O3

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O3: El último refresco del desierto

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—Pues gracias por dejarme entrar —Scarlett no tuvo más remedio que agradecerle a regañadientes, siguiéndolo a la sala del apartamento. Preferiría soltar veneno antes de darle las gracias y alimentar su ego, pero las circunstancias desesperadas requirieron estrategias desesperadas.

—Más bien abrí la puerta porque me pareció que un gato lloraba en el pasillo.

Scarlett hizo una pausa en su caminar, sorprendida por su comentario descarado, especialmente cuando él le lanzó una mirada astuta por encima del hombro.

"Uy, uy, se está burlando de tu canto de sirena, ya viste" la vocesita mañosa volvió a la carga, haciéndola gruñir y morderse la lengua para no meter la pata con otro de sus comentarios mordaces.

Ja, con que el tipo tiene sentido del humor. Scarlett resopló.

—Chiste de papá, qué moderno —masculló sarcástica, sentándose en un sillón individual.

—¿Qué dijiste?

—Que bien moderno está su apartamento —mintió ella con una sonrisa falsa.

Ahora que podía detallarlo, vio que Krause usó unos pantalones grises muy adecuados para sus piernas gruesas y su... excelente retaguardia. No utilizó corbata, pero la camisa blanca estaba perfectamente abotonada alrededor de sus músculos desarrollados. Tenía la piel bronceada, el cabello oscuro salpicado con el gris de la experiencia, al igual que su bien cuidada barba de candado.

—Scarlett.

Parpadeó fuera de trance y notó que Stein se había sentado frente a ella, y la estaba analizando de los pies a la cabeza.

—Esa soy yo. —Scarlett levantó la barbilla, aunque le temblaron las rodillas mientras él se fijaba en sus botas militares—. Scarlett... No como Johansson, sino Scarlett Queen Anderson.

—Theresa.

La rubia se atragantó, medio en shock.

—¿Qué?

El coronel Stein clavó sus ojos inteligentes en los de ella.

—Tu segundo nombre es Theresa, ¿o me equivoco?

Vergüenza es poco. Scarlett quiso discutir. ¿Cómo fue que se acordó de eso si nomás lo escuchó una vez? Mejor dicho, ¿qué hizo ella para merecer unos nombres que no pegaban ni con pegamento?

Scarlett levantó un dedo y ordenó sus pensamientos para contestarle, porque le soltaría un insulto a su cara arrogante si se descuidaba.

—Preferiría que esa información se mantenga confidencial —dijo ella.

—Lo sé —murmuró él y hubo una chispa en su mirada—. ¿Ese es todo tu currículum?

—Bueno, no terminé la universidad, pero soy experta en todo lo que me pongas. Aprendo rápido.

—¿Y qué tal tu temperamento? —Krause inclinó la cabeza, suspicaz—. ¿Tu conducta es similar a la que tuviste aquel día?

La rubia suspiró.

—Primero que nada, quiero aclarar que ese día no lo reconocí —le explicó de mala gana—. Yo... estaba saliendo de un proceso difícil. Estaba cansada.

Esperó que Krause tuviera el descaro de insinuar lo del divorcio, pero él se limitó a ignorarlo. Si lo hizo por lástima o porque no le interesaba, quién sabía.

—No me tranquiliza mucho saber que te cuesta dominar tus emociones —comentó Krause mientras se tocaba la barba, haciendo que Scarlett notara lo potentes que fueron su voz y su dialecto. Además, había una evidente cicatriz vertical que cruzaba su ojo izquierdo.

Ella tragó saliva, preguntándose cómo la habría conseguido. ¿En una batalla? ¿En un entrenamiento?

Espera, ¿y a ella qué le importaba?

Una parte de Scarlett justificó la curiosidad porque estaba un poco desubicada, pues se sintió confuso reencontrarse con una persona que solía detestar y que ahora era su mejor opción para salir de la pobreza extrema.

Tampoco esperaba que Krause actuara diferente o fuese menos creído. Habían pasado muchos años, pero algunas cosas no cambiaron.

—Puedo dominar mis emociones. No voy a cometer ninguna tontería mientras trabaje para usted, cien por ciento confirmado —le aseguró Scarlett sin vacilación.

Krause continuó estudiándola con mucha desconfianza. Hacía calor y no tenía nada que ver con un defecto en el aire acondicionado.

