Eduardo llegó hasta las instalaciones del consorcio colombiano de café: Alma mía. Justo cuando colocó su dedo para pulsar el botón del elevador, los frágiles dedos de una mujer hicieron lo mismo.
—Huele a azufre —musitó ella, y lo observó irguiendo la barbilla.
—¿Será tu perfume? —indagó él, y la miró de pies a cabeza—, dicen que el diablo se disfraza de mujer, y de las más bellas, como tú.
Mafer apretó los labios, y resopló.
—¿Qué haces en mi empresa? ¿Cómo te atreves a venir? —rugió furiosa.
—Tengo una cita con tu papá. —Encogió los hombros y ladeó los labios.
Mafer lo observó ceñuda.
—¡No es cierto! —exclamó—, hoy tenemos junta directiva, y tú no eres parte de mi familia.
—Ah, por qué no se me ha presentado la oportunidad, pero si tú quieres, puedo convertir a tu papá en mi suegro. —Sonrió.
Mafer rodó los ojos, negó con la cabeza.
—Ni lo sueñes, descarado —espetó y lo empujó para entrar en el elevador, a continuación, él hizo lo mismo.
Ella se cruzó de brazos y se paró e