CAPITULO 4

LA DECISIÓN

Henry

Salí como alma que lleva el diablo de la oficina, y ni que decir de Staton Company.

¿Pero qué carajos tenía en su cabeza aquella mujer?

Se había chiflado por completo al proponerme semejante barbaridad, semejante estupidez.

¿Cómo se le ocurrió que yo fuera precisamente la persona a quién le ofreciera aquello?

¡Ahhh! Tenía ganas de retorcerle el pescuezo a esa insufrible mujer que para variar, me atraía locamente.

Desde que había compartido la cama con ella, en mi interior se instaló un extraño sentimiento que me hacía añorarla. Pero como bien había aprendido a lo largo de mi vida, las cosas nunca eran color rosa y la vida siempre golpeaba de manera cruel a los que se descuidaban de la realidad. Por esa razón, jamás me permití siquiera sopesar la posibilidad de alguna vez tener con la señorita Staton, más que una relación laboral.

Sin embargo, ella simplemente llegaba, con su aire de poderío a ofrecerme en bandeja de plata lo que en el fondo también quería, porque este mes que me ha resultado de lo más largo, había terminado de convencerme que la atracción que sentía hacia ella, era ya innegable.

Me atraía como si se tratara de agua para un sediento perdido en el desierto. Me gustaba su aroma, ese delicado perfume que usaba me enloquecía. Sus modos, su forma de sonreír y de cabrearse cuando las cosas no se daban como las quería. Su diminuto cuerpo me hacía imaginar en cómo se sentiría bajo mi tacto, entre mis manos y más aún me molestaba que todo se estuviera dando de esta manera.

Habría sido más sencillo todo si no hubiera hecho aquella propuesta. Yo estaría aun con trabajo y ella, seguramente no se habría sentido tan humillada por mi rechazo... aunque dudaba que Camile Staton se pusiera a llorar y a patalear de vergüenza por mis palabras.

Al menos había recibido la paga del primes mes y con eso, abastecería por dos meses los gastos que tenía, pero luego tendría que encontrar otro empleo con el que abastecer a mi familia y los tratamientos de mi pequeña hija.

Cerré los ojos y maldije, mientras me dirigía al metro para volver a casa. El seguro médico de Jillian, lo perdería, y con ello también la tranquilidad de mi madre y la mía en relación a la seguridad de que recibiría el tratamiento adecuado.

No podía creer que con apenas veintiséis años, estuviera pasando por todo el drama familiar que llevaba a cuestas. Tenía una niña de tres años bajo mi tutela, con una madre ausente que al percibir toda la responsabilidad que conllevaría la pequeña, simplemente se había esfumado.

Maldita sea la hora en que me dejé envolver e ilusionar de aquella manera por Jessica. Apenas éramos unos críos que terminaban la preparatoria y soñaban con hacer fortuna de distintas maneras. Ella; como bailarina profesional, y yo; viéndome en la bolsa de valores, comprando y vendiendo acciones, ganando lo suficiente para mantener a mi familia y  cumplir con los caprichos que a ella se le ocurrieran.

Recuerdo que el día en que se enteró que estaba embarazada, se dio de golpes en el vientre porque odiaba la idea, y además, repetía siempre que era un error, que era un obstáculo para su carrera y no lo quería.

Fueron nueve meses tortuosos en los que luché contra ella para que no lastimara al pequeño inocente que venía en camino, y que no tenía culpa alguna de nuestro descuido y nuestras malas decisiones.

Jessica había querido abortar y fue el principio del final de nuestra relación, así como también fue el momento en que comenzó a caérseme la venda de los ojos y dejar de sentir lo que sentía por ella.

Me decepcionó profundamente porque bien pudimos enfrentar juntos todo y salir adelante. Pero ella resultó ser demasiado ambiciosa y egoísta, como para quedarse y atravesar necesidades a mi lado, según sus propias palabras.

En ese entonces, tenía apenas veintidós, cursando el penúltimo año de la carrera, pero con todo el drama que comenzaba a vivir, tuve que dejar de lado la universidad durante el embarazo y los primeros meses de vida de Jillian.

Para castigarme y molestarme que haya evitado que abortara, ella se negaba a comer, no consumía las vitaminas que con tanto esfuerzo lograba comprar y era reacia a los consejos del médico. Cuando la niña nació, pensé que se interesaría en ella al verla y cargarla, porque mi madre siempre decía que cuando uno tomaba entre sus brazos a su hijo por primera vez, se creaba una conexión, un vínculo que nunca más se rompería y que el amor que nacía en ese instante, era más grande y poderoso que cualquier otra cosa.

