—Señor Caballero, ese tipo de comentarios podría asustarme. Si salgo corriendo asustada, se quedará sin acompañante esta noche —respondió Silvia con una sonrisa tenue, aunque su tono llevaba un dejo de frialdad.
Ya había sentido su corazón agitarse varias veces por las palabras de Daniel, pero entendía perfectamente la distancia que los separaba.
El coche se detuvo frente al hotel. Silvia, del brazo de Daniel, entró en el gran salón. El sonido de sus tacones sobre el suelo de mármol resultaba particularmente melodioso. Al entrar, además de las estanterías de vino y mesas de aperitivos, se veían grupos de personas conversando y camareros yendo y viniendo.
A ambos lados del salón había largas mesas repletas de exquisitos bocadillos y diversos tipos de vino. Al extremo de cada mesa se alzaban pirámides formadas por copas de cristal.
Las mujeres, vestidas con lujosos trajes de alta costura, se reunían para conversar, mientras los hombres, con elegantes trajes, discutían sobre negocios.
El