Éxtasis Mortal
Éxtasis Mortal
Por: Jakelin Amaya
Prólogo

Mis ojos picaron por soltar las lágrimas que estaba conteniendo, mi corazón rompiéndose en pequeños fragmentos ante la imagen asquerosa que estaba contemplando. No podía creerlo, la persona con la que conviví cinco años de mi vida me había traicionado de la forma más baja. Yacía con mi hermanastra en mi propia cama, sin sentir vergüenza por haber apuñalado mi confianza y por un instante pensé «¿qué hice mal para merecer esto?»

Con el dolor del mundo y aprovechando que todavía no reparaban en mi presencia saqué mi móvil para grabarlos y asegurarme de tener las pruebas suficientes para no cederle ninguna pequeña parte de mis posesiones. No iba a obtener nada de lo que con esfuerzo trabajaba mientras él se revolcaba con Celine en mi ausencia.

Harta de seguir viéndolos, cerré con fuerza la puerta caminando lejos de mi habitación hasta la sala en el primer piso, sirviéndome una copa de vino en lo que ellos bajaban o tenían el descaro de continuar sin importarles nada. No me sorprendería, nada podría hacerlo después de lo que acababa de ver.

Era bueno que esa noche decidí regresar a casa, el trabajo consumía mi tiempo al punto de regresar sólo los fines de semana y convivir con el hombre que estaba desnudo con otra mujer en la planta superior. Cinco años de mi vida echados a la basura, siendo la burla de otra mujer.

—Mi amor… —Emmett bajaba las escaleras desesperado mientras trataba de abotonarse su camisa, con los chupetones en el cuello como muestra de que no había sido una alucinación. —por favor… déjame explicarte. Lo que viste allá arriba no es nada… yo…

—¡Cállate! —exclamé levantándome y apresurarme a llegar a él para voltearle la cabeza con una bofetada que marcó su piel —No tengas el descaro de negarme lo que vi con mis propios ojos.

—Perdóname, mi vida —pidió con el desespero en sus ojos, sus rodillas cediendo ante mi, suplicando para conseguir un perdón que ni en la otra vida se lo daría. Sabiendo que su vida rodeada de lujos se había acabado —Hazel, te juro que es la primera vez qué pasa… por favor, escúcheme, mi amor.

El repiqueteo de unos tacones que no eran los míos me hizo alzar la cabeza para ver a la cínica de Celine bajando con tranquilidad las escaleras, con una sonrisa burlona en su rostro y esa arrogancia que me hizo detestarla más.

—¿Primera vez? —se rió —Oh, no. Te aseguro que ha pasado muchas veces, tantas que hasta hemos perdido la cuenta.

Mi estómago se revolvió y quise vomitar en ese momento por lo vil que eran. Por la escoria que siempre me rodeó y no pude verlo antes, sintiéndome estúpida por primera vez en mi vida.

—Dile, Emmett querido, dile todo lo que piensas de tu esposa y has callado —soltó una carcajada que me pareció fuera de lugar. Estaba desquiciada —¿no lo harás? Pues entonces se lo diré por ti.

—Celine —murmuró él entre dientes sin ser capaz de levantarse de la alfombra y sin dejar de suplicar con sus ojos mi perdón.

—Eres aburrida, una mojigata en la cama, que nunca tiene tiempo para él y que su única dedicación es su trabajo —me miró con un orgullo como de haberse ganado un premio Nobel y no estuviera restregándome ser la amante de un hombre casado —. Por eso me buscó a mi, para que le diera lo que tú no eres capaz de darle.

El que él guardara silencio me confirmó que Celine no mentía, él en realidad pensó eso por años y no fue capaz de decírmelo en la cara. Era tan estúpido cómo fracasado porque de no ser por mi él no tuviera ni la tercera parte de lo que ahora ostenta como logros. Era un miserable y debí escuchar a mis padres cuando me lo dijeron incansablemente, «Él no es para ti, no encaja en tu vida y si te casas con él vas a arrepentirte tarde o temprano».

Nunca me arrepentía de lo que hacía hasta ahora, conocer a Emmett fue la peor de mis desgracias y no estaba dispuesta a continuar con ellas. Sabiendo el por qué estaba de rodillas ante mi suplicando mi perdón sólo consiguió que sonriera alzando mi rostro con orgullo, sabiendo que por muy aburrida que fuera tenía algo que él deseaba con cada parte de su asqueroso ser «mi dinero».

—Eres tan poca cosa para mi —solté con repudio, arreglándomelas para ignorar el dolor de mi corazón y el golpe a mi orgullo —que ni siquiera mereces estar pisando mi alfombra. Recoge tus cosas y lárgate de mi casa.

—¡No! ¡Hazel yo te amo! Sólo fue un desliz, ella no es nadie para mi y no es ni la mitad de lo que tú eres. Por favor, mi vida, no terminemos lo bonito que teníamos por esto.

—Suficiente, mañana mi abogado te hará llegar la solicitud de divorcio. Vas a firmarla sin protestar y ni pienses que vas a recibir un solo dólar de mi parte.

Me alejé ignorándolo sus estupideces y saliendo de casa. Nunca antes experimenté lo que ahora ahogaba mi corazón, en cómo suprimí las emociones para no derramar ni una sola lágrima porque hombres como él no merecían que sufriéramos por ello. Celine y Emmett se merecían tanto, un par de desgraciados que el karma se encargaría de darles una lección. A ella por envidiosa y a él por traicionero, por ser un asqueroso infiel que se deslumbraba por la primera mujer bonita sus pasara frente a sus narices.

«Hombres, todos son iguales»

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