Carmen había pasado tres días en el hospital. Al salir, la nochebuena pintaba el cielo con un manto de nieve ligera.
Sentada en el automóvil, Carmen se lamentaba consigo misma:
—¡Qué vieja estoy! Ya no tengo la misma agilidad. Solo causo problemas… Ana, he estado pensando, en unos días, cuando Enrique crezca un poco más, me iré a vivir a un hogar de ancianos. Allí tendré compañía de personas de mi edad.
—Tía, ¿cómo puedo permitirte ir a un hogar de ancianos? —Ana estaba concentrada en la conducción, con la mirada fija en el horizonte, y respondió en voz baja—: He tenido demasiadas ocupaciones en el pasado, no he podido cuidarte como debería. Ahora que la salud de Mario ha mejorado, él puede ayudar más con los niños, y podré llevarte a pasear más seguido.
Después de un breve silencio, Carmen habló en voz baja:
—Ahora que su salud está mejor, naturalmente su atención se centrará en ti y los niños. Pero los hombres son así, si no encuentran satisfacción emocional contigo, buscarán en otro