Al final no era un cuento de hadas...
Al final no era un cuento de hadas...
Por: Laura Biurri
Capítulo 1

Tiritaba, pero no de frío. La ansiedad la comía por dentro como si cientos de gusanos se hubiesen reunido en sus entrañas. El hombre a su lado le sonrió y ella, con un débil gesto, le devolvió la mueca. Las puertas del ascensor se abrieron dando paso a un espacioso pasillo con dos entradas de madera oscura en la pared enfrentada a la de los elevadores. Respiró profundo, era momento de poner su vida en orden y este debía ser su primer paso. 

El hombre a su lado abrió la puerta para acceder a un espacioso comedor completamente destrozado y maloliente. De uno de los sillones se incorporó una figura que, sin dudar, le sacaba por lo menos dos cabezas. Inhaló. 

—Matt, que alegría— exclamó el sujeto que se detuvo al notar a la muchacha de pelo extremadamente corto —. ¿Y esta quién m****a es? — preguntó con ese gesto desencajado y los ojos ausentes que ella tanto conocía.

—Ella es Maiia — respondió el sujeto a su lado —. Y es tu nueva asistente — explicó esperando la reacción de su amigo que lo observaba incrédulo. 

—Te dije que no necesitaba niñera — le gruñó con los dientes apretados. 

—Te dije que ya todos estamos cansados de tu m****a y que ibas a tener que buscar a alguien que te ayude. Bueno, no lo hiciste tú asique lo hago yo — Y le sonrió amplio.

—¡Y un carajo Matt! — gritó  él elevando los brazos. La muchacha a su lado solo lo analizaba con sus brillantes ojos celestes que resaltaban en su blanco rostro. Quería concentrarse en cualquier cosa que no fuese ese polvo blanco desparramado sobre la pequeña mesita del salón.  Apretó fuerte sus manos para que no la notaran temblar y trató de controlar su respiración con una de esas tantas técnicas que había aprendido hace unos años atrás, cuando Carlos se autonombró su compañero.

—No lo vamos a discutir — respondió Matt. Se notaba que el castaño estaba en el límite de su tolerancia  y Maiia era el último recurso que les quedaba. 

La banda ya no podía tolerar más que su baterista no se presentara a los ensayos o que, las pocas veces que lo hacía,  estaba tan colocado que las baquetas se le escapaban una y otra vez de sus manos. Habían intentado por todos los medios ayudarlo en este último año y medio pero ya no más, después que en el último concierto se presentó dos horas más tarde del comienzo del show y estuvieron a punto de buscar un reemplazo, decidieron que eso era todo, o arreglaba su vida en los próximos meses o se largaba para siempre.

—¿No lo vamos a discutir? — jadeó sorprendido —. Es mi puta vida y ustedes…

—Y nosotros te estamos dando la última oportunidad— sentenció el castaño —. Alex arregla esto, acepta que tienes un problema y busca ayuda profesional, o te olvidas de la banda y todo lo demás— Alex debió parpadear un par de veces para poder comprender las palabras de su amigo de toda la vida ¿Tan hartos estaban de él que lo amenazaban de esa manera?. Claro que sí. Su vida era una m****a en donde la mayor parte del día se la pasaba viajando en su mente. El poco tiempo que estaba en la tierra su humor era el peor, convirtiéndolo en un ser con el que nadie quería tratar.

—¿Es una amenaza? — logró  preguntar aún sin entender.

—Tómalo como quieras, pero entiende que lo hacemos por tu propio bien. Ni yo, ni el resto sabe qué hacer contigo. Maiia se asegurará que cumplas tus obligaciones, comas, te duches y duermas en horarios decentes. ¿Hace cuánto tiempo no viene Anita? — preguntó de repente. Alex tuvo que hacer mucho esfuerzo para recordar la última vez que esa tierna mujer estuvo en su departamento. No tenía idea, ni siquiera sabía en qué día estaba. M****a. ¿Llevaba dos días con la misma ropa o eran dos semanas?. Los recuerdos eran borrosos y desordenados. ¿Cuándo ensayó por última vez?. Tampoco lo sabía. Quería vomitar, de eso estaba seguro, aunque no tenía idea si había algo en su estómago.

—Le diré a la señora Ana que venga hoy mismo — la suave voz de la morocha lo sacó  de sus pensamientos y dirigió sus oscuros ojos hacia ella. Realmente era guapa. Tal vez después se acostaría con ella, antes de echarla a patadas de su casa, claro está. 

