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¿Quien es mi esposa?
¿Quien es mi esposa?
Por: Mikamy
Capítulo 1 – Vida perfecta.    

La vida de Rafael era perfecta, había crecido dentro de una de las familias más reconocidas en el sector vitivinícola, siguió los pasos de su padre como emprendedor de vinos y se sentía orgulloso de su prestigiada marca Segarra, llamada así por el Valle de Segarra un lugar alejado donde toda la magia sucedía, una finca de varias hectáreas que le proveía del fruto bendito con el cual hacían sus refinados vinos.  

—¡¿Qué nadie piensa desayunar hoy?! — por las mañanas era de lo más común escuchar a doña Julieta, viuda de Ugarte, una mujer adorable gritar. 

—Nana, ¿Por qué los gritos?  

—Rafael, aquí nadie desayuna a la hora que Dios manda, tu madre desvelada, tu hermana quién sabe dónde, y sus hijos, mmm — rechinó los dientes postizos — No sé qué tanto hacen encerrados en sus habitaciones, venimos acá a la finca a pasar días de convivencia. Así como le gustaba a tu abuelo.  

—Lo que usted debería de hacer, es desayunar y no esperar a nadie — contestó tomando una manzana de la mesa.  

—No me digas que saldrás tan de mañana, criatura, cuando te pondrás quieto, ¡quiero bisnietos! 

—Ya tiene los de Cata, y si se descuida Rogelio la llenará de bisnietos — se burló de la mirada de su abuela.  

—Rogelio es un hombre que nunca tendrá paz, jamás ha querido estar en su casa, que te hace pensar que quiere familia.  

—Venga ya, dejemos esta conversación, viajaré al sur, tengo pendientes con una vinícola pequeña, qué deseo comprar, el hombre que cuida ese lugar vale oro y lo quiero para nosotros. 

—¡Lleva un chofer! — gritó cuando Rafael le contó sus planes caminando hacia la salida, conocía a su nieto perfectamente, golpeo su pecho tres veces, tenía un presentimiento extraño, tomó el jugo de naranja de golpe y rompió el vaso en el suelo —No señor, usted se está quietecito — señaló el suelo como si alguien pudiera escucharla. Había un aura extraña en Julieta desde chica, era una mujer centrada, pero con un don muy pintoresco que la mayoría solo atribuía a su edad y a sus ideas.  

Rafael se dirigió hacia la cochera, como era de costumbre cuando viajaba, tomaba siempre la misma camioneta, le parecía cómoda, se encontró con Jorge limpiándola.  

—¿Está todo listo?  

—Sí, señor, ayer la llevaron a servicio, así que está lista para viajar — contestó el hombre entregándole las llaves.  

—Me parece excelente, nos vemos a mi regreso. 

Se despido y abordó, mientras conducía una llamada entró mostrándose en la pantalla del estéreo, miró quién era, Cesar no era un hombre que se levantara tan temprano, eran cerca de las ocho y media.  

—Recibí tu mensaje, pero no pudiste a una hora decente — dijo en saludo.  

—Buenos días para ti, también querido amigo — burlescamente Rafael, saludó. 

—No entiendo tu humor tan de mañana, pero bueno, dime, ¿qué era eso tan importante?  

—Voy al viñedo de don Jorge, el hombre que te platique… 

—Viajarás solo — interrumpió. 

—No es para tanto hombre, son solo diez horas de camino.  

—¡Diez horas! No puedo entender tu gusto por manejar en carretera, pero bueno…  

—Solo necesito que hagas todo el papeleo, te mandaré mensaje en cuanto cierre el trato para que elabores el cheque.  

—Como digas, estás muy seguro que lo conseguirás… 

—No hay imposibles para mí, ahora vete a dormir, nos vemos a mi regreso. 

Terminó la llamada cuando escuchó a Cesar despedirse, el clima era agradable. Desde niño había disfrutado los viajes en carretera, su padre era un hombre que le gustaba andar, recorrer los pueblos cercanos y llevarlo con él, hace cinco años falleció de un infarto fulminante, extrañaba al viejo con unas fuerzas endemoniadas, compartían tanto la pasión por los vinos, el caminar entre los viñedos, la vendimia era la época favorita de ambos, recoger las regordetas uvas. Sus hermanos solo disfrutaban de los beneficios, no se involucraban, Catalina era una mujer de negocios, se encargaba de la imagen de su empresa, tan soberbia como su madre, su hermano Rogelio era tan diferente a él, aunque compartían tanto, pero las actitudes de su hermano los terminaron alejando. Encendió la música, listo para meditar en esas horas. 

