Al salir a la sala, Allegra vio que Kathleen enviaba a los niños a la cama, y Duncan apagaba la consola de juegos.
—No, no la apagues –le pidió.
—Qué, ¿quieres echar una partida conmigo? –pero mientras lo decía, volvía a encenderla—. A mí no me ganarás, ni si haces trampa.
— ¿Cuánto te apuestas?
—Alto ahí. Eres peligrosa cuando apuestas –Allegra lo miró sonriendo ampliamente.
Se acomodaron juntos en el sofá y probaron uno de los juegos nuevos. Duncan empezó a rechistar cuando vio que ella le ganaba limpiamente.
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