Fiesta sorpresa.
Rebeca estaba sentada en la cocina de su infancia, mirando la taza de té que su mamá le había preparado. Había venido a visitarla en busca de consuelo y orientación. Su mamá, Evelin, una mujer sabia y cariñosa, se sentó frente a ella, notando la tristeza en los ojos de su hija.
—Mamá, no puedo tener hijos —dijo Rebeca, su voz quebrada por la emoción—. Me siento tan culpable por no poder darle a Kelvin lo que tanto deseamos, un hijo propio.
Evelin tomó sus manos entre las suyas, transmitiendo calidez y apoyo.
—Rebeca, mi amor, no tienes por qué sentirte culpable. La maternidad no se define solo por la capacidad de dar a luz. Eres una madre maravillosa para Gael, y eso es lo que realmente importa.
Rebeca dejó escapar un suspiro, sintiendo que las palabras de su mamá comenzaban a calmar su corazón.
—Pero siempre soñé con tener hijos biológicos, y ahora siento que he fallado, sabes ¿la cantidad de pacientes que he atendido con este mismo resultado?
Evelin la miró con ternura, a