—Yo tampoco te reconocí ese día. Te convertiste en toda una mujer —admitió Stein de pronto. Scarlett luchó contra un sonrojó y él se aclaró la garganta bruscamente—. Me pareció absurdo que tu padre depositara tantas expectativas en una persona que nunca se enfocó en sus propios intereses. Pero Thomas es insistente y no te he visto en mucho tiempo, pero al menos no te rendiste cuando te cerré la puerta en la cara.

Entonces, Krause esbozó una sonrisa perezosa y la rubia tuvo un deja vu.

Ella furiosa porque le prohibieron ir a un concierto, Krause pasándole por el lado sin dirigirle ni una mirada mientras bebía coñac. Una sonrisa ridículamente fascinante en su rostro cuando ralentizó su andar cerca de ella. Recordó su dura y profunda voz diciéndole: «No resuelves nada poniéndote a llorar; si te cierran las puertas, insiste y verás».

En el presente, Scarlett sintió que el piso se movió bajo sus pies y casi se le desencajó la mandíbula mientras veía florecer el ego natural de Krause.

—Tiene que ser una broma —susurró Scarlett en medio una risa entrecortada y un gran peso se le quitó de encima. Por supuesto, él lo hizo a propósito.

—Veo que aprendiste mis consejos —él presumió sarcástico—. Bien por ti.

Se puso más que roja, los sentimientos entremezclados.

—Me quedé porque necesito el trabajo —exhaló.

—Sí, bueno. Eso no implica que consigas el puesto. Hay mucho que ver con tu aptitud laboral. —Él dejó de burlarse, pero no dejó de pasarla de maravilla con el momento—. Thomas debió advertirte sobre las exigencias al trabajar para mí. Pero sí te hace falta el dinero, estoy seguro de que vas a ponerte a la altura.

Scarlett cruzó las manos sobre su regazo, muy tentada a sacarlo a quicio.

—Sí, señor —espetó la rubia—. Así lo hizo. Así lo haré.

Krause tarareó, se rascó la barbilla y le dio la impresión de que su reacción le causaba gracia.

—Bien. ¿Thomas te mencionó algo en específico?

—Nada de eso —respondió, intrigada—. ¿Tiene que ver con el hecho de que no ha conseguido una secretaria?

—Tiene mucho que ver —admitió Krause con mucha transparencia, dejándola un poco aturdida con su franqueza fría—. Escucha, Scarlett, en el entorno laboral no soy flexible. Me gusta un trabajo bien hecho, y alguien que decida trabajar para mí, debe estar preparado para cualquier situación. Especialmente en mi campo.

—Estoy preparada para cualquier situación —afirmó la rubia, muy segura de sus capacidades.

Krause se quedó viéndola, sin una sola emoción en su rostro.

La rubia no supo por qué, pero sintió que sus ojos analizaron cada uno de sus gestos, midieron el ritmo de su respiración, y se fijaron en el rubor que cubrió su cuello.

—Entonces, ¿te sientes capacitada para lo que sea?

—Claro que sí —reafirmó retadora.

—De acuerdo, mañana podrás demostrarlo. —El coronel Stein se levantó del sofá y ella lo hizo también—. Hay otros... detalles por discutir, pero esos quedarán para después de tu prueba. Si calificas, hablaremos de tu contrato, y entonces, solo entonces, te explicaré a fondo tus obligaciones.

Su cabeza pareció uno de esos muñequitos de automóvil que no pararon de asentir y asentir. Krause frunció el ceño como si estuviera irritado. La sorprendió, agarrándola de la barbilla para que se quedara quieta.

—Que estés lista para mañana temprano.

—Sí.

Él gruñó, la soltó y Scarlett lo insultó mentalmente, frotándose la barbilla.

—Como parte del contrato, podrás ocupar este apartamento. Será alquilado, por supuesto. Hasta que consigas algo completamente tuyo. Puedes buscar tus cosas, adecuarlo a tu gusto y ponerte cómoda —ordenó Krauser, colocándose la chaqueta gris a juego con sus pantalones. Volteó a verla y le lanzó un juego de llaves. Casi se le cayeron, pero las atrapó en el último segundo—. La llave roja tiene un uso especial, así que no la toques. Si consigues el puesto, lo descubrirás.

—Entendido, señor —Scarlett, de nuevo, se burló del comando por costumbre.

Krause la miró por un eterno y aterrador segundo, pero luego giró en redondo y se marchó.

Cuando Scarlett cerró la puerta de un tirón, quedándose sola en medio del apartamento, se dio la libertad de escupir todo el odio irracional que hervía en su garganta.

—Te dejaré boquiabierto, creído —siseó ella—. Ya verás.

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