CAPÍTULO 1

"Es más peligrosa la envidia de un amigo,

que el odio de un enemigo".

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1. ¡HOLA, BONITO!

Sarah se tapa la cabeza con la almohada al escuchar los gritos matutinos.

—¡Simón eres un inútil, no sabes hacer nada bien, al paso que vas romperas toda la vajilla!... ¡Cállate!

Así despierta cada mañana desde que sus nuevos vecinos llegaron al vecindario.

La mujer de aquella casa, le grita a uno de sus hijos, lo que es extraño para Sarah, ya que son dos niños los que viven ahí; pero la señora siempre está enojada o tiene algún regaño para "Simón".

«Quizás es muy tremendo, pero no debería tratarlo así»

piensa cuando la escucha regañarlo y tantos son los gritos diarios que, con curiosidad se ha detenido a mirar varias veces al pequeño y en ninguna de las ocasiones le ha pareció un niño inquieto o molesto, por el contrario, el rostro del pequeño carga una tristeza que le arruga el corazón.

Sigue sin entender por qué es tratado de esa manera por su mamá, por qué es constantemente humillado por su progenitora y por qué parece que la mujer no tiene ni pizca de amor para su pequeño hijo.

Una mañana de tantas, Sarah despierta temprano antes de que empiecen los gritos. Se asoma a la ventana y ve salir al hombre de aquella casa. Algunos días atrás lo ha visto irse muy temprano y regresar por la tarde o de noche. A veces lo ha visto con chalecos del FBI, por lo que sabe que es un oficial.

La primera vez que lo reparó, pensó que era muy apuesto, y creyó que era hermano o familiar de la mujer que siempre grita, porque no los veía mostrarse afecto, hasta que por chismorreo de algunas vecinas, se enteró de que era el esposo y el padre de los niños.

—Los nuevos son extraños, ¿no lo crees, Sarah? —le comentó en una ocasión la señora Jardon, quien vive en la calle de enfrente.

—¿Extraños?, ¿por qué lo dice, señora Jardon? —le preguntó Sarah queriendo tener más información de sus nuevos vecinos.

—La mujer es una antipática, intenté darle la bienvenida cuando recién se mudaron y se mostró grosera. Su esposo es un hombre amable, pero también lo vi como distraído.

—¿Entonces él es su esposo? —preguntó Sarah y no supo porque sintió una leve decepción cuando la señora Jardon se lo afirmó convencida.

Para Sarah un hombre casado es inmirable.

Desde que era niña y se enteró de las infidelidades de su papá para con su madre, y lo infeliz que le hizo cada traición a su tan amada progenitora, se prometió así misma jamás entrometerse en una relación, mucho menos en un matrimonio.

—Sra Jardon, ¿usted, alcanza a escuchar algo de lo que pasa en esa casa desde la suya? —le preguntó esa misma ocasión, indagando hasta dónde se oyen los insultos al pequeño.

—No, querida, desde mi casa no se escucha nada —Sarah lo sospechaba porque las demás casas del vecindario, están a una distancia considerable para oír los gritos de la mujer hacia el pequeño y porque alguna de las vecinas, ya habría comentado algo al respecto. La única casa lo bastante cerca es la de Sarah, así que es la única que ha podido escuchar los gritos e insultos al niño —. ¿Acaso hacen mucho ruido, Sarita?

—No...—le dijo Sarah un poco reservada y le cambió el tema de inmediato. Sabe que lo que le diga a alguna de sus vecinas correrá como fuego en un camino con gasolina y no quiere que la involucren a ella, pues su nombre quedará como la fuente del chisme.

Aquella mañana después de ver salir al hombre de la casa, se indigna más con lo que ve y escucha.

—¡Simón termina de lavar los platos que se te hará tarde para ir a la escuela! —le grita la mujer desde el comedor. Sarah puede ver la escena desde el suyo—. Aunque no entiendo para que vas, eres muy estúpido para aprender... cuando regreses del colegio limpiaras el resto.

El otro niño que es notablemente mayor está sentado en el comedor desayunando y listo para ir a la escuela y el pequeño Simón, luego de bajarse del banquillo que le permite alcanzar el lava loza, se sienta a comer con la cabeza gacha y no logra terminar el desayuno cuando el transporte llega por ellos.