Pero no. Ella ni siquiera la quiso ver, ni siquiera quiso tomarla cuando con lágrimas en los ojos me acerqué con la bebé en brazos.

Sin embargo, apenas se dio cuenta de que algo no andaba bien con la pequeña, se marchó sin mirar atrás, dejándonos a nuestra suerte y a mí con la responsabilidad.

Los médicos me habían dicho que la pequeña nació con un síndrome congénito poco común, que afectaba la parte renal de su organismo, y que si no seguía un tratamiento riguroso desde su nacimiento, entrada la adolescencia podía repercutir devastadoramente en ella, incluso, dejándola por completo ciega.

Mi madre y yo hicimos hasta lo imposible por costear todos estos años el tratamiento de Jillian, y he hecho mi mejor esfuerzo por ser un buen padre, aunque Jessica me haya dejado viendo estrellas por el golpe duro que le atestó a mi vida.

Sin darme cuenta, el metro se detuvo en la estación donde debía bajar.

No quería preocupar a mi madre, pero la honestidad había sido un pilar fundamental en toda nuestra vida.

Ella apenas podía con los gastos de mis dos hermanos; Emma y Fred, y peor aún, ni siquiera a veces conciliaba el sueño pensando en que en un par de años, esos mocosos deberían ir a la universidad y con la pensión de viuda, no alcanzaba para todos esos gastos.

Gracias a Dios, mi padre, un humilde contador que había laborado todos los años profesionales de su vida en una fábrica del barrio, nos dejó un techo donde vivir y algo de dinero que lamentablemente lo tuvimos que ir agotando con el correr del tiempo.

Aunque me había ganado una beca completa para la universidad, los gastos jamás cesaban. Debía comer y pagar trasporte, y luego de que naciera Jillian tuve que posponer por un año terminar con la carrera y buscarme un trabajo, que hasta hace un mes fue mi sustento. Me costó bastante que el comité de admisión volviera a considerar becarme un año más, pero lo conseguí y al final de todo, logré graduarme con honores y muchas ofertas laborales que por cuestiones personales y de lealtad, había rechazado.

Y ahora, nuevamente volvía a la casa sin empleo, sin el seguro médico de Jillian, y sin... ya sin mentirme más a mí mismo, sin poder estar cerca de la mujer que me atraía. Porque Camile Staton ha sido la única mujer, desde Jessica, que ha logrado hacerme notar otros matices de colores además del blanco o el negro.

¿Por qué tuvo que arruinarlo todo?

Me hacía sentir como si fuera un objeto, como si estuviera en un exhibidor y me hubiera escogido porque le apetecía en un día de compras.

Sabía que no podía tener expectativas en cuanto a algo más con ella, pero a la muy...

¡Ahhh! Ni siquiera tenía palabras para definirlo. A la muy insensata simplemente se le ocurrió pagar por mi compañía para no tener que cargar con ningún compromiso conmigo.

Cabreado más de lo usual, entré al piso que ocupábamos mi familia y yo, topándome de lleno con la sorpresa de que Jessica se encontraba allí, con mi madre viéndola tensa, seguramente por lo que se desataría en el momento en que yo llegara.

Jillian se encontraba sobre la vieja alfombra gastada, jugando con sus muñecas, mientras que Emma, mi pequeña hermana de diecisiete años, veía a la madre de mi hija con rencor.

—¿Pero qué significa esto? ¿Qué haces aquí? —indagué furioso, con las manos presionadas en puño.

—¡Papi! —gritó la pequeña feliz, corriendo hacia mí. La cargué en mis brazos y Jill me propinó un sonoro beso en la mejilla.

—Hola princesa. ¿Estás bien? —pregunté acariciando su pelo y asintió con la cabeza, mientras veía como Emma se acercaba a nosotros—. ¿Qué haces aquí? —repetí mi pregunta a aquella mujer a la que no había visto por casi tres años. Bajé despacio a mi hija, quien volvió sin comprender que pasaba, a su juego de muñecas.

—Eso mismo quisiera saber, Rick —acotó Emma, utilizando el apelativo con el que papá siempre me había llamado—. Realmente no sé qué hace aquí ni por qué mamá la dejó pasar. No tiene ni la más mínima vergüenza para presentarse en esta casa luego de todo lo que te hizo.

—Emma, por favor... —intercedió mamá.

—¡Emma nada, mamá! Esta mujerzuela no debería estar cerca de mi hermano ni de Jill.

