O2

◞───────⊰·•·⊱───────◟

O2: El coronel Krause

◝───────⊰·•·⊱───────◜

—¡Scarlett!

Gimió frustrada, con la mano a medio camino de su tanga, en cuanto escuchó la voz estridente al otro lado de la puerta. Joder, chequeó el reloj. Las cinco de la mañana.

Los golpes en la puerta se reanudaron y apartó las sábanas antes de levantarse con el vientre dolorosamente apretado.

—¡Scarlett!

Abrió la puerta de un tirón y recibió a su madre, Theodora, con un aspecto desaliñado.

—Buenos días, señora, ¿qué se le ofrece?

—Ya tuviste una noche. Así que muévete a solucionar tus problemas. Esto no es un hotel —exigió y luego se fue.

Scarlett chasqueó la lengua.

—Sí, también te extrañé.

Cerró la puerta y se pasó las manos por la cara. Se había despertado de buena gana, aunque muy cachonda gracias a un sueño húmedo que tuvo en la madrugada. Las imágenes borrosas de un hombre cálido, fuerte y experimentado satisfaciendo sus deseos la había dejado bastante adolorida. Sabía que era mejor atender la necesidad antes de salir de la cama, pero ya todo se esfumó.

Con este pensamiento en mente, se quitó la excitación y la mala suerte con una ducha fría. Ojalá que sirviera para lo segundo, porque para lo primero no funcionó muy bien. No era de las que soñaban cosas sucias, así que no sabía qué le pasó anoche. Tampoco tenía tiempo para averiguarlo. Era hora de irse.

