Golpeaba la puerta desesperada, pero no había respuesta. Silvia estaba sentada afuera de la puerta, detrás de ella se escuchaban los gemidos de Vivian, y se contuvo del impulso de abrir la puerta.
—Vivi, tú puedes.
Apenas era el segundo día, si no podía aguantar esto, ¿qué iba a pasar con los cinco días restantes? ¿Acaso se iba a rendir?
Detrás de la puerta ya no había ningún movimiento ni sonido. Miró la vigilancia en su teléfono, Vivian estaba sentada en el suelo, llorando a mares.
Su dedo tembló ligeramente, estaba a punto de abrir la puerta, pero recordó las instrucciones de Bruno y bajó la mano.
Si ni ella podía persistir, ¿qué decir de Vivian?
Al mediodía, Vivian se había vuelto a dormir en la cama, y Silvia aprovechó esta oportunidad para abrir la puerta y llevarle comida, eran los platillos favoritos de Vivian.
El tercer día. Hoy era un punto de inflexión, la mayoría de pacientes psicológicos que recibían terapia Morita, los primeros dos días eran difíciles de soportar, y el te