En la puerta de la estación de policía, Carlos miró con rostro exhausto a Fátima siendo escoltada hacia afuera.
Hasta ahora no podía creer que Fátima hubiera hecho eso. Había sospechado de Leticia, había sospechado de Roberta, pero nunca había sospechado de Fátima.
Todo porque había estado demasiado seguro de sí mismo, seguro de que podía controlar el corazón de Fátima, seguro de que la Fátima que conocía siempre había sido bondadosa.
—Carlos, por fin salí —Fátima con los ojos enrojecidos quiso tomar la mano de Carlos.
Pero Carlos se apartó, incluso con cierta impaciencia:
—Ya que saliste, súbete al auto y vámonos.
Fátima no podía creerlo. Después de subirse al auto, se apresuró a explicar:
—Carlos, realmente nunca pensé en lastimar a la señorita Somoza. Solo quería darle una lección. ¡De hecho no pasó nada!
—¿Todas esas cosas en internet las publicaste tú? —preguntó Carlos fríamente.
Fátima se secó el sudor:
—Solo estaba exponiendo los hechos. Todo lo que dije era verdad. Ya sé que me