—¡Emma! Cuida tus palabras, niña —advirtió mi madre, señalándola con un dedo.

—Emma solo dice la verdad —intervine y vi como en los labios de Jessica se formó una media sonrisa—. Em, llévate a Jillian al parque mientras hablo con ella —señalé a Jessica con la cabeza y mi hermana, de un carácter infernal, accedió y tomó a la pequeña en brazos, saliendo de inmediato del piso—. Mamá, déjanos solos por favor.

—Henry... no cometas una estupidez —suplicó y asentí con la cabeza.

Cuando mi madre se devolvió a la cocina, Jessica, quien estaba sentada en la alfombra donde jugaba Jillian hace instantes, se puso de pie para enfrentarme.

—Hola, Henry. Veo que los años no le han sentado nada bien a tus modales —dijo burlona y sonreí.

—Mis buenos modales solo salen a flote con quien se los merece. Dime de una jodida vez que haces en mi casa.

—Tenemos una hija en común y es normal que quiera verla.

—¡¿Verla?! —reí a carcajadas mientras llevaba mis manos a mi cintura—. Dirás conocerla. En todos estos años no te has dignado siquiera en coger el teléfono y preguntar por ella. ¿Cuál sería tu interés ahora?

—Henry, sé que cometí un grave error al dejarte solo con la niña, pero entiéndeme. Era inmadura y demasiado joven.

—No te entiendo ni quiero entender una m****a, Jessica. Mejor vete de una vez porque estás agotando mi paciencia.

—Quiero que Jillian viva conmigo —lanzó de pronto, dejándome estático y lívido mientras intentaba procesar sus palabras—. Me he casado —levantó su mano izquierda, enseñando un par de anillos. Uno con una enorme piedra y otro liso—, y puedo hacerme cargo. Mi esposo tiene mucho dinero y le podemos brindar a Jillian todas las comodidades que tú no puedes, además de costear su tratamiento sin problemas, cosa que a ti te cuesta bastante.

—¡¿Pero qué carajos estás diciendo?! —bramé furioso—. ¿Te estás oyendo? ¿Estás consciente de lo que estás hablando?

—¡Por supuesto, Henry! Un hijo debería estar con su madre. Así lo cree mi esposo y mi abogado. Es lo más natural y tú, en ésta... —miró con desprecio todo el espacio a su alrededor, mientras lo señalaba con el dedo índice— caja que llamas casa, no puedes tenerla si yo tengo los recursos para ofrecerle algo mejor.

—Lárgate ahora mismo, Jessica.

—Pero...

—¡Que te largues, maldición! —grité de manera potente, haciendo que se sacudiera en su sitio—. Lárgate si no quieres que te mate aquí mismo y con mis propias manos. ¡Vete de una vez!

—Está bien —tomó su bolso y se lo cargó al hombro—. Me iré, pero te advierto que lucharé por la custodia de la niña y porque crezca conmigo. Mi abogado se pondrá en contacto y...

—¡Y una m****a! ¡Lárgate de mi casa ahora! —señalé la puerta y de inmediato salió disparada, no sin antes lanzarme un dura mirada.

¡¿Pero quién carajos se creía aquella mujer para venir ahora a reclamar sus derechos de madre?!

Estaba completamente equivocada si pensaba que se saldría con la suya, por el simple hecho de que ahora tuviera un esposo millonario.

A mi hija nadie se la llevaría a ninguna parte, y mucho menos se iría con esa arpía que le tocó de madre, porque estaba seguro que había algo detrás de este repentino interés suyo. Lo que menos podía creer, era que precisamente ahora, se le hubiera despertado el instinto maternal.

Esa maldita mujer solo se quería a sí misma y nunca permitiría que Jillian creciera con la influencia de alguien como ella.

¿Pero qué haría?

¡Precisamente ahora que me había quedado sin trabajo, sucede todo este desastre!

Al parecer Dios pensaba que yo era un hombre con alma y corazón de acero.

Tenía que conseguir de manera urgente otro empleo, porque si Jessica había hablado en serio, tendría que demostrar que era capaz económicamente de mantener a mi hija.

—Hijo... —irrumpió mi madre, ingresando desde la cocina al pequeño salón de nuestra casa—. ¿Crees que Jessica sea capaz de llevarse a Jillian? —preguntó temerosa y asentí con la cabeza porque sabía que era testaruda y que debía de existir algún motivo oculto detrás de su intención.