—Gracias Maiia — respondió su amigo —. Y ya sabes — continuó como si él no estuviese parado allí frente a ellos, como si fuera un chiquillo siendo dejado a cargo de su niñera —, cualquier cosa me llamas a mí o a cualquiera de los chicos —. Sí,  definitivamente lo iban a tratar como a un niño —. Y si debes dejarlo, sabes que no hay problema — eso último lo dijo tan bajo que Alex casi no llegó a comprender.

—No te preocupes Matt — le sonrió tan bonito que hasta a él le encantó—. Yo me hago cargo desde ahora — finalizó mientras lo acompañaba a la salida. Matt se giró para saludar a su amigo y gritarle que se comporte como un caballero —. Bueno — La morocha se volvió para verlo de frente. ¿Ese era el baterista de la banda más famosa del momento?¿Dónde m****a estaba el sujeto al que habían nombrado el más sexy del país hace solo unos meses? Lo que Maiia veía era a un sucio hombre, con el cabello tan enmarañado que no le sería fácil desenredar. Su remera oscura, rasgada en uno de los costados vaya a saber Dios por qué, estaba llena de polvo blanco y otras manchas extrañas. El jean que llevaba puesto le colgaba de sus caderas de una manera tan ligera que parecía a punto de caerse. Sus pies estaban descalzos por lo que las plantas se encontraban negras de mugre y pegotes. Era momento que se bañara —, comenzaré acompañándolo a la ducha — dijo ella desviando la mirada nuevamente de la pequeña mesita. Alex se giró para ver qué es lo que incomodaba tanto a la mujer y sonrió con maldad al notar que era porque había dejado algo de coca sobre el pequeño mueble marrón.

—Soy perfectamente capaz de bañarme solo — masculló con mal humor.

—No lo creo porque no lo ha hecho en un buen tiempo — rebatió  ella —. Asique vamos — finalizó señalando hacia el pasillo, después de todo no tenía idea de dónde quedaba el baño.

A paso lento Alex caminó  pasillo arriba hasta la segunda puerta de la izquierda. Abrió dejando ver un espacioso baño con ducha y bañera. Realmente el rockero estaba ganando buen dinero y gastándose todo en drogas, alcohol y fiestas.

Entró él y rodó los ojos cuando notó que la muchacha lo acompañaba. Comenzó a desvestirse bajo la atenta mirada de la morocha que estaba con sus brazos cruzados y una expresión que no supo descifrar. Últimamente todos lo miraban con lástima,  como si fuese un cachorro abandonado en plena calle, pero ella no, parecía molestarle su presencia. En realidad no sabía si aquello le agradaba más o menos que las miradas de sus amigos.

Antes de bajar su bóxer la volvió a observar con sus ojos tan oscuros como la noche. Maiia levantó una ceja de una manera tan desafiante que el morocho sonrió. 

—He visto penes antes. No me escandalizaré — escupió con tal soberbia que Axel no dudó en quedar como su madre lo trajo al mundo.

Maiia se mantenía en su estoica posición, apoyada en la puerta del baño mientras observaba el cuerpo del hombre que tenía enfrente. El muy maldito podía estar hasta las pestañas de coca, pero seguía teniendo un cuerpo de lo más sexy. Trató por todos los medios de no demostrar lo caliente que se estaba poniendo, y al parecer lo hizo con éxito porque Alex entró a la ducha sin decir ni una palabra. Recién cuando se encerró en la mampara de vidrio y dejó caer el agua, ella pudo suspirar.

—Voy a llamar a la señora Ana — le dijo casi en un grito para que la escuchara al otro lado del vidrio—. Tómate el tiempo que necesites. Te dejaré  ropa limpia sobre la cama — Alex no pudo evitar bufar de fastidio. Podía elegir qué ropa ponerse aunque su mente estuviera en un relajado viaje.

El agua le estaba sentando de maravilla, relajando su adolorida espalda y calmando un poco el dolor de cuello que lo acompañaba hace varios días. No supo cuánto tiempo estuvo ya que se dispuso a salir una vez que Maiia volvió a entrar al baño, abriendo la mampara de vidrio para observarlo con esa mirada dura que no podía descifrar.

—¿Piensas seguir desperdiciando agua o en algún momento vas a salir de allí? — escupió mirándolo directo a los ojos.

—Me puedes acompañar si quieres — respondió regalándole esa seductora sonrisa.

—Tu pelo es una m****a. Le voy a decir a un amigo que venga a arreglar esa porquería. Sal de una vez y ve a la cocina a comer algo — ordenó sin siquiera apartar sus brillantes ojos celestes de los de él. Ni bien terminó la frase dió media vuelta lista para salir de ese pequeño lugar. Si seguía frente a ese hombre desnudo y mojado, ella misma se metería al baño y no justamente para limpiar su cuerpo.

