¿Ser padre de mi hijo? ¡Imposible!
¿Ser padre de mi hijo? ¡Imposible!
Por: Lucy Avi
Un nuevo comienzo

El trayecto había sido largo, al igual que la desesperación y aquel sentimiento de terror que parecía perforar su pecho hasta el límite, pero al fin aquello había cesado y la calma se sentía como beber de un oasis en el desierto, tan valiosa como el oro que un suspiro de alivio se escapó de su garganta.

Al fin Margaret Hall podía respirar y mientras sostenía a su pequeño Ben en brazos, quien yacía dormido, tan ajeno a todo lo que había acontecido en las últimas cuarenta y ocho horas.

Volteó a ver al hombre que permanecía a su lado y que empezaba a cabecear mientras se trataba de hacer el intelectual, pero ella sabía que le aburría leer. James tenía ese efecto de hacerla reír siempre, aunque ni se lo propusiera.

Los ojos azules de Margaret expandieron sus pupilas con un asombro inusual y sus comisuras se arquearon hacia arriba por inercia al contemplar lo esponjoso de las nubes, casi tangibles y que hacían un contraste perfecto con los rayos del sol que traviesos se colaban entre ellas para crear diseños artísticos con pinceladas doradas, azules, rojizas y muchas más que creaban un efecto espectacular.

Una voz delicada, aunque bastante sonora sacó a Margaret de su ensimismamiento y la hizo sobresaltar, con lo cual casi despierta a su pequeño, quien se removió entre sus brazos.

—¿Señora, desea algún entremés o una bebida? —La amabilidad de aquella azafata calmó la arritmia cardíaca del temor crónico de la joven madre, quien no dudó en devolver la sonrisa amable.

—Por supuesto, gracias —respondió Margaret y tomó uno de los coloridos vasos que tenía enfrente. Pegó un sorbo y el agradable sabor afrutado invadió el interior de su boca.

—¿Y algo para su esposo también? —se atrevió a preguntar la azafata, mientras observaba al hombre que estaba profundo en su sueño.

—No, no es mi esposo — Margaret apretó los labios, se rió por dentro y rodó sus ojos de forma sutil. Dejó su vaso a un lado y tomó otro vaso para James—, pero yo tomaré algo para él, le agradezco.

—Disculpe mi comentario importuno, no debí asumir —La azafata se disculpó con las mejillas teñidas de carmín y la mirada baja que causó ternura a Margaret.

—No tienes por qué disculparte, está bien —intentó calmar a la jovencita sin borrar la sonrisa de sus labios, ya que realmente cayó en cuenta que ella, su pequeño Ben y James parecían una familia genuina.

La azafata abandonó pronto la pequeña situación bochornosa que había pasado y dejó a solas a Margaret con sus pensamientos, esos a los que ya estaba cansada de tener que escuchar, porque simplemente no la dejaban en paz.

Margaret tomó un sorbo más de aquella bebida sabor a ponche frutal y contempló el ocaso despidiéndose para dar ese preludio a la noche y como si de relámpagos se trataran, uno a uno los recuerdos se hacían presentes, aquellos que le agobiaban la existencia:

Ella en una casa lujosa, con la intención de ir hacia la habitación de su pequeño Ben; la mano grande y fuerte de Él, asestándole un golpe que la había dejado casi inconsciente, seguido de insultos, mientras los aliados de ese hombre le tapaban el paso para amordazarla.

Margaret apretó los ojos y movió la cabeza con insistencia para sacarse aquellas imágenes que no la dejaban ni de noche ni de día. De pronto sintió una cálida mano varonil tomar la suya que ya se encontraba apretando el brazo de su asiento la cual se aflojó solo con aquel contacto.

—James… —musitó para no despertar Ben, aunque aún se encontraba agitada.

—¿Todo bien, Margaret? —inquirió buscando su mirada azul claro, la cual ella no pudo ignorar para encontrarse con aquella avellanada profunda.

—Sí, sí… En la medida de lo posible —respondió en un suspiro—. Sabes que me está costando, pero sé que lograré superarlo.

—Y así será, te lo prometo. Tu nueva vida está esperando por ti en este instante. Prácticamente ya llegamos.

James se dio cuenta de que Margaret ya estaba observando sus manos juntas con un dejo de incomodidad, así que retiró su mano avergonzado y sintiendo arder sus mejillas; aquella era la reacción que ella siempre provocaba en él desde hace mucho, pero sabía que no era correspondido de la misma manera.

—Mira, Margaret —Él desvió su atención con aquellas dos palabras y ella volteó a ver con intriga hacia la ventana del avión.

—Sí, la noche ha llegado —comentó con un dejo de ingenuidad.

—Mira con detenimiento —insistió él.

Margaret al fin lo notó. Era evidente que ya se habían alejado de New York y si el plan marchaba bien, nunca más tendría que preocuparse por volver allá.

—Es una hermosa y sobria vista, James —Ella por inercia aferró su mano a la de él y ambas manos se entrelazaron, provocando dos tipos diferentes de latidos eufóricos.

Para James, verla así de emocionada, esbozando una cálida sonrisa como si se tratase de una chiquilla, le llenaba el corazón. No podía quitar su vista de ella y su hermosura, mientras ella, tan ajena no apartaba su mirada de las afueras del avión.

—Atención a todos los pasajeros —intervino la voz de la azafata—, en breve haremos el aterrizaje en Carolina del Sur, prepárese para el descenso y manténgase en su asiento.

Margaret soltó la mano de James y juntó las propias con nerviosismo, con lo cual despertó a Ben, quien miraba a su alrededor un tanto desubicado y somnoliento.