La abuela Julieta no se quedó nada tranquila, había algo que no la dejaba en paz, estaba sola en la mesa observando todos esos platos llenos de comida, extrañaba esas épocas donde disfrutar de un buen platillo era suficiente para reunir a la familia.  

—Nana, ¿qué tanto mira? — la voz de su bisnieto Sebastián la sacó de sus pensamientos, ese chiquillo apenas y cumplía los dieciséis, pero era la pinta misma de su bisabuelo, ese rubio vibrante en su cabello, ese par de hoyuelos y esos ojos azules, su sonrisa era tan encantadora como lo fue la de su esposo.  

—Espero a alguien para desayunar — contestó mientras Sebastián le depositaba un beso en la mejilla.  

—Bien, pues ha llegado tu acompañante número uno y mira que tengo hambre.  

—Entonces comamos querubín — dijo sirviéndole un poco de jugo.  

—Nana, no me digas así, ya no soy un niño. 

—Para mí siempre serás mi niño bonito — pellizcó una de sus mejillas, Sebastián gritó queriéndola alejar.  

—¡Qué escándalo! —fueron interrumpidos. 

—Buenos días, abuela — respondió Sebastián componiéndose en su lugar.  

—¿Y tu madre?  

—Creo que estaba arreglándose, papá llega hoy — dijo con la boca llena mientras mordía un pan recién hecho. 

—Sebastián compón tus modales que ya no eres un niño 

—Malena deja a Sebastián en paz, qué caras traes, ¿dónde estuviste anoche? — Julieta siempre defendía a Sebastián de su abuela. 

—Suegra, sabe que no me gusta dar explicaciones de mis actos, así que limítese a saber que fui con un par de amigas.   

—Bueno, querida… esta es mi casa, así que te invito a quedarte en otro lado si quieres evitarte mis preguntas. — Sebastián observaba aquella conversación, maravillado, su bisabuela Julieta era una mujer de sesenta y siete años, pero era tan fuerte como un roble, Malena había estado casada con el más chico de sus hijos y nunca se habían querido, por lo menos Julieta jamás mostró su aprobación total a Malena, le parecía una mujer interesada, pero fue el amor de su hijo y eso lo respetó hasta sus últimos días.  

—La edad la está haciendo un poco insoportable — respondió entre dientes 

—Y a ti no se te quita con el paso de los años, ahora no vengas a estorbar en nuestro desayuno.  

—¡Buenos días!, ay, pero qué caras, abuela, ¿te sientes bien?  

—¡¿Dónde está tu madre?! — preguntó molesta. 

—La escuché en su cuarto hablando… —. Ni bien terminó de decirle, la mujer abandonó el lugar a paso rápido.  

—Buenos días, Fernanda, ¿cómo dormiste? — prosiguió Julieta. 

—Bien nana, fíjate que conseguí una cita en la academia de artes — comentó muy emocionada, sentándose, observó a esa rubia sonreír, Sebastián y Fernanda eran mellizos, había ciertas cualidades que los hacían tan parecidos.  

—Me alegra escuchar eso, dile a Jorge que te lleve, si le preguntas a tu madre no te llevará y si le dices a tu abuela… 

—Lo sé nana, pero no se preocupe que ya he conseguido con quién ir. Y tu mono sonso, ya viste, ¿qué harás en el verano? 

—¡Mira, nana, me está insultando! — dijo aventándole un pedazo de pan.  

—Basta los dos, desayunemos en paz… — rio de las travesuras de sus bisnietos, era todo lo que quería, solo faltaba el pequeño Ricardo, pero ese sin duda dormiría aún.  

Malena recorrió el pasillo de la casa con molestia, su suegra le parecía una mujer imparable con la lengua, nunca se media frente a sus nietos e hijos, toleraba todo eso por culpa de Rafael que se empeñaba en tenerla con ellos, le había pedido que la internaran en un asilo de lo más lujoso para no tener peros, ni así lo consiguió, Rafael había sido muy claro, respetaba la petición de su padre, y era una promesa que pensaba cumplir.  