¿Venganza? ¿Ganas de solo joderme la existencia? Tal vez. Pero algo me decía que era más que eso.

Mi madre sollozó, tapándose la boca con ambas manos. Inspiré una bocanada de aire para no tambalear y echarme a hacer lo mismo. Me acerqué hasta ella y la envolví entre mis brazos, mientras su llanto brotaba.

—No te preocupes, mamá —susurré, mientras besaba su pelo—. Te prometo que no se la llevará.

—Ay hijo. Sé que no es momento, pero estamos en serios problemas y sé que si no resolvemos esto primero, no habrá forma que te quedes con Jillian, ni evitar que un juez dictamine que se marche con su madre —fruncí el ceño y la tomé de los hombros, separándola de mí para verle el rostro. Ella se limpiaba las lágrimas y mantenía la cabeza gacha.

—¿Qué ocurre? —pregunté con temor y mamá respiró profundamente antes de levantar la vista.

—El banco ha remitido una carta de intimación para que paguemos las mensualidades pendientes de la hipoteca —murmuró con pena y la miré desconcertado.

—¿De qué estás hablando, mamá? Nosotros no hemos hipotecado la casa. Papá había pagado los pendientes que teníamos con el banco y nos dejó libre de deudas... —me miró con pena, agachando la cabeza y mi temor más grande iba creciendo a pasos agigantados.

Hubo una época, mientras buscaba trabajo y me ocupaba del tema de Jessica, en que mi madre había asumido toda la responsabilidad de la casa, de mis hermanos, de mis estudios y de los gastos médicos de esa insufrible mujer, cuando tuvo a la niña.

—Mamá... dime por favor que no hiciste lo que estoy imaginando —supliqué y ella se echó a llorar en mis brazos—. Por Dios, mamá. ¿Por qué lo hiciste?

—Porque no podía verte agobiado, preocupado, sin poder dormir por no saber cómo harías para cubrir el hospital y las necesidades básicas de un recién nacido. Estabas sin empleo, tratando de terminar ese año de la universidad y como madre, no podía verte sufrir de aquella manera. No toleraba ni soportaba que mi bebé sufriera tanto como lo hacías —rompió en un llanto convulsivo y no me quedó más remedio que abrazarla de nuevo y cerrar la boca.

¿Cómo diablos haría para cubrir también esa deuda?

Por todos los cielos que no daba más, no podía más...

Quería rendirme, quería m****r a la m****a todos los problemas que tenía. Esta no era la vida que había soñado, esto no era lo que había pensado sucedería conmigo cuando apenas era un crío.

Cuando mi madre se hubo calmado, estuve seguro de que lo más sensato era marcharme de allí en ese instante y callarme que me había quedado sin empleo.

—¿De cuánto estamos hablando? —mi madre se apartó de mí, yendo en dirección al pequeño escritorio con el ordenador viejo que utilizaban mis hermanos para su tarea escolar. Abrió uno de los cajones y extrajo un papel de allí, volviendo hasta mí y enseñándomelo. Cuando vi la cifra que debíamos al banco y que teníamos que cubrir a más tardar en un mes, casi me voy de culo. Cerré mis ojos con fuerza y asumí que maldecir y romper todo a mi paso, no resolvería nada—. Todo estará bien, mamá. Lo resolveremos —besé su frente, apartándome lentamente de ella—. Iré con Zac. Necesito algo de aire —dije, y ella simplemente asintió.

—Lo lamento tanto, hijo.

—Descuida; encontraré una solución —respondí, mientras me dirigía a mi habitación a cambiarme de ropa, para ir al modesto gimnasio que mi amigo Zac llevaba adelante. Necesitaba descargar mi frustración y mi rabia en algo, ¿y qué mejor que ensañarme con un saco de boxeo, imaginándome el rostro de las dos mujeres que querían arruinar mi frágil tranquilidad?

Cuando llegué al pequeño complejo, de inmediato comencé a gastar mi energía, dándole con todo al viejo saco de arenas que colgaba en un rincón.

Mientras lo hacía, el rostro angelical de Camile se aparecía en mi mente, con su habitual sonrisa arrebatadora y despreocupada, haciéndome recordar que por su culpa estaba en serios aprietos económicos ahora. Luego veía la petulante y engreída cara de Jessica, quien por fuera se veía distinta con todo el dinero que seguramente se gastaba en ropa y maquillaje, pero que por dentro, no dejaba de ser la vil y traicionera mujer de siempre.