El descenso, generó un vórtice que ocasionó un cosquilleo en su estómago, acompañado de una pequeña carcajada mutua por parte de ambos amigos y cómplices.

En menos de lo que canta un gallo, bajaron del avión y al llegar a la salida del aeropuerto se vieron de frente.

—Bueno… creo que esta es una despedida —Ella se hizo a un lado el flequillo y sonrió ampliamente hacia él, que correspondió por inercia.

—Lo sé — James la vio a ella y al pequeño Ben y no pudo evitar extender sus brazos para envolverlos a ambos, acto que sorprendió a Margaret, pero lo recibió gustosa—. Ya sabes que hacer en caso de cualquier emergencia.

—Claro, no te preocupes —Margaret se separó del abrazo cuidando de no dejar caer a Ben, quien estiraba su manito y emitía sonidos de querer hablar con James.

—Campeón… —James se inclinó hacia el bebé que le sonreía—. Cuida mucho a tu mami, pórtate bien, ¿eh?

—Eso no se discute —regañó Margaret, divertida y confiada—. Oye… gracias por todo y cuídate también.

—Lo haré. Adiós, Margaret —James tomó su maletín, acomodó su sombrero negro, no sin antes sonreír por última vez y se alejó hacia el lado contrario para desaparecer en la penumbra de la noche.

Margaret suspiró para terminar de convencerse de que todo saldría bien, apretó el agarrador de su vieja maleta y se adentró al pueblo.

—Nuestra nueva vida ha comenzado —declara Margaret para ella misma y para su pequeño.

Así, asustada y emocionada al mismo tiempo, comenzó a caminar y se fue adentrando en ese pueblo que aún era todo un misterio para ella.

Aunque fuera de noche, los faroles ya estaban encendidos y Margaret notó algunas miradas en la lejanía que le provocaron unos cosquilleantes escalofríos.

Ben comenzó a incomodarse de un momento a otro mientras se removía inquieto con evidentes ganas de llorar.

Margaret se alarmó, su llegada debía ser lo más discreta, se detuvo dejando la maleta abajo para arrullarlo, pero no pudo evitar que su pequeño soltara más los sollozos.

—Ben… calma, ya falta poco para que lleguemos a un buen lugar —insistió ella y de a poquito el bebé se quedó profundamente dormido.

De pronto, detrás de ellos una luz fuerte y el sonido de unas llantas rozando el pavimento hizo que Margaret se alarmara y corriera en dirección de la acera al punto de lanzarse hacia ella.

La velocidad del vehículo y la fuerza descontrolada que este traía hizo que chocara de manera irreversible, dejando a su paso un hilo de humo proveniente del frente de metal abollado por el choque.

A esas alturas, un hombre había salido del auto casi arrastrándose, pero estaba ileso y el auto estaba aún en buenas condiciones.

El bebé lloraba a gritos y ella parecía lastimada. En cuanto el hombre reaccionó y tocó el rostro de Margaret, supo que aún tenía pulso y se alivió.

—Gracias al cielo están bien —dijo jadeante el hombre, quien comenzó a llamar a una ambulancia sin alejarse de donde yacía Margaret.

Cuando ella abrió sus ojos y observó el porte del hombre, comenzó llenarse de pánico. Era él… ¿Alexander Wright, el dueño de sus pesadillas… la había encontrado? ¡No podía creerlo!

Margaret no perdió ni un solo segundo y afianzó sus brazos a Ben y con la fuerza que aún sentía en su cuerpo se levantó y comenzó a correr sin detenerse a mirar atrás.

Tenía que seguir moviéndose, seguir corriendo. Se había llevado a Ben con ella, sin su consentimiento y estaba decidida a mantenerlo a salvo a como diera lugar.

¡Pero ahora, Alexander la había encontrado!

Podía escuchar sus pasos detrás de ella, aceleró el paso, su corazón latía con fuerza en su pecho. Podía escuchar la respiración de Ben entrecortada mientras lo cargaba en sus brazos, pero no se atrevió a reducir la velocidad.

—¡Espera! ¡Por favor, hablemos! —La voz de Alexander era baja pero intranquila, eso solo sirvió para que Margaret se asustara más.

Las piernas de ella cedieron debajo de ella y se derrumbó en el suelo, su visión se desvaneció. Podía escuchar los pasos de Alexander acercándose, pero no podía moverse. Ella no pudo hacer nada para defenderse.

—¿Estás bien? —La voz de él estaba llena de preocupación cuando llegó a su lado y la levantó entre sus brazos.

—No, no estoy bien —dijo Margaret con los dientes apretados—, déjame en paz, por favor.

—No puedo hacer eso. Estás herida, necesitas ayuda. Ya llamé a la ambulancia, vienen en camino.

¿Por qué sonaba tan amable? De seguro era porque había personas a su alrededor y como siempre debía parecer un hombre correcto e impecable. Eso solo revolvió su estómago de rabia al recordar la clase de patán inhumano que era en realidad.

—No necesito tu ayuda —escupió Margaret, su miedo se convirtió en ira—. ¡Solo déjanos en paz de una buena vez!

—Pero tú debes… —La voz del hombre que la sostenía en brazos se comenzó a hacer inaudible y el miedo en su pecho se iba apagando, aunque no dejara de pensar en él.

En su pequeño Ben era en el único que podía pensar ¿Quién vería por él si ella había sucumbido de esa manera? Alexander se lo llevaría con él sin remedio y ella sería mujer muerta.

Margaret luchó por no desmayarse, pero sus esfuerzos fueron en vano y una vez más su vista se nubló por completo.

El silencio se hizo presente y no dio cabida para ninguna emoción más.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo