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—¿Cómo siguen las cosas?

—De mal en peor.

—¿Aún discuten?

—Ya ni siquiera llegamos a eso.

Georgina me obsequia una tierna mirada y reposa su mano en mi rodilla. Se le bañan las mejillas de un rojizo que me recuerda a cuando era niña.

—¿No han pensado ir a terapia?

—Yo lo he pensado todo.

—¿Y ella?

—No he querido averiguarlo.

—¿Por qué no se lo propones?

—Me da miedo.

—¿Miedo?

—Temo descubrir que lo nuestro ya no le importe.

—¿Y si ella piensa igual?

La semana pasada Rogelio me planteó lo mismo. Desde el accidente de Luz lo noto bastante extraño, como si estuviese en deuda con nosotros. He querido decirle que no hay motivo para sentirse así, pero no me atrevo. Quizás porque en el fondo lo comprendo, y

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