—¿Me amas? —preguntó Loredana cuando pudo hablar. Su voz era apenas un susurro.
Las palabras de Paolo se repetían una y otra vez en su cabeza. No estaba segura de sí había escuchado bien o había sido producto de su imaginación, pero estaba por averiguarlo.
—¿Por qué suenas tan sorprendida? —Paolo hizo a un lado sus cabellos y acarició su rostro—. ¿De qué crees que se trataba todo esto? Jamás he llevado a una mujer a casa de mi madre y tampoco la traje aquí.
Él se inclinó y rozó sus labios. Casi se olvidó de lo que estaban hablando, entonces sus palabras penetraron la bruma que la rodeaba.
—Me trajiste aquí a unos días de conocerme.
Paolo sonrió.
—Eso hice. Debí darme cuenta de lo que significaba entonces. —él le dio un suave beso y luego salió de su interior. Se acomodó a su lado y la acercó a él.
Lejos de rehuir a su contacto, se acurrucó contra su cuerpo y colocó una de las manos en su pecho. Había extrañado los momentos que compartían después de hacer el amor.
Miles de preguntas in