La mujer despide al otro niño con besos y abrazos y al pequeño Simón, que a los ojos de Sarah puede tener 5 o 6 años, ni lo determina.

Siente tanta tristeza ante aquella escena. Le remueve un poco su pasado, pero a diferencia del niño, su mamá la trató con mucho amor; quien había sido un cruel tirano con ella, fue su padre.

Sarah se pregunta una y otra vez, por qué la mamá de ese pequeño, lo trata de aquella manera, si se supone que las madres siempre aman a sus hijos.

Deja de divagar en su mente y termina de alistarse para ir a trabajar.

En el hospital donde trabaja, llegan todo tipo de casos, desde torceduras, hasta accidentados graves, y es un día agotador.

Regresa cansada a casa queriendo no pensar en nada, pero es inevitable que le hierva la sangre al volver a presenciar otra escena de maltrato y humillación hacia el pequeño.

—¿Cómo que te quedaste dormido en la escuela, idiota? —La mujer lo hala de la oreja.

—Me sentía muy cansado —Sarah alcanza a escuchar la voz del niño en un tono bajo.

—Imbécil, ahora que lo sepa tu papá, ¡Oh sí! él cree que tu sirves para algo, pero la verdad es que eres inservible, pobre de él que tiene fe en ti —El pequeño baja la cabeza y una lágrima rueda por su mejilla—. Quizás ahora entienda que mandarte a la escuela es inútil. ¡Ve a terminar lo que te mandé!

—Leonardo, ¿me podría ayudar?

—No, no, no —le dice mientras mueve el dedo índice de un lado a otro casi pegándoselo a la cara al niño—, mi hijo no va a desgastarse en los quehaceres, el debe estudiar para que sea una persona importante en la vida...

Sarah se separa de la ventana para no seguir escuchando los insultos de aquella mujer hacia el pequeño y en su mente, organiza las ideas de lo que acaba de escuchar, pues lo que la mujer dijo la hacen entender la razón del nulo amor que siente hacia Simón.

«OK, "mi hijo", "tu papá" ya voy entendiendo. El pequeño es su hijastro y por eso lo trata así, tipo cenicienta. ¡Qué injusto! ¿Que tanto sabrá su papá?».

A Sarah le remueve las entrañas y le hace recordar otra parte de su vida, en la adolescencia, cuando la actual esposa de su papá intentó hacer lo mismo con ella. Para fortuna de Sarah en ese entonces tenía 15 años y había aprendido a tener un carácter fuerte y no dejarse de nadie, a causa de toda la desazón que le tocó vivir a ella y a su mamá por años, por lo que no permitió que esa mujer la intratara y maltratara como lo hizo su padre. Así que, pese a que solo iba a pasar una semana en casa de su progenitor, regresó con su madre de inmediato. Pero ahora, piensa en Simón, el niño aún está chiquito y parece no tener opción.

Suspira profundo intentando no entrometerse, pero no puede dejar de pensar en ese niño y el maltrato que está sufriendo.

«NO TE METAS, NO TE METAS, NO TE METAS». Se repite el resto del día.

Unos años atrás por estar de heroína al pretender defender a un ser inocente, tuvo muchos inconvenientes al punto de haber tenido que mudarse de localidad, por lo que intenta mantenerse al margen de los problemas ajenos.

Pero aunque intente no mirar hacia aquella casa, le es imposible.

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Casi al anochecer, el niño bosteza en la mesa del comedor mientras intenta hacer las tareas de la escuela.

La mujer y su hijo se encuentran en la sala de estar viendo televisión, cuando se escucha llegar el carro del hombre de la casa. Entra y los dos que habían estado viendo la tele salen a recibirlo.

La mujer, lo saluda con emoción  y le da un beso en la mejilla. Al recién llegado, parece no causarle ningún interés.

El pequeño Simón no quiso pararse de la silla y sigue concentrado en sus deberes escolares.

El hombre saluda afectuoso al niño más grande, luego pregunta por su hijo y se dirige hasta donde está el pequeño, lo abraza y besa su frente y se sienta a su lado atento a lo que hace.

