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Duncan se anunció en la reja exterior a través de un intercomunicador que estaba en la pared. Inmediatamente le abrieron y él vio delante de sí un enorme jardín. Él anduvo el largo sendero hasta la puerta principal, admirando las formas que hacían los setos y los arbustos en flor con la escasa luz de los faroles.

Al llegar a la mansión soltó un silbido. Debía tener unas cien habitaciones con sus cien baños y sus cien bibliotecas… o algo así.

Boinet, que hacía de mayordomo esa noche, lo vio llegar y lo hizo pasar.

—La señorita lo espera en su despacho.

—Ah, qué bien. ¿Y cuál es el despacho de la señorita?

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