Alex, un poco más  lúcido,  envolvió una toalla en su cadera y caminó hacia su habitación. Había desistido hacer algo con su cabello ya que estaba tan enredado que solo pasar sus dedos le daba tantos tirones que terminaron por hacerle doler la cabeza. ¿O eso era por la resaca que comenzaba a instalarse?. Miró  arriba de su cama una muda de ropa perfectamente acomodada y al lado un desodorante junto al perfume. ¿Se pensaba que debía hasta recordarle hacer eso?. Tragó el insulto que subía por su garganta y se vistió despacio. Al salir de la habitación el olor a comida recién preparada lo golpeó,  renovando su extinto apetito. Caminó hasta la cocina sin detenerse a mirar la sala que ahora estaba en mejores condiciones. Al ingresar pudo ver a Anita caminando con velocidad mientras ordenaba todo a su paso y a cierta morocha de espalda a él cocinando algo.

—Buen día — dijo sin saber realmente si era de mañana.

—Muchacho, que desastre — reclamó Anita en ese tono maternal tan suyo.

—Lo siento — respondió él  algo nervioso mientras se sentaba en una silla alta al otro lado de la barra —. No volverá a pasar. Ahora tengo niñera — Y su mirada cayó en la morocha que lo observaba con una ceja levantada y un plato de comida en la mano.

—Tu niñera — murmuró ella dejando el plato frente al morocho. Realmente la comida lucía deliciosa. Él sabía que necesitaba ingerirla pero su estómago estaba cerrado —. Come de a bocados pequeños. Tu cuerpo debe volver a entender qué es la comida — le indicó de mal humor. ¿Acaso no había sido tierna y suave con Matt hace unas horas atrás?. De mala gana le hizo caso y, con un esfuerzo monumental pudo acabar con todo el plato. Ahora se sentía tan lleno que solo quería dormir.

—Voy a dormir — dijo levantándose de su silla.

—No puedes — lo detuvo la morocha —. Tienes que esperar al estilista y de allí hay que ir a la sala de ensayo que los chicos quieren hablar contigo — le explicó sin apartar su vista de la tableta mientras con el dedo pasaba de una ventana a la otra.

Alex se limitó a gruñir y encaminarse de igual modo hacia su habitación. En cuanto dejó caer su cuerpo en el mullido colchón y cerró los ojos sintió unas manos envolver su tobillo para luego jalar con fuerza y hacerlo caer de espalda en el helado piso.

—Te dije que aún no puedes dormir — esos ojos celestes lo estaban fulminado con simplemente mantenerse sobre él. 

—¿¡Qué  carajo te pasa!? ¡Quiero dormir! — gritó fuera de sí. 

—¡Y yo te dije que me importa una m****a! — le devolvió ella antes de salir de la habitación.

En cuanto Alex se puso de pie comenzó a seguirla y al llegar a la sala, listo para gritarle, un rubio tan alto como él pero con el cuerpo dos veces más ancho, lo detuvo.

—Es un honor para mí estar aquí— le dijo teniéndole la mano pero con la mirada tan fría que nadie podía creer en sus palabras —. Maiia me llamó para que venga a arreglar su cabello — explicó apretando fuerte el agarre. El morocho lo miró  confundido  pero no replicó nada. Su cuerpo estaba tan cansado que no podría pelear con nadie sin salir severamente lastimado.

—Aquí Walt — dijo la morocha haciendo espacio en la cocina, en una de las sillas altas.

Los dos hombres caminaron hasta ella y el morocho se dejó arreglar el lío que cargaba en su cabeza. Al finalizar se veía más pulcro y joven, aunque mantenía ese aire desenfadado que lo había hecho tan famoso.

Dos horas después Alex entraba en la sala de ensayo ante la atónita mirada de sus compañeros. No pudo más que sonreír al verlos con sus ojos y bocas tan abiertas. Lamentablemente su cuerpo le pedía a gritos que se metiera algo para poder seguir con el día.

Al otro extremo de la sociedad, en un oscuro sótano cubierto de moho y humedad, esa persona recortaba su decimocuarta fotografía de aquel hombre. Su sonrisa se amplió al ver su prolijo trabajo. Esa pared casi cubierta en su totalidad por aquel Dios de la música lo pondría de buen humor cada vez que tenga un día de m****a. Cansado se puso de pie para subir las escaleras y, por fin, ir a descansar.

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