Sarah, mira la dulce escena desde su comedor y se pregunta qué tan conciente está aquel hombre, de lo que pasa su hijo mientras él no se encuentra en casa.

«No te metas». Vuelve a gritarle su subconsciente.

Al otro día en la mañana, mientras Sarah riega su jardín, ve al pequeño salir al patio, llorando.

—¡Hola, bonito! —no pudo resistirse a saludarlo—. ¿Por qué lloras? —El niño la mira con el ceño fruncido y no dice nada—. Deberías estar en la escuela —continúa Sarah—. ¿Por qué no fuiste?

Sarah lo observa de cerca, es un niño hermoso con un rostro triste, tiene un bello cabello rubio oscuro y unos preciosos ojos azul verdosos, que le hacen recordar la inmensidad del mar.

También nota las ojeras que rodean sus hermosos ojos y lo bajo de peso que se ve. El niño va a decir algo cuando su madrastra sale enfurecida.

Es un mujer bella por fuera, llamativa a decir verdad, tiene cabello largo y rubio, que cae en lindas capaz y unos, aunque exageradamente maquillados, ojos grises; una nariz respingona, aunque Sarah puede reconocer que no es natural porque en algún tiempo trabajó como asistente de un cirujano plástico y desde entonces puede, identificar con facilidad, cuando algo no es original. Sus senos al igual que su nariz están operados y ni decir de la cintura tan pronunciada que se le marca con la ropa ajustada que usa.

Sarah se hace la amistosa, aún cuando por dentro ha estado acumulando rabia y desprecio hacia aquella mujer por la forma en que trata al niño.

—¡Hola, vecina!

—Hola —dice la mujer con sequedad.

«Verdad que es grosera como dijo la señora Jardon» piensa Sarah.

—Mucho gusto, soy Sarah Lenon —se presenta.

—Soy Lina Jones. ¿El niño la está molestando?

—No, para nada. Es muy lindo su hijo —le dice Sarah, aun sabiendo que no es de ella.

—¡Oh, no! No es mio, es de mi esposo y no es tán lindo como parece, es un niño malcriado y desobediente.

Sarah que tiene deseos de decirle que es una víbora inmunda, se contiene por miedo a que le haga más difícil y amarga, la vida al pequeño.

—¡Oh! Las apariencias engañan «bruja» —dice forzando una sonrisa después de haberse mordido la lengua para no insultarla como se lo merece—. Supongo que nos veremos luego, Lina. Todo un placer conocerte.

—Igual, ¿Sarah?

—Sí, mi nombre es Sarah.

Lina entra dejando al niño atrás sin importarle que estuviera llorando.

Simón mira a Sarah con vergüenza y ella lo mira con ternura, sabiendo que lo que acaba de decir Lina, es completamente falso.

—Simón, sé que no eres un niño malcriado, ni desobediente —El pequeño se sorprende de escuchar su nombre de aquella desconocida para él—. Nos veremos después —le dice guiñandole un ojo antes de irse.

Por la noche se repite lo de la anterior, el hombre de la casa llega, no muestra ningún interés en la mujer, busca a Simón y lo saluda con amor.

A Sarah le parece que, aquellos abrazos y besos que le da siempre el padre de Simón, son sinceros y tiernos. Piensa en lo mucho que habría deseado que su propio padre fuera así con ella y no el cruel progenitor que le tocó.

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En la mañana, Marcos, sube a los dos niños al auto para llevarlos a la escuela, quiere aprovechar que tiene la mañana libre para hacerlo y pasar unos minutos más con su hijo, ya que es poco tiempo lo que en los últimos días a podido compartir con él por culpa de su trabajo.

Marcos es un hombre con el alma herida, pero que se mantiene en pie por su hijo, él es lo más importante en su vida después de que su esposa murió.

Simón se ve un poco más animado de poder asistir al colegio y de estar con su papá.

Sarah quien va saliendo a su trabajo, saluda con la mano a Simón que mira por la ventana del auto distraído. El niño levanta la mano también correspondiendo al saludo.

—¿Quién es, hijo? —le pregunta con curiosidad su papá.

—La vecina de al lado —responde el pequeño.

—Ya tienes una amiga ¿eh? —le dice Marcos sonriendo.

El niño sonrie también.

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