—¡Ganamos! —gritó Malú abrazando a las niñas con las que había hecho equipo y vencido a los hombres en un partido de futbol.
A Abel el pecho se le hinchó, sonrió al verla reír y disfrutar con la gente del pueblo.
—¿Deseas agua? —cuestionó él, y le extendió un botellín.
—Gracias —respondió ella, y tomó la botella.
—¡Abel, mijito! —expresó una mujer de edad avanzada, caminaba con un bastón.
Él esbozó una amplia sonrisa, se acercó a ella, y con cuidado la abrazó.
—Maestra Beatriz, qué gusto verla —mencionó con calidez—, veo que camina mejor.
—Te lo debo a ti, con la prótesis nueva que me pusieron, camino bien, un día de estos nos pegamos un baile —mencionó carcajeando, y lo miró con cariño—, gracias por pagar mi operación.
Abel le besó la frente, sonrió.
—Será un honor bailar con usted —expresó con calidez—. No tiene nada de que agradecer, yo a usted le debo la vida, siempre estaré en deuda.
Malú escuchaba atenta la conversación, y miraba con atención, suspiró profundo al oírlo