—¿Quién es esa mujer? —cuestionó Malú pensativa, ese nombre le era familiar.
«Luz Aída Garzón» repitió en su memoria, intentando saber en dónde había escuchado nombrarla.
—Esa mujer se acercó a mi madre y a mí, en un momento que pasábamos por serios problemas, en el pueblo donde yo nací y me críe parte de mi infancia, la guerrilla se apoderó de todo, nos despojaron de nuestras tierras —comentó sintiendo un nudo en la garganta—, forzaban a las mujeres para cumplir sus caprichos, mi madre fue víctima de esos miserables. —Apretó los puños—, entonces apareció Luz Aída, nos sacó de ese pueblo, y empezó a mandarnos dinero para ayudarnos con nuestros gastos —confesó con la respiración agitada.
Malú se estremeció al escuchar su relato.
—Lo que me cuentas es terrible, ¿sufriste mucho? —indagó, observando a Abel, con la mirada cristalina.
Abel notó en los ojos de su esposa: tristeza, dolor, miedo, hasta ansiedad, entonces no supo si debía continuar con el relato, o callarse.
«No quiero perd