—¿Te has vuelto loca? Quiero que vayas al psicólogo porque últimamente tienes las emociones muy inestables. ¿Tú misma crees que esto es normal? —preguntó Carlos frunciendo ligeramente el ceño.
Fátima levantó la mirada hacia Carlos. Esos ojos que la miraban mostraban más bien una mezcla de sentimientos complejos, pero definitivamente no había amor.
Ella sonrió amargamente:
—Sí, no soy normal, y es porque todas las noches te escondes en el estudio a fumar, suspirando y lamentándote. Es porque cuando te ayudaba a ordenar el estudio, vi hojas llenas del nombre de Silvia escritas en el escritorio. Y también porque le llamas a Silvia a escondidas. ¿No es suficiente con eso?
Carlos se quedó paralizado. Resulta que ella lo sabía todo.
Bajó la cabeza con cierta culpa. Había escrito el nombre de Silvia porque después de que desapareció, quería pensar en todos los lugares a los que a ella le gustaba ir. Al final, por más que se devanaba los sesos, no logró recordar muchos, y cuando se dio cuenta