Capítulo 5. APATÍA

“Esta será tu oficina, tu secretaría será la señorita Diana y no necesitas más que pedir que te comunique a donde quieras para que ella lo haga realidad; puedes ir a donde quieras, pero te recomiendo que antes de ello concretes una cita y, en cuanto a mi oficina, no te pares por allí jamás.”

Esas fueron las últimas palabras que le dedicó Emma a Fernando después de mostrarle la empresa entera.

—Así están las cosas, ¿eh? —señaló Fernando recibiendo la completa indiferencia de Emma, y se dejó caer en la silla detrás del escritorio de la que, a partir de ese momento, y por un buen tiempo, sería su oficina.

Dieciocho años atrás, Fernando se había ido siguiendo un plan y, aunque sospechaba que podía no resultar tan bien como lo esperaba, no imaginó que convertirse en alguien capaz de enfrentar a Regina y pelear por Emma y su hijo le tomaría tanto tiempo; así como tampoco esperaba que, al regresar, Emma le odiara de tal manera.

Pero, siendo sinceros, cuando él se fue esperando que a su regreso todo resultara bien, estaba siendo demasiado optimista.

El hombre suspiró, se acababa de dar cuenta de que las cosas no irían nada fáciles. Si sus sospechas resultaban ser ciertas, y Fernanda resultaba ser el producto del amor que Emma y Fernando se tuvieron cuando jóvenes, no podría obtenerla fácil. Emma seguro no le permitiría que la tuviera.

Y, al respecto de Emma, las cosas iban peor. No solo estaba el hecho de que ella le odiaba al punto de serle completamente indiferente, sino que estaba casada y tenía dos hijos. Definitivamente no recuperaría a esa familia que dejó atrás por un estúpido plan que tenía menos posibilidades de funcionar que una computadora sin batería.

Pero, aunque no tuviera esa familia que siempre soñó y que desde siempre anheló tener, él no se rendiría fácil a recuperar a su hijo. Si Fernanda resultaba ser su hija, él la obtendría fuera como fuera, porque era de él y la había amado desde siempre.

Él la había amado aun sin ver su rostro, aun sin saber su nombre, aun sin haberla tenido entre sus brazos. Ella sería de él porque le pertenecía enteramente, era su hija, su amada hija.

O al menos esperaba que fuera así. Sin embargo, ese cabello negro como el de su madre y esos ojos marrón como los suyos le daban una esperanza.

En la fiesta de bienvenida haría estallar una bomba, estaba seguro de que los padres de Emma lo reconocerían y lograría que su plan de hacer temblar a toda la familia Marmolejo fuera un éxito; y por el momento lo único que había hecho temblar fue a Fernanda, y fue de miedo porque casi la mataba, y a Emma, de coraje.

Entre acostumbrarse a la empresa, aunque la conocía demasiado bien, y fingir que no le dolía la indiferencia de esa que él realmente amaba, Fernando sobrevivió los cuatro días que le tomaría al laboratorio de su amigo hacer la prueba de paternidad.

Por su parte, Emma la pasaba terrible. Ese hombre había regresado a desenterrar los sentimientos que ella creía haber dejado atrás, pero no era así, simplemente no podía ser así, pues, aunque fingía que no le importaba, Fernando fue demasiado importante para ella.

¿Y cómo podría no haber sido importante? Si fue su primer amor, el padre de su amada hija y su único amor.

Después de Fernando, Emma no buscó a nadie más, se dedicó a proteger a su hermana de su madre que la odiaba tanto, se dedicó a ser perfecta para que le permitieran tener a Fernanda cerca, se dedicó a no pensar en nadie más

Tanto Fernando como Emma cargaban demasiados sentimientos como para poder estar calmados cuando estaban cerca, por eso a Fernando le molestaba tanto la apatía que Emma mostraba frente a él, cuando lo único que él quería, al tenerla cerca, era abrazarla, besarla, amarla y amarrarla para siempre a él.

«¿Será que realmente me odia?», se preguntó.

Pero “sí” no era la respuesta. Fernando no sabía la excelente actriz que era Emma, que, aunque sí estaba muy dolida, lo amaba demasiado, tanto como para en serio no ser capaz de odiarlo.

Los días pasaban y Fernando pudo darse cuenta cuánto su amada Emma había cambiado. La adolescente caprichosa, berrinchuda, altanera y desastrosa de la que se había enamorado no estaba más. Emma era una mujer correcta y responsable, era amable y complaciente, era toda una dama, y eso no hacía que él la dejara de querer.

Aunque, al parecer, ella lo había superado, pues de odiarlo al punto que decía, no sería capaz de contenerse, ni de trabajar en conjunto con él como lo había demostrado. Y es que, cuando uno odia a punto de querer matar a alguien, no le sonríe ni le habla como ella lo hacía con él.

Una de dos, o Emma lo había perdonado o, para ella, lo que para él fue lo más importante de su vida no había significado absolutamente nada y no le dolía.

Fuera cual fuera la respuesta, a Fernando le dolía. Pensar que no lo amó era igual de malo que pensar que no lo amaba.

—¿Cómo han ido las cosas? —preguntó Julián, el mejor amigo de Fernando Báez, por teléfono y Fernando alargó un suspiro.

—Ella me trata como si yo no fuera nadie —informó Fernando y Julián se compadeció de él.

Julián conocía la historia de su amigo y de esa chica que había abandonado en el pasado, incluso él sabía que sería difícil recuperarla, hasta se lo advirtió, le sugirió que, si no estaba dispuesto a aceptar rechazos y odios, no volviera a ella.

Pero Fernando necesitaba volver, después de todo, había dedicado su vida a ser alguien capaz de enfrentar a Regina por su familia.

—Lo lamento, Fernando —dijo el hombre al otro lado de la línea—, pero sabías que podía pasar.

¡Caro que lo sabía! Pero había sido optimista, aunque quizá demasiado. Quizá él estaba esperando demasiadas cosas buenas, por eso estaba un poco decepcionado justo en ese momento.

—¿Tienes los resultados? —preguntó Fernando intentando dar un vuelco a su dolido corazón pues, aunque estaba demasiado temeroso de un resultado negativo, necesitaba salir de dudas cuanto antes. La esperanza mezclada con la duda lo estaban matando.

Fernando se había enamorado de esa sonrisa burlona que cargaba la delgada y loca chica que días atrás casi atropelló.

—Para eso te llamé —explicó Julián—. Fernando, la prueba de paternidad dio positivo. Felicidades, amigo, encontraste a tu hija.

Las palabras de su amigo igual hicieron cachitos su corazón, y es que sintió explotar de felicidad.

» ¿Fernando, estás bien?... ¿estás ahí, Fernando?... ¿Fernando?... —insistía Julián por el teléfono.

En el shock que se encontraba, Fernando no lograba ni siquiera articular palabra.

Del otro lado de la línea Julián sonrió. El solo imaginar la expresión radiante que debería tener su amigo justo en ese momento le hacía feliz.

» ¿Cuándo la verás? —preguntó el médico, devolviéndole los pies a la tierra al hombre que podría pasar por el hombre más feliz del universo.

—En unas horas —informó Fernando—. La fiesta de bienvenida es en tres horas y ella deberá estar allí… Julián, veré a mi hija en unas horas —soltó demasiado feliz Fernando, olvidándose de que las cosas podrían no nada fácil con ella, tampoco.

Fernanda era impredecible, y él no la conocía de nada.

**

Intentando que no se notara la felicidad que se desbordaba de su alma, esperaba ansioso la aparición de Fernanda en la recepción que la empresa de la que ahora era socio le había dedicado.

Cuando la vio llegar, el hombre se dio cuenta de que esa chiquilla no era lo que esperaba, y sonrió al recordar a la vieja Emma, aquella chiquilla loca que hacía todo lo que sus padres no querían.

—Hola, tocaya —saludó para la chiquilla mal encarada que miraba a todos con hastío—, me alegra que aún no te hayan atropellado.

Fernanda le miró sorprendida y sonrió al reconocerlo.

—Es que no te has pasado por las calles que transito —dijo y se saludaron con un apretón de manos y un beso en la mejilla, además de una sonrisa—. ¿Qué haces aquí? —preguntó la adolescente.

—Soy el nuevo socio de la empresa —respondió inocentemente el hombre, devolviendo a la cara de la chica el hastío.

—Ah —hizo Fernanda, sintiendo que tenía un enemigo más. Ella definitivamente no ayudaría a que esa empresa, que no le interesaba, tuviera buenas relaciones—. Realmente me caías bien, es una pena —dijo para el que se quedaba sorprendido y se fue altanera, dejando con la palabra en la boca al que no fue capaz de volvérsele a acercar.

 

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