—Catalina, ¿estás vestida? — interrumpió tocando la puerta y abriendo, escuchó la risilla proveniente del baño, y tocó con fuerza. 

—Voy… — respondió Catalina rápidamente.  —¿Qué pasa?  

—¿Qué tanto hacías en el baño? 

—Estaba mirando unas cosas — contestó mientras se cepillaba el cabello.  

—Sabes, ¿dónde iba Rafael? Lo vi muy temprano salir en su carro. — Tomó asiento en la cama cruzándose de piernas.  

—Ay mamá, si no te lo ha dicho a ti, menos a mí, porque no le preguntas a la abuela. — Se sentó en el tocador para empezar a maquillarse.  

—Amaneció insoportable. 

—No hagas dramas, la abuela ya está mayor, solo dale por su lado — minimizó la actitud de su madre.  

—Bueno, si sabes a donde ha ido me avisas — dijo abandonando la habitación, Catalina la miró por el reflejo del espejo, su madre era una mujer impaciente y sobre todo controladora, ha intentado meter en cintura a Rafael, tratando que haga las cosas como ella quiere, principalmente metiéndose en sus relaciones.  

El día se fue como agua en esas tierras alejadas de la civilización cotidiana, Catalina y Malena hicieron sus cosas sin muchos miramientos, la bisabuela las observó irse, tenía la manía de sentarse a tejer debajo de un árbol de manzanas, uno que cuidaba con mucho amor, era el primer árbol que había sembrado con su amado esposo, adecuo todo un espacio cerca para con eso recordar su vida, todos sabían que la podían encontrar ahí. Cerca de las ocho de la noche, mientras se preparaba un té, el teléfono sonó con insistencia.  

—Señora Julieta, es la policía — le informó angustiada Mili, una chica que ayudaba en la casa, Julieta la miró a los ojos, extrañada, pero era ella la única de la familia que podía en ese momento contestar.  

—La policía dices… — expresó tomando el teléfono con sus arrugadas manos, escuchó el barullo de sus bisnietos mientras entraban, Mili los cayó con un shuuu fuerte. Sebastián golpeó a Fernanda que seguía riéndose, observó a su nana que tomaba aquel teléfono con fuerza. Fernanda al darse cuenta se acercó con cuidado —. Sí, señor, es mi nieto… ¿Cómo dice? — la angustia se le atoró en la garganta, parpadeo cientos de veces mientras llevaba su mano libre al pecho  —. Señor, perdóneme puede repetirme el hospital… — comenzó a llorar, Fernanda le quitó el teléfono, Sebastián corrió ayudar a su bisabuela para que tomara asiento mientras su hermana hablaba… 

—Sí, mi bisabuela se ha sentido mal, dígame con calma que yo apunto…  

—Nana, ¿qué ha pasado? —preguntó Sebastián tratando de calmarla.  

—Mi niño, mi niño… — repetía con dolor y eso solo le ponía los nervios de punta.  

—Nana… 

—Mi Rafael, ¡ay dios mío por qué!  

—Corre Mili trae un vaso con agua… — La mujer nombrada corrió a la cocina informándole a quien tuviera enfrente que algo grave había pasado. Fernanda colgó el teléfono y miró a su hermano con los ojos llenos de lágrimas, el mellizo esperaba una respuesta. 

—El tío Rafael ha tenido un accidente en la carretera, al parecer es muy grave, lo están trasladando en helicóptero al hospital de la ciudad — rompió en llanto, Sebastián se miró sobrepasado por ambas mujeres, pero intentó tranquilizarse, Ricardo su hermano menor se había ido con su madre, si no serían todo un circo en ese momento.  

—Quédate con la bisabuela, iré a decirle a Jorge que nos prepare un coche para irnos a la ciudad, le informamos en el camino a mamá y a la abuela. Que Mili le marque al tío Miguel, infórmale que vamos para allá, infórmale lo del tío Rafael — lo último lo dijo antes de salir de la casa rumbo a la cochera, por la hora Jorge andaría ahí esperando que su madre y su abuela regrese para guardar los carros.  

