auto deportivo de color plateado y luces de neón en el frente y los costados. Llevaba un ridículo y gigantesco alerón en la cajuela, además de múltiples calcomanías de patrocinadores de carreras de autos distribuidas a lo largo de la carrocería.

Eso sí, ni una puta calcomanía de verificación. Alejandro refunfuñó al ver a aquel vehículo en su espejo retrovisor. No había duda, eran ellos.

Ansioso, se arregló el nudo de la corbata y sacó un peine de la guantera para acomodarse un poco el cabello. Debía lucir impecable ante los rateros. Eso le confería un aire de superioridad que no proporcionaba el simple dinero. Le hizo una seña a su chofer guardaespaldas y bajaron del auto.

Dieron cinco pasos en dirección al estrambótico auto plateado y frenaron su andar. Con eso era suficiente. Los que debían acercarse eran ellos.

Aguardaron algunos segundos y las puertas del deportivo con las calcomanías se abrieron de par en par. El “Japo” y el “Rana” descendieron de inmediato. Ambos llevaban puesto sendos collares dorados con las iniciales de su nombre colgando sobre su pecho. A pesar de que la noche era fría, habían prescindido de las chamarras, y de las camisas… su torso solo estaba cubierto por una minúscula playera blanca con un estampado malhecho de San Judas Tadeo. Su atuendo lo completaban unos pantalones de mezclilla deslavados y unos tenis que parecían ser demasiado grandes para sus diminutos pies.

—La crema y nata, ¿eh? — musitó Alejandro con desdén.

—Hay que ser amigo de todos, recuérdalo siempre que te sientas mejor que los demás— contestó intentando parecer sabio.

Los maleantes caminaron hacia ellos. Solo los separaban unos cien pasos. Luego 80, después 70… los “rateros” se detuvieron súbitamente. Se abrazaron y posaron haciendo una especie de “V” con sus dedos. El “Japo” sacó un celular de su bolsillo derecho y tomó una foto…

La quietud de la noche se hizo añicos otra vez: un estallido ensordecedor le tapó los oídos. Cerró los ojos y se volteó por puro instinto. Solo sintió el brazo de Alejandro rodeando sus hombros, pero fue incapaz de escuchar sus palabras. Únicamente sabía que algo andaba muy mal, así que se dejó guiar por su chofer hasta el auto.

Preguntó en voz alta que había pasado. Alejandro le respondió, pero él no podía escuchar nada. Su vehículo ejecutivo arrancó y abandonaron rápidamente la escena. Confundido, giró la mirada para ver aquello que habían dejado atrás. Aquello de lo que estaban huyendo de forma tan cobarde y desesperada.

Y entonces los vio: el “Rana y el “Japo estaban tumbados en el suelo, completamente inmóviles, enmarcados de forma macabra por un pequeño charco de sangre. Simplemente estaban muertos.

Ellos habían sido el número 11…

Cerró los ojos y pidió ser llevado a casa. Unos minutos después, se encontraba frente al portón de su hogar, el cual se abrió de forma automática para permitir el paso de su coche. Aun le zumbaban los oídos, así que no expresó  objeción alguna cuando Alejandro lo tomó del brazo y lo condujo hasta su estudio.

Quería estar solo. Así que le solicitó respetuosamente a Alejandro que se fuera “a chingar su madre”. Su leal guardaespaldas asintió, pero regresó cinco minutos después con una taza de café hirviendo.

Esa taza que había derramado sobre su costoso tapete persa y sus pantuflas de piel de zorro. Era un hecho que las cosas se le habían salido de las manos. Ignorar al “musulmán” no resultó ser la mejor de las estrategias.

El tiempo de reflexión se había terminado, era hora de volver al presente, era necesario actuar…

Sin pensarlo dos veces, toma su teléfono. Busca en la agenda el número de Marcos Zamora. Suspira un par de veces antes de llamarle. Esperaba jamás tener que volver a trabajar con ese tipo, pero las cosas no están como para andarse con rodeos. El sujeto es uno de los mejores investigadores privados que trabaja en la zona del estado de México, y seguro que el problema de las “bombas” no supondrá ninguna dificultad para él…

Dos timbrazos. Nadie contesta. Está a punto de colgar, cuando una voz raposa lo saluda con una mezcla de inglés y español:

—Hello “ese”, ¿how are you, vato? ¿Qué puede hacer el detective Zamora por ti? ¿How can I help you “ese”?

— ¿Marcos? Eh, sí… tengo un pequeño problema en Ecatepec, esperaba que tú y tu socio pudieran “echarle un ojo”, ¿podríamos reunirnos?

— ¿What problema “ese”? ¿El fucking bombardero? ¡What a bastard, man! ¡Ese vato está fuckin’ crazy! ¿A poco tus tiras no pueden atraparlo “ese”?

—No, mis policías no pueden hacer nada porque el alcalde se rehúsa a levantar la mano contra el “justiciero” …

Nasty, man, very nasty… ¿Y qué quieres que hagamos? ¿To kill it? ¡We don’t know anything sobre él (o ella)!

—¡Nadie sabe nada sobre él! Quiero que investiguen el caso, que encuentren al (o la) responsable, y que lo hagan pagar todos los estragos que está haciendo. ¿Puedo contar con ustedes, Marcos?

—¡Of course “ese”! We can catch it! Pero va a salir caro, many dollars “ese”…

—No importa lo que cueste ¡Quiero su cabeza!

Take it easy, man, déjalo en nuestras manos, “ese”. Te marcó mañana. Mi amigo va a estar feliz de verte otra vez.

—Sí, yo también, adiós…

Cierra los ojos. Retira el teléfono de su oído y pulsa el botón rojo que termina la llamada. Luego sonríe y dice para sí:

—Ahora sí, “musulmán”, te sientes muy chingón jugando contra amateurs, ¿no? Pues vamos a ver qué tal te va enfrentando a los más culeros de la “primera división” …

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