Al escuchar aquellas repugnantes palabras, Silvia palideció de ira, sus ojos escarlata fulminando al hombre.
—¡Te lo advierto! ¡Si te atreves a tocarme un solo pelo, no te lo perdonaré!
—¡Quédate quieta! Ahora solo estamos tú y yo en este jardín trasero, y he cerrado la puerta. ¿Crees que puedes escapar? —el hombre tiró de la mano de Silvia intentando atraerla hacia él. Su rostro grasiento y envejecido se sonrojaba de excitación mientras su otra mano se dirigía hacia el hombro de ella.
Silvia levantó bruscamente la pierna y le propinó una patada. Se oyó un grito de dolor cuando el hombre se dobló, sujetándose la entrepierna.
—¡Tú! ¡No te saldrás con la tuya!
Sin embargo, no soltó la muñeca de Silvia. Ignorando el intenso dolor, volvió a incorporarse.
Silvia forcejeaba desesperadamente, pero su muñeca seguía atrapada como en una tenaza de hierro, y su delicada piel ya estaba enrojecida.
Desesperada, apretó los dientes y con su mano libre agarró el borde de su vestido de alta costura, di