Las siguientes horas fueron un sufrir para toda la familia, Sebastián, Fernanda y su bisabuela llegaron cerca de las once de la noche al hospital, su tío Miguel el hijo mayor de Julieta estaba ahí, era médico ya retirado de los hospitales, pero tenerlo les provocaba un poco de paz en esa incertidumbre, el paso de cada minuto era un calvario, no tenían ninguna información, Malena y Catalina llegaron dos horas después, Julieta reprocho la imagen tan deplorable de su nuera, había estado bebiendo, gritaba como endemoniada pidiendo ver a su hijo, pero no era momento de reprender nada, solo quería dejar de escucharla, Miguel tuvo que servir de consuelo para aquella mujer destrozada, Catalina sé sentó cerca de ellos, Víctor su esposo, había llevado a Ricardo con su suegra para que el niño no tuviera que estar en el hospital, dos horas más pasaron.  

—¿Alguien le ha informado a Rogelio? — preguntó Cata después de un rato. 

—No mamá, no sé el número del tío Rogelio — contestó Fernanda, abrazada a su bisabuela. Antes de poder decir algo, uno de los doctores salió buscándolos.  

—¿Qué pasa con mi hermano? — exigió Catalina. Malena se acercó con el rostro un poco más repuesto después de dos tazas de café.  

—Ha salido de cirugía, tiene fracturas en ambos fémures, muestra fractura en tibia y peroné de la pierna derecha, su cadera se dislocó presentando una ligera fisura y perdió bastante sangre, tuvieron que hacer muchas maniobras para sacarlo de su vehículo, quedó prensado de la cintura para abajo, el pronóstico es reservado, por el momento no puedo decirles más, solo quiero que estén conscientes que su situación es sumamente delicada.  

—Quiero verlo — señaló Malena. 

—Por el momento eso es imposible, por favor sean pacientes — contestó el doctor retirándose, Miguel lo siguió para preguntarle algunas cosas que pudieran servirle.  

—Esto es una pesadilla. 

—Cálmate mamá, tenemos que esperar como evoluciona — dijo Catalina, pero no sirvió de nada, su madre se alejó de nuevo —. Esto mañana será noticia en todos lados, tengo que ver como lo manejaremos — comentó, pero nadie dijo nada, sus hijos estaban al pendiente de su bisabuela que no dejaba de mover sus dedos sobre un rosario —. Iré a tomar algo… por favor avísenme si las cosas cambian.  

Catalina no soportaba los hospitales, desde que su padre murió en sus brazos, no podía lidiar con ese lugar, las pesadillas habían sido constantes por dos años, salió hacia el estacionamiento marcando su celular, necesitaba hablar con alguien, le marcó a su esposo, pero la llamada entró directo a buzón, bufó molesta, no era la primera vez, pero pensaba que, por esa situación sería diferente, pero que mal estaba.  

Como lo temía, en los primeros noticieros todo eso fue una bomba, las noticias sobre el accidente de su hermano no paraban de mostrarse, algunos periodistas se aglutinaron en la entrada del hospital, pero sabiamente mandó pedir seguridad, Rafael permanecía en terapia intensiva sin ser visto por nadie, Malena y Catalina fueron las primeras en irse a cambiar y tomar un baño, Julieta a regañadientes fue llevada por Jorge a que comiera algo y durmiera un poco junto con Fernanda, Sebastián fue el que se ofreció a quedarse, su tío Miguel permaneció igual en el hospital, pero lo dejó solo para atender un par de llamadas, el día se fue así, sin cambio alguno.  

Cerca de las ocho de la noche Catalina regresó al hospital, no había podido desocuparse, tuvo que arreglar algunas cosas del seguro del vehículo, aplazar algunas cosas de una nueva campaña que tenía, estaba toda abrumada cuando entró por las puertas del hospital, miró a su hijo algo inquieto caminado de un lado a otro, se dejó ir sobre ella cuando la vio… 

—Mamá hay una mujer llorando… 

—Sebastián es un hospital, aquí solo hay personas llorando — interrumpió de mal humor.  

—No mamá, hay una mujer llorando que dice ser la esposa de mi tío Rafael…

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