Capítulo 3 – Una fantasía hecha realidad.

Me sentía como una idiota redomada, quizás por eso olvidé la idea de buscar al bombón y me dirigí hacia casa. Era momento de poner los pies sobre la tierra, y dejar de hacer el imbécil.

Doblé a la izquierda, y seguí avanzando hacia la puerta de mi casa. Y entonces le vi, estaba allí, de pie, junto a mi puerta, descansando la espalda sobre la pared, con las manos metidas en los bolsillos, levantando la vista en cuanto me vio aparecer, dedicándome una sonrisa justo después.

¡Mierda! Se suponía que eso no estaba bien. Pero al ver su mirada y como subía la comisura de sus labios... me olvidé de todo.

Caminé hacia él, con elegancia, abrí la puerta, mientras él hablaba.

- Ya pensé que te habías arrepentido – se quejó. Entré en mi casa, y luego tiré de su corbata, atrayéndola hacia dentro, lanzándole contra la pared, haciéndole sonreír, divertido. Me eché sobre él y me lancé a besarle, con desesperación.

- No hables – pedí, para luego comenzar a quitarle la corbata, abriéndole los botones de la camisa, metiendo mis manos bajo ella, después. Cerré los ojos, recordando el día anterior, cuando me toqué pensando en él, comenzando a gemir, entrecortadamente, mientras él se encendía, de golpe.

Bajó la cremallera de mi vestido, deteniéndose de golpe, ante mi atenta mirada, para luego empujarlo hacia abajo, dejándome con aquella ropa interior blanca, de transparencias frente a él.

Alargó la mano, me quitó el broche del sujetador, y lo apartó de mí, para luego tirarlo, haciendo que cayese sobre la encimera de la cocina. Apretó mis pechos con ambas manos, acariciando mis pezones con la yema de sus dedos, mientras yo gemía de nuevo.

Le quité la camisa, justo cuando sus labios volvieron a unirse a los míos, desesperadamente.

Me cogió en brazos, subiéndome a la encimera de la cocina, para luego agarrarme las bragas, despojándome de ellas, dejándolas caer al suelo, mientras yo apoyaba el talón sobre la encimera, y él miraba hacia mi sexo.

Su boca se acercó a ese punto, soplando la cantidad justa de aire, haciéndome estremecer. Abrí la boca, más que lista para gemir, justo cuando sus dedos rozaron ese punto.

- ¡Oh Dios! – gimió, justo al introducir un par de dedos dentro de mí, dándose cuenta de lo terriblemente húmeda que estaba. La forma en la que él me tocaba, me gustaba incluso más de lo que imaginé, tanto, que ni siquiera sabía ya dónde estaba o quién era, y por supuesto mi garganta estaba seca de tanto gemir. Pero si pensaba que aquello era todo... me equivocaba.

- ¡Joder! – gemí, tan pronto como su mano entera se introdujo dentro de mí, mientras sus labios rozaban mi intimidad - ¡Oh, por Dios! – insistí, justo cuando sacó sus dedos, y comenzó a devorarme de manera antinatural. Se aferró a mi cintura, y me aspiró, como si fuese una m*****a aspiradora - ¡No pares! – imploré, apretando la cabeza contra mi sexo, tan pronto como vi las intenciones por dejar de hacer aquello.

Su teléfono comenzó a sonar, en el bolsillo de la chaqueta que estaba en el suelo, haciendo que perdiese la concentración y mirase hacia ese punto. Se enervó, dejándome allí, y caminó hacia el sofá. Agarró la chaqueta y cogió el teléfono, quedándose mirando hacia él, dudando en si cogerlo o no.

Me bajé de la mesa, y caminé hacia él, para luego devorarle la boca, haciendo que tirase el teléfono al sofá, y se aferrase a mí. Mientras yo le desabrochaba el cinturón y le abría los pantalones.

Le empujé, haciendo que cayese de espaldas contra el sofá, sentándose en él. Sabía que era lo que iba a hacer, y por alguna razón, antes de que lo hiciese me detuvo, me agarró de la nuca y atrajo mis labios hacia los suyos, agarrándome de la cintura con su mano libre, conduciéndome hasta él.

Me senté sobre él, rozando nuestros sexos. El mío desnudo, el suyo aún con los pantalones.

Tiré del borde de sus pantalones hacia abajo, y miré hacia ese punto, pero él no me dejó. Se ayudó con la otra mano a quitarse los pantalones, y luego volvió a besarme.

- No la mires – me pidió, justo cuando él la sacó a escena – las chicas se suelen asustar al verla – detuvo nuestro beso y me observó, con detenimiento – es muy grande y ...

- Me gustan grandes – le calmé, subiéndome sobre él, haciendo que entrase por si sola. Era lógico yo estaba demasiado húmeda. Ambos gemimos sobre la boca del otro, pues yo pude comprobar que él no mentía. Era grande, tenía justo la medida que me haría disfrutar como nunca. Y él se quedó sorprendido, cuando yo no me quejé, al contrario, gemí entrecortadamente y me moví sobre él, en busca de más.

- Encaja a la perfección – aseguró. Sabía perfectamente que se refería a mi vagina. Sonreí, divertida, perdiéndola tan pronto como aquello crecía, y yo me moría de placer en sus brazos – Me estás mojando entero – se quejaba, divertido, para luego apretar mi trasero, guiándome para que no me detuviese.

Hundió su cabeza en mis pechos, mientras yo echaba la cabeza hacia atrás, poniendo la espalda recta, moviéndome sobre él de aquella manera, comenzando a llegar a la locura, gimiendo cada vez más fuerte, a un ritmo fijo, con el gimiendo al unísono, entrelazándose con los míos.

- ¡Oh Joder! – estaba cerca del final, y él podía sentirlo en mis convulsiones - ¡Me gusta! ¡Oh, Si! ¡Sí, sí, sí!

Me fui, como una pervertida, mi cuerpo estalló en mil pedazos, toqué el cielo con la punta de los dedos, y me llené de aquella sensación.

Me detuve, y le observé, él aún tenía ganas de más.

- ¿Quieres más? – pregunté, él sonrió, para luego besarme apasionadamente, deteniéndose para preguntar algo.

- ¿Y tú? – quiso saber. Pensé en su pregunta. ¿Quería más?

- Sí – contesté, poniéndome en pie, alargando la mano para que él la cogiese, tirando de él hacia la planta de arriba en cuanto lo hizo.

Se tumbó sobre la cama, boca arriba, mientras yo me subía sobre él. Sonrió, apoyando la mano en mi cintura, subiendo más y más, acariciando mis pechos, haciéndome estremecer.

La metí dentro de mí, haciéndole estremecer. Gimió con fuerza, haciéndose daño en la garganta, para luego comenzar a cabalgarle. Justo le había pillado el truco cuando él me detuvo, tiró de mi brazo, tirándome sobre la cama, para luego posicionarse sobre mí, haciéndome reír, divertida.

- Eres insaciable ¿no? – preguntó, mientras apretaba su miembro contra mi sexo, sin haberlo introducido aún.

- ¿Y tú? – contesté, haciéndole sonreír. Me la metió entonces, haciendo que apoyase la coronilla contra la cama, gimiendo con desesperación - ¡Joder!

La forma brusca en la que me lo hacía me gustaba, duro, hasta el fondo, como si pretendiese llenarme entera, y me encantaba. Era la primera vez que me acostaba con un hombre como él, en muchos sentidos.

Subió mis piernas, entrelazándolas a su espalda, para luego volver a hacerme aquello, al mismo tiempo que metía un dedo por mi ano, haciéndome estremecer. Era la primera vez que también hacía aquello.

Él sabía que me gustaba, por eso no se detuvo al principio, pero terminó haciéndolo, justo cuando empezó a gustarle cada vez más, apoyando sus manos a en la cama, dándome más y más y más, hasta que volví a estallar, y él terminó descargándose sobre mí, respirando con dificultad, sin dejar de mirarme.

Sabía lo que venía después de eso. Él se vestiría, fingiría tener prisa, y se marcharía por la puerta. No volvería a verle. Sólo era un polvo de una noche, justo por eso no solía ceder a acostarme con ninguno por un simple calentón, porque odiaba ser dejada de esa manera. Pero para mi sorpresa, él no era así.

- Deberías de ducharte, estás asquerosa – bromeó, apoyando la mano sobre mis pechos, levantándola, llena de su semen – y pegajosa.

Entrelacé mis manos a su cuello, y le obligué a volver a besarme, abrazándome, llenándose con toda la pegajosidad que había sobre mí. Me detuve entonces.

- Tú también estás asqueroso – le dije, haciéndole reír. ¡Por Dios! Tenía una risa de anuncio.

- Eres más graciosa de lo que aparentas – me dijo, poniéndose en pie, cediéndome la mano para que la agarrase y me pusiese en pie. Así que lo hice. Sonreí después, dándole la espalda, conduciéndole hacia el baño.

- Tú eres más sexy de lo que pareces – le dije, haciéndole reír.

Os mentiría si os dijese que todo acabó ahí. No dejamos de hacerlo en toda la noche, ni en la ducha, ni después.

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