Mis puños iban y venían, mientras el sudor me cubría desde la cabeza y todo el cuerpo. La playera sin mangas que llevaba, se adhería a mi cuerpo por lo empapado que me encontraba y los pantalones deportivos me hacían sentir que la piel me ardía.

Pero nada importaba. Solo quería que todo ese mal rato se esfumara por unos instantes.

—¿Mal día? —interrumpió Zac, mi amigo de infancia y confidente. El único con quien no me guardaba nada. Le atesté un último y potente golpe con el puño derecho al saco y caminé hacia un taburete de madera donde había dejado mis cosas. Tomé una pequeña toalla y me la pasé por el rostro, mientras sabía que Zac se encontraba detrás de mí, aguardando a que le contara sobre el asunto que me tenía de aquella manera.

—Jess volvió, amenazándome con quitarme a mi hija, el mismo día en que renuncié a mi empleo porque mi jefa me hizo una propuesta indecente —respondí como si estuviera hablando del clima y Zac, por primera vez desde que nos conocimos, se quedó sin habla.

—Espera —rio a carcajadas por la sorpresa—. ¿Me estás diciendo que tu jefa quiere acostarse contigo? —preguntó sorprendido y enarqué una ceja, mientras me cruzaba de brazos—. Y... por supuesto, lo más grave es lo de Jess. Aunque no creo que esa loca quiera quedarse con Jill —le restó importancia al asunto y me tomó del brazo, arrastrándome hacia la pequeña oficina donde llevaba le papeleo de su establecimiento—. Creo que necesito un trago —tomó dos cervezas del pequeño frigobar que tenía allí y me lanzó una. No acostumbraba a beber a esas horas, pero la ocasión lo ameritaba—. Explícame mejor lo que está ocurriendo, porque créeme que es demasiado para alguien como yo todo lo que has dicho.

—Lo que oíste; Jessica regresó y quiere quitarme a la niña. Al parecer se casó con un hombre con dinero y estoy seguro que ese tipo tiene mucho que ver para que quiera hacerse cargo de Jillian. Me amenazó y no dudo que por puro capricho, esa cínica hará lo imposible por joderme la existencia.

—Vaya... realmente no pensé que esa arpía tuviera instinto maternal.

—Yo tampoco. Creo que este asunto de querer hacerse cargo es por otra cosa, pero lo peor de todo es que si llegamos a instancias judiciales y no puedo demostrar que soy capaz de brindarle una vida digna a mi hija, la terminaré perdiendo por el estúpido capricho de esa mujer.

—Bien. Ahora vayamos a lo otro. ¿Cómo es eso que renunciaste porque tu jefa quiere llevarte a la cama? —preguntó de lo más interesado y quise reír por lo chismoso que resultaba a veces.

—Pues sí. Me hizo una propuesta, hasta con contrato y varios ceros de por medio —silbó mientras me veía con incredulidad.

—Sabía que Dios no te había dado esa cara bonita por nada —bromeó y negué—. Sé que tú no eres de esa manera, Henry, pero en estos momentos, ¿no te parece que es una estupidez que hayas renunciado?

—Viéndolo después de que Jessica me amenazara, y de que mi madre me informara que hipotecó nuestra casa y debemos pagar si no queremos quedarnos en la calle, creo que fue una grandísima tontería —me crucé de brazos y Zac, una vez más se quedó sin habla—. Zac, es todo tan complicado y me siento con la soga al cuello. Realmente no sé cómo saldré de esta.

—De verdad me dejas sorprendido una vez más y te juro que no me gustaría estar en tus zapatos. Tu trabajo era perfecto; ganabas bastante y tenías un seguro para tu hija, y para rematar, tu jefa te ofrece más dinero por un revolcón. Perdóname, hermano, pero si yo fuera tú, aceptaría sin dudar.

—No puedo, Zac. No puedo hacer eso. Mi orgullo y dignidad me lo impiden —aclaré, llevándome los codos a las piernas y hundiendo mi rostro en mis palmas. Me sentía atado de pies y manos, entre la espada y la pared.

—Pues tu orgullo y dignidad no pagarán los tratamientos de Jillian ni los honorarios de un abogado. Tampoco te darán de comer, Henry. Dime una cosa —preguntó y levanté el rostro—. ¿Tan desagradable te resulta esa mujer como para no querer llevártela a la cama por mucho dinero? —inquirió y el rostro se me desencajó. Suspiré sopesando la idea de darle voz a mis pensamientos y así lo hice. Que más daba, de todas formas necesitaba hablarlo con alguien.

—Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida, Zac —confesé, y mi amigo me vio con los ojos desorbitados—. Y eso es lo peor, porque me habría gustado que me hubiera visto como un hombre, como una persona con quien podría salir y pasar el rato por sentimientos de por medio, y no que me viera como un objeto que así como lo podía comprar, lo podría botar cuando se aburriera.

—Por todos los cielos... estas... estas...

—¡Por supuesto que no, Zac! No estoy enamorado. Pero sí me gusta mucho, no te lo negaré a ti.

—¿Entonces cuál es tu problema, hombre? —preguntó—. La mujer te gusta y además, te ofrece dinero por llevarla a la cama. Dime, Henry Ross, ¿cuál es tu maldito problema?

—¡Qué no soy el puto de nadie, maldición! No soy un maldito prostituto. ¿No entiendes que si acepto esa m****a de propuesta, no hay vuelta atrás?

—¿Y qué harás? ¿Tendrás viviendo a tu madre, a tu hija y a tus hermanos en la calle? ¿De qué vivirán? Porque no conseguirás todo el maldito dinero que necesitas, si no es de la mano de aquella mujer. Tómalo como una inversión, como algo temporal hasta que resuelvas tus malditos problemas.

—Zac, no creo que...

—No puedes darte el gusto siquiera de creer, hombre. Date cuenta que aceptar la propuesta de esa mujer es la solución a todos tus problemas. Si tanto te cuesta hacerlo por todos los valores que pregonas, piensa en tu hija, en tu madre. Piénsalo, hombre. Piénsalo bien porque estoy seguro que una vez se le pase el capricho contigo a esa mujer, esta única oportunidad que tienes de salvar tu casa y de tener a tu hija contigo, se habrá ido al carajo.

—Tal vez... —me pasé la mano por el pelo—. Tal vez tengas razón y deba pensármelo —me puse de pie completamente confundido. Todo se me estaba yendo de las manos y debía encontrar la manera de resolver mis problemas—. Lo mejor es que me marche; mi madre debe estar preocupada porque dejamos las cosas a medias.

—Está bien, amigo. Pero hazme el favor de pensarlo bien. Otra oportunidad como esta, no la tendrás de la noche a la mañana. Salúdame a Vivian y dile que pasaré a visitarla mañana —asentí a lo que decía porque quizá, mi tabla de salvación y mi única salida fuera aceptar la propuesta de Camile.

Mientras caminaba de regreso a casa, mis pensamientos volaban sobre los pros y contras de aceptar aquella propuesta indecente que me había hecho Camile Staton.

Yo no era un hombre acostumbrado a recibir órdenes en ese plano, ni mucho menos dejado como para que otra persona me mandoneara sobre mis asuntos personales.

Sería demasiado complicado hacerme de la vista gorda y aceptar cosas que no eran de mi agrado.

Cuando llegué a la casa y encontré a mi madre con la tensión arterial por las nubes, sin posibilidad alguna que dejara de llorar, fue cuando decidí lo que debía hacer.

El rostro angelical de mi pequeña, con aquella sonrisa inocente, también influyó en mi decisión, porque si existía una manera de arreglarlo todo sin que ese par sufriera, lo haría sin importar cuan humillado me sintiera.

Fui directo a mi habitación, me di una larga ducha y traté de conciliar el sueño sin haberle hablado a nadie durante el final de la tarde ni la noche. Varias veces Emma golpeó mi puerta, intentando que le abriera para poder conversar. Pero no lo hice. Quería estar solo y hacerme la idea de que lo que haría al día siguiente, era lo mejor para todos. Para todos, menos para mí.

***

Cuando llegó la mañana, como hacía de manera habitual, me enfundé en uno de los trajes que mi jefecita había mandado comprar y sin poder ingerir absolutamente nada, salí disparado hacia Staton Company con los nervios palpitando en todo mi ser.

Sabía que era una locura, pero una locura necesaria.

Fui directo a mi oficina. Cuando oí bullicio al otro lado de aquella puerta que nos separaba, reuní todo el valor que necesitaba para humillarme y fui decidido a enfrentarla.

Al verme, Camile ni siquiera se sorprendió, como si estuviera segura de que terminaría regresando y aceptando su loca propuesta.

—Buenos días, señorita Staton —mascullé con cierto matiz de rabia y ella sonrió con autosuficiencia.

—Sabía que volverías —fue su respuesta y viéndola de la manera tan sexy en cómo iba vestida, me convencí que aceptar aquello después de todo, tal vez me diera ciertas ventajas.

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