Capítulo 04| "No pretendas ser Brayan Oconer"

Crucé el césped a paso rápido, Theo me esperaba desde hacía 10 minutos, y estaba segura de que si me tardaba un minuto más, él sería capaz de ir a buscarme.

Suspiré, aun llevando su mirada grabada en mi mente. No podía negar lo atractivo que es el sujeto; simplemente sus ojos eran su mejor atributo, no podía sacar ese par de piedras volcánicas de mi cabeza, lo que me hacía sentir como una chiquilla ilusionada de 14 años. Era estúpido, pero me sentía atraída hacia un chico que acababa de conocer, y que además, ese chico fuese capaz de golpear sin piedad a mi hermano. Sacudí la cabeza, tratando de concentrarme otra vez, eso era un poco enfermo de mi parte.

Subí a la gradería y me senté al lado de Theo. Abajo, los chicos del equipo de futbol hacían su respectivo calentamiento, incluyendo a Alex, Albert y Trevor.

A pesar de que me gustaba jugarlo, siempre había tratado de comprender la ciencia del futbol; continuamente lo he visto como algo estúpido. Veintidós chicos corriendo para ganar la posesión de un pequeño balón, solo para obtener tres jodidos puntos después de 90 minutos de carrera, no tenía en sí ningún sentido.

—¿Qué quería el rubio ese? —preguntó Theo, sin apartar su mirada de la cancha.

—Hablar —contesté.

Arqueó una ceja mirándome fijamente, a la vez que apoyaba sus codos en sus rodillas,

—¿Hablar?

—Hablar —repetí.

—¿Es todo lo que me dirás?

Me encogí de hombros y miré a Trevor patearle el trasero a Dylan Jonhson mientras ambos reían a carcajadas.

—¿Qué es lo que quieres escuchar, Theo? —cuestioné, mirándolo de soslayo.

—Tal vez la verdad. Trevor me ha dicho que ese idiota fue quien dejó a Allan de esa manera.

Puse los ojos en blanco y apoyé mis manos en mis piernas. No importaba lo que dijera, mis hermanos tenían la costumbre de aferrarse a una idea, sin concernir en que esa idea fuera la incorrecta; a veces me preguntaba si ese era un don que tenían todos los chicos, de simplemente aferrarse a lo que ellos creen que es lo correcto, sin importar de cuantas veces se les hable con la verdad. Justo ahora sabía qué era lo que Theo quería escuchar, servía el pasar tanto tiempo con él para conocerlo a la perfección. Y justo ahora, iba a darle la satisfacción de hacerlo escuchar lo que quería.

Sonreí y elevé una de mis cejas, mientras lo llamaba con mi dedo índice. Él se acercó y yo coloqué mi boca sobre su oído.

—¿Tienes algún condón? —susurré, conteniendo las ganas de reír al ver los músculos de su espalda tensarse.

—¿Para qué quieres un condón? —indagó, tragando con fuerza.

Me encogí de hombros y estiré mis pies, acomodándolos sobre los asientos de adelante.

—Mason me pidió que me encontrara con él en uno de los baños —contesté casualmente—. No sé por qué me pidió que llevara uno.

Le di una mirada de soslayo a mi hermano, tenía su boca abierta por el asombro, sus manos apretaban con fuerza sus rodillas, y sus ojos no dejaban de buscar el chiste en lo que yo había dicho. Odiaba que la mente de los chicos fuese tan pervertida, que solo lo relacionado con sexo, eran capaz de creer.

—No seas idiota, Theo —reí, negando con la cabeza—. ¿Por qué simplemente no me crees?

—Tú... tú simplemente quieres matarme de un susto —arguyó, llevando una mano a su pecho.

—Tal vez deberías de saber que no pienso morir vir...

—¡No! —Se apresuró a interrumpirme, levantando una mano—. Ni siquiera lo menciones.

—Gen —terminé la palabra sin dejar de reír.

—Te dije que no lo hicieras —murmuró, regresando su atención a la cancha—. Aún no tienes permiso para perder tu virginidad —dijo con una media sonrisa.

—Como si fuese a pedir permiso —murmuré.

—¿Qué dijiste?

—¿Yo? Nada —me encogí de hombros inocentemente, mientras él me veía como si fuese la mujer barbuda.

Metió una mano dentro de su bolso y sacó una cajetilla de cigarros. Colocó uno en su boca y comenzó a darle grandes caladas. Arquee una ceja y golpee su brazo.

—¿Qué crees que estás haciendo, tarado? Si el rector te mira haciendo eso, te expulsará.

—Son tres días de vacaciones —dijo encogiéndose de hombros.

—Eres un idiota.

—Un idiota sin el cual no podrías vivir —sonrió inocentemente.

Mi celular vibró, mostrándome la llegada de un nuevo mensaje de texto, al igual que lo hizo el de Theo, ambos deslizamos los teléfonos fuera de nuestras bolsas y una sonrisa de suficiencia iluminó nuestros rostros. Una nueva apuesta se avecinaba.

Las apuestas... ese pequeño acto ilegal era lo que más nos unía como hermanos; con ellas, los celos, la falta de nuestra madre, y la constante ausencia de nuestro padre quedaba en el olvido. Solíamos apostar de todo: juegos de futbol, carreras de auto, la próxima conquista de Alex, peleas de boxeo... pero en fin, apostar muchas veces nos ayudaba a resolver diferencias entre nosotros; siempre y cuando no termináramos en prisión por apostar en alguna carrera clandestina como la que se avecinaba, todo estaría perfecto.

—Carrera de autos el sábado a las 11 cerca del muelle —leyó Theo en voz alta.

—Caya, idiota. Muchas veces las paredes tienen oídos.

—Deja de llamarme idiota, Tes. O tendrás problemas con papá —amenazó con una media sonrisa. Puse los ojos en blanco y me concentré nuevamente en el mensaje.

—¿Quiénes serán los que jugarán a los Rápidos y Furiosos esta vez? —pregunté en voz baja, revisando nuevamente el mensaje que había enviado Jordan.

—No lo sé —ambos miramos hacia la cancha, donde los chicos estaban en pleno entrenamiento. Mi mirada se posó en Trevor, ese tierno chico que siempre regalaba una sonrisa.

—Le apostaré a Trevor —dijimos a la vez.

Narra Mason

—Entonces, ¿Ahora tratas de aparentar ser el hijo de Albert Einstein? —rio Connor, inclinándose sobre la mesa de billar con su taco en mano.

—Ha sido lo que se me ha ocurrido para entrar a la jodida universidad —aclaro, viendo las posibilidades de que Connor meta otra pelota en el agujero—. Aunque confieso que no quiero seguir con eso, no me gusta actuar como un sabelotodo cuando no tengo ni puta idea de lo que hablan los profesores.

—Lo siento, Rojas. Pero no podrás dejar el jueguito del estudiante ejemplar. Consigue lo que el jefe te ha mandado, si no, te patearán el culo por inútil.

Golpee la punta del taco contra el suelo y pasé una mano por mi cabello a la vez que chasqueaba la lengua.

—Hablaré con él. Si me quiere tener aquí, será de otra manera. Pero no seguiré actuando de Albert Einstein.

Connor hizo un encogimiento de hombros y volvió a inclinarse sobre la mesa. Apreté mi nuca y dejé salir lentamente una larga respiración. ¿En qué momento se me ocurrió tomar esos jodidos cursos? Al principio me había parecido una magnífica idea, así podría observar y estudiar a los niñatos y así acercarme al objetivo del jefe; pero cuando miré a Tessa sentada al fondo del salón, había logrado derribar todas las expectativas que llevaba conmigo. Ella iba a conseguir distraerme de mi objetivo. No podía sacar de mi cabeza esos ojos que se asemejaban al cielo cuando estaba a punto de llover.

Había llegado a ese café por simple curiosidad; pero solo me había bastado con observarla, para darme cuenta que todo lo que había escuchado sobre ella era cierto. Él tenía razón; Tessa es la chica más interesante que alguien podría conocer. Sus ropas holgadas, más su despreocupada apariencia, la hacían lucir como una chica sumamente bella, diferente a cualquiera de todas aquellas que una vez habían pasado por mi cama.

—Mierda —murmuré, ganándome la atención de Connor otra vez—. Es un hecho, no podré seguir jugando al niño bueno.

—¿Qué bicho te ha picado, colega? —preguntó, levantando una ceja.

—Fui al café... y la conocí.

—¿A quién? ¿A Shakira? —rio, sacudiendo la cabeza.

—Tessa —contesté en voz baja—. Y ahora es mi compañera.

Sus ojos se abrieron ante el reconocimiento, abrió y cerró su boca de golpe y luego soltó una sonora carcajada, dejando el taco de lado para reír con mayor libertad.

—Mierda —dijo limpiando sus ojos—. Dijiste que no lo harías, hermano. Diste tu palabra de no ir al maldito café y fue lo primero que hiciste al llegar aquí —me señaló, sin dejar de reír.

—Cállate, idiota.

—¿Está buena?

—Connor...

—¿Tiene buen culo?

—¡Connor! —le grité, dando dos zancadas hacia él.

—Está bien. Cerraré la boca —volvió a mirarme, levantando sus manos en señal de rendición. Sus ojos marrones solo tenían un destello de diversión, del cual estaba seguro no abandonaría tan fácilmente—. Estás jodido, Rojas —dijo tomando su cerveza para dar un largo sorbo.

—Renunciaré —repetí, inclinándome sobre la mesa para golpear la bola blanca—. Algo se me ocurrirá para estar en este lugar sin necesidad de actuar como un puto niñato —golpee la bola, esta golpeó una roja, mandándola directamente a uno de los agujeros, junto con la azul. Sonreí con suficiencia y levanté una ceja—. Te hace falta mucho para superarme en esto.

Narra Tessa

Salí del baño con una toalla cubriendo mi cuerpo; abrí el armario y comencé a rebuscar en mi ropa. Era una noche cálida, pero aun así era necesario salir de casa vistiendo algo abrigador, y que a la vez sirviera como camuflaje ante cualquier peligro; si los chicos de las luces rojas —a cómo solía llamar a los policías— se les ocurría aparecer en el lugar, era necesario no andar ropa tan llamativa para no ser descubiertos.

Terminé decidiéndome por unos jeans oscuros, acompañados de una chaqueta del mismo color. Até mi cabello en una coleta alta y sonreí al espejo. Tal vez, si hubiese crecido con una madre que nos fundamentara valores, no me estaría preparando para ir a apostar en una carrera clandestina, no trataba de buscar un culpable ante mis actos ilegales, pero esto había sido producto a crecer con tantos chicos, para los cuales su manera de diversión, eran las apuestas. Había comenzado como algo inocente, noches de póker, jenga, dominó... pero ahora también le apostábamos a las dichosas carreras clandestinas.

Sabía que era algo incorrecto, y que estaríamos en muchos problemas si llegaban a atraparnos, o peor aún, si nuestro padre llegaba a darse cuenta, pero era lo único que me hacía sentir con un poco de libertad. No iba a fiestas, porque éstas estaban abarrotadas de chicos, y mis hermanos terminaban peleándose con cuanto muchacho tratara de hablarme. En el muelle también había chicos, pero ninguno llegaba a coquetear, pues todos llegaban con su adrenalina al tope a causa de las carreras, además, casi ningún chico le gustaba coquetear con una chica que se asemejara a uno de ellos.

—¿Lista, Tessa? —preguntó Alex tocando la puerta. Me levanté y caminé hacia ella.

—Lista —dije cuando abrí.

—Ya sabes cuales son nuestras reglas, nunca te separes de nosotros, no apuestes más de 200 y si llegan los luces rojas, corre todo lo que puedas —me recordó nuevamente cuando caminábamos hacia las escaleras.

—Me las has repetido tantas veces, que ya me las sé de memoria —dije rodando los ojos.

—No está de más repetirlas una vez más —me sonrió, guiñándome un ojo.

Allan y Albert estaban frente a la escalera, sus manos descansaban dentro de los bolsillos de sus chaquetas negras y una sonrisa de satisfacción iluminaba sus rostros.

—¿Segura que esos zapatos son los adecuados? —me preguntó Albert, alzando una ceja mientras veía mis zapatos.

¿Qué había con ellos? Eran unos botines hermosos que la abuela me había regalado en la última navidad; no eran tan altos, solo eran 10 cm. Además, eran el único par de zapatos altos con los que contaba, a los cuales casi no tenía oportunidad de lucir.

—Sí. No voy a cambiarlos —aclaré, terminando de bajar.

—¿Dónde está Theo? —preguntó Alex, entrecerrando los ojos hacia toda la sala.

—Aquí —contestó, saliendo de la cocina con un par de manzanas en sus manos—. Solo es para el viaje —dijo, haciendo malabarismo con ambas manzanas.

—¡Con la comida no se juega! —exclamó Allan, arrebatándole una y llevándola a su boca.

—Yo iba a comerme eso —murmuró, viendo a Allan comer una de sus manzanas con un deje de tristeza en su mirada.

Sonreí y acaricié su espalda.

—Te compraré una luego, Theo. No te apures —murmuré con diversión.

—No voy a olvidar eso —me sonrió, guiñándome un ojo.

—Es hora de irnos, súper campeones —alargó Alex caminando hacia la puerta.

Subí en la parte trasera del auto de papá, en medio de Theo y Allan; Alex conducía y Albert trataba de sintonizar una buena emisora. Me sostuve con fuerza de uno de los asientos de adelante; el idiota de mi hermano parecía que fuese él quien iba a participar de la carrera.

—Para, no pretendas ser Brayan Oconer, que terminarás matándonos —Allan le dio una palmada en la cabeza, y Alex rio, reduciendo la velocidad.

—¿Alguna vez me dejarán correr? —preguntó, viéndonos por el espejo retrovisor.

—No —contestamos al unísono.

Unos metros antes de llegar al sitio indicado, ya se podía escuchar los rugidos de los motores y los gritos eufóricos de los presentes. Alex condujo a través del oscuro callejón, hasta que las tenues luces del trozo de calle abandonada en que solían realizarse las carreras, comenzaron a presentarse frente a nuestros ojos. Y como siempre, el olor a tabaco y a bebidas alcohólicas junto con el de combustible, nos dieron la bienvenida cuando pusimos un pie fuera del auto.

—¡Hey Browns! —saludó Jordan acercándose con los brazos abiertos—. Pensé que ya no vendrían.

Miré hacia todo el lugar, hasta que mis ojos visualizaron a Trevor; estaba sentado sobre el capó de su Mustang negro, fumando un cigarrillo.

—Déjate de estupideces, Jordan —le espetó Albert al moreno—. Mejor dinos, ¿Quiénes son los competidores de hoy?

—Dave, Hugo, Héctor y Trevor —señaló a cada uno con su dedo.

—Doscientos a Trevor —le dije, sacando el dinero y poniéndoselo en la mano.

—Le tienes mucha fe al chico —asintió, sonriendo. Me encogí de hombros y lo pasé para ir donde Trevor.

Me detuve frente a su auto y le sonreí.

—¿Qué me tienes, Trevor? —lo saludé, utilizando la misma frase que suelo usar en el café.

—El doble de lo que acabas de apostar por mí, linda Tessa —contestó sonriéndome y guiñándome un ojo.

—Ten cuidado —dije, asintiendo hacia él.

—No te separes de tus hermanos —me señaló, antes de saltar y rodearme con sus brazos.

Volví a asentir y retrocedí hasta mis hermanos. Miré a los competidores avanzar hasta la línea de salida; la cual era un viejo semáforo que no servía. La señal de salida era contar hasta cinco parpadeos del semáforo en el color amarillo. Observé el auto de Trevor, en cada carrera era lo mismo, me costaba respirar hasta que terminara y él estuviera bien. Me gustaba apostar... pero me odiaría si algo llegase a sucederle.

Miré el semáforo, ya había cambiado una vez.

De pronto, todos los gritos se habían convertido en un profundo silencio, esperando el inicio de la carrera para estallar nuevamente.

Dos veces.

Pequeños murmullos se escuchaban a nuestro alrededor.

Tres veces...

—¡Luces rojas! —gritó alguien a todo pulmón, justo antes de que las sirenas de las patrullas se empezaran a oír a escasos metros de distancia.

—¡Corre Tessa! —me gritó Alex, jalándome de una mano.

De pronto, todo se había vuelto un caos, todos corriendo hacia sus coches, mientras que los altavoces se hacían oír, pidiéndonos que nos detuviéramos por estar en propiedad privada. Eché un vistazo sobre mi hombro mientras corría tras mis hermanos, el auto de Trevor ya no estaba, al igual que el de los otros chicos. Cuando volví mi mirada hacia adelante, no miré a mis hermanos.

Me detuve jadeante mientras miraba a mí alrededor en su búsqueda. Pero al no verlos, el miedo comenzó a invadirme, no quería ir a prisión.

—¡Alex! —grité entre la multitud, pero no obtuve respuesta. Así que hice tal vez lo más estúpido:

Corrí sola hacia el oscuro callejón.

Me detuve junto a un contenedor de basura, intentando quitarme los zapatos mientras recuperaba el aire; justo ahora me estaba odiando por no haber escuchado a Albert cuando hizo el comentario sobre mis zapatos. Esa era la razón por la cual mi calzado ideal siempre serían los tenis.

Malditos tacones.

Los levanté y continué adentrándome en la oscuridad, ahí estaría segura hasta que las patrullas se fueran. Pero de pronto, esa seguridad se había esfumado cuando sentí una mano envolverse en mi cintura, mientras que otra me tapaba la boca.

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