Capítulo 1 – El veinteañero.

Era incómodo estar allí, de camino al hotel, con él a escasos dos metros de mí, mientras miraba por la ventanilla, y deseaba llegar en la mayor brevedad posible.

- Entonces... señorita "No estoy interesada", ¿va a decirme su nombre, ahora? – quiso saber, mientras yo me giraba al contestar.

- No – sonrió, ante mi atrevimiento, volví a fijarme en el paisaje que se veía fuera. Estábamos cerca, a punto de llegar.

- Usted es demasiado – se quejaba - ¿ni siquiera lo hará como agradecimiento? – añadía – Al fin y al cabo, le estoy haciendo el favor de acercarla a su hotel. Creo que es lo mínimo que... - me giré, observándole.

- Usted lo ha dicho, es un favor – le corté – los favores no se echan a la cara – sonrió, divertido.

- Un nombre, no es como si le estuviese pidiendo una cita ni nada – se quejó – tampoco es como si fuésemos a volver a vernos – pensé en ello, tenía razón.

El auto se detuvo frente al hotel. Abrí la puerta, puse un pie fuera y luego miré hacia él, sabía perfectamente cuál iba a ser mi despedida para él aquella noche.

- Lena Sparks – abandoné el auto después de decir aquellas palabras, mientras él sonreía, divertido.

Me desmaquillé, me desnudé y caminé hacia la cama, más que dispuesta a colocarme el camisón y dormir, pero en cuanto me fijé en el enorme piano del salón sonreí, cambiando de idea.

Caminé hacia él, completamente desnuda, me senté en el taburete, abrí las piernas, apoyé las manos sobre las teclas, eché la cabeza hacia atrás, poniendo recta la espalda, y cerré los ojos, dejándome llevar por la melodía que tenía en mi cabeza.

Visualicé en mi cabeza a cada uno de los hombres con los que me había cruzado durante todo el día, mientras sentía ese calor en mi vientre, ninguno de ellos me parecía lo suficiente como para que disfrutasen de mi cuerpo, yo era demasiada mujer para cualquiera, y por eso seguía sola.

"Señorita No estoy interesada" – resonó en mi cabeza, vislumbrando a ese chico en mi mente. No debía tener más de veinticuatro años. Diez años menos que yo, era una completa enajenación mental, ni siquiera estaba interesada en él, pero no os negaré que me resultaba atractivo.

Él era más o menos de mi misma estatura, quizás un poco más bajo, tenía el cabello castaño claro, ojos azules, delgado, y no parecía ser de los fuertes, sin lugar a dudas sería un enclenque en la cama.

No iba a volver a verle, así que me daba igual si mi mente perversa lo imaginaba a él, dándome placer esa noche, imaginando una musculatura y un miembro que estaba muy lejos de tener, pero contra la imaginación no se puede hacer nada, ¿no creéis?

Apoyé la mano abierta sobre las teclas, haciendo ruido, mientras con la otra, agarraba mi pecho, y me mordía el labio, viéndole a él, en mi mente, haciendo aquello. Bajé la mano del piano, tirándome a la alfombra, recorriendo mi cuerpo con ella, metiéndola entre mis piernas, acariciando mi intimidad.

Estaba demasiado húmeda, y tan sólo quería darme placer. Lo necesitaba, el maldito trabajo me dejaba exhausta, tanto que había dejado de hacerme el amor a mí misma.

Mis gemidos rompieron el silencio de la noche, mientras sus labios, lamían mis pezones, y sus dedos acariciaban mi sexo.

Apoyé la cabeza contra el suelo, haciéndome daño, abriendo más las piernas, moviendo mis dedos a un ritmo imparable, mientras mi cuerpo entero temblaba, hirviendo, y mis alaridos seguían desgarrando mi garganta.

Se colocó sobre mí y comenzó a embestirme, con fuerza, hasta el fondo...

- ¡Joder! – Resonó en la soledad de aquella suite presidencial, mientras se me escapan un par de lágrimas de placer, mordiéndome los labios. Estaba a punto, podía sentirlo - ¡Oh, por Diossss! – me fui, mi cuerpo explotó en miles de sensaciones, mi cuello se retorció, y mis piernas se estiraron.

Dejé caer la mano en el suelo, y giré la cabeza, aún con ojos cerrados. Era él el que se había tumbado a mi lado, no mi mano, y en aquel momento me observaba, con una sonrisa de satisfacción en su rostro.

¡Por Dios! Hacía mucho que no me gustaba tanto. Así que era más que obvio que iba a usar a ese idiota para darme placer a mí misma, en el futuro.

Sonreí, divertida, abriendo los ojos, estallando a carcajadas, como una loca.

Cuando desperté a la mañana siguiente estaba muerta de cansancio, y tenía una resaca del demonio. ¡Maldito champagne!

Me levanté, me preparé un buen café, me di una ducha y me marché al gimnasio del hotel, a hacer mis ejercicios, como cada mañana.

Estuve entrenando por largo rato, con la ayuda de mi entrenador personal, y luego hice un poco de yoga, para mantener el espíritu calmado. Gracias a Dios ese día no tenía que ir a la oficina. Bendito día de la independencia.

Mi teléfono vibró sobre la tarima, haciendo que Yunho me mirase con cara de malas pulgas. Lo puse en silencio, y lo bloqueé, para luego seguir meditando, en calma.

Me di una ducha, nuevamente, me coloqué un vestido beige, me arreglé el cabello y me maquillé un poco, tenía miles de cosas que hacer antes de ir al desfile. Solo pensar en todas esas cosas me cansaba.

Me tumbé sobre la cama, por arriba, agarré el teléfono y lo levanté, mirando hacia él. Tenía algunos mensajes de Charles, otros de Peter y uno de un número desconocido. Empecé por los de mi jefe.

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Charles:

Olvídate de venir a la oficina hoy.

Estará cerrada para ti durante todo el día, yo sólo he venido a recoger unos documentos y me vuelvo a casa...

Pero cómo los de seguridad me digan que has estado aquí...

Te daré vacaciones.

Rompí a reír. Este hombre era todo un caso. Pero me conocía muy bien. Yo era una adicta al trabajo.

Yo:

Que síiii, pesado.

Charles:

Disfruta del día de la independencia, Lena.

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Peter:

Chispas, cambio de planes, Paul y yo nos vamos a pasar el día en la cama, y luego iremos a ver el desfile con sus padres.

No te enfades, te lo compensaremos.

Yo:

No me enfado, pasároslo bien. Nos vemos mañana en la oficina.

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Número desconocido:

Feliz día de la independencia, Helena. Acuérdate alguna vez de que tienes familia en Wisconsin y llama, papá y mamá están preocupados.

Yo:

Feliz día de la independencia, Noah. Pero olvídate de pedirme dinero, no pienso volver a dejarte ni un duro.

Número desconocido:

Que malos pensamientos tienes sobre mí, ¿no puedo escribir a mi hermana solo porque me acuerde de ella?

Yo:

No.

Número desconocido:

Vale, me has pillado. Necesito diez mil dólares.

Yo:

Reitero, no pienso volver a dejarte pasta.

Número desconocido:

Esta será la última vez.

Yo:

Eso dijiste la última vez, Noah.

Número desconocido:

Vale, no me dejes nada, ya me las arreglaré. Por cierto, estaré en Nueva York por negocios la semana que viene, mamá va a darme miles de cosas para que te lleve, así que tendremos que vernos.

Yo:

¿Negocios? ¿Qué clase de negocios te traes en Nueva York?

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Él no contestó, y yo me levanté de la cama, tenía que ir a llevar algunas cajas a mi apartamento, ese al que me mudaría en la próxima semana, pues ya habían terminado las obras. El hotel era genial, pero... echaba de menos mi hogar.

Tenía un ático con las mejores vistas de toda la ciudad, en uno de los más lujosos edificios, y estaba deseando volver. Lo primero que haría al hacerlo, sería bañarme en mi recién construida piscina, totalmente desnuda.

Pe me ayudó con las cajas en cuanto me vio aparecer en el ascensor, ni siquiera le importó perder tiempo e ir más tarde al centro con el tipo con el que salía, tan sólo se vino detrás de mí. Era una de mis más grandes fans.

- Ya te echaba de menos – aseguraba, mientras yo abría la puerta con mi llave, y ella me seguía, admirando lo lujoso que estaba todo - ¡Woah! ¡Ha quedado genial!

- Gracias – le dije, mientras dejaba las cajas sobre la encimera de la cocina, y comenzaba a sacar cosas de ellas.

Me encantaba la disposición de todo.

En el centro estaba la cocina, era de esas abiertas, conectada con el salón y la sala de estar. El salón era pequeño, tenía un enorme sofá gris de terciopelo de esos enormes en forma de L, una enorme alfombra india en el suelo de parqué, y la mesa de cristal frente al sofá. La televisión estaba en la cristalera, le dabas a un botón y salía de ella, al mismo tiempo que ocultaba la luz con las placas instaladas. Al otro lado iba el piano, que aún no estaba instalado, así que había un gran espacio sin nada. Y en esa planta sólo estaba el jardín/terraza, había un sofá muy bohemio, una mesa baja frente a él, algunas tumbonas, y la piscina de cristal. Era de diseño, por lo que cuando te bañabas en ella, las personas de abajo podían verte, era completamente transparente, y parecía que estabas nadando en el aire.

En la segunda planta, que se conectaba con la primera con unas escaleras de caracol, junto al piano, se encontraba la habitación enorme, con vestidor y baño incluido, y mi propio gimnasio, el cual no era muy grande. Pero era justo lo que necesitaba para entrenar.

- Me encanta la piscina – aseguró Pe, tan pronto como la visualizó. Sonreí, de oreja a oreja, mientras giraba la cabeza hacia la izquierda, fijándome en algo. El biombo de Bob había desaparecido – Bob ha vendido la casa y se ha ido a Cuba – admitió mi vecina, dejándome sorprendida al respecto, pues no lo esperé en lo absoluto – ahora tendremos nuevos vecinos – me giré, y volví a entrar en la casa – tienes que avisarme cuando vayas a hacer la inauguración de la casa.

- Lo haré – aseguré – pero ahora tengo que irme, tengo que pasarme por el hotel a cambiarme de ropa antes de ir a ver el desfile.

- Oye – me llamó – esta noche es la inauguración de la casa de los de al lado, han invitado a todos los vecinos, ¿por qué no te vienes?

- No sé si me dará tiempo a pasarme – mentí.

- No me pongas una de las excusas que das a tus compañeros de trabajo – se quejó – no acepto un no por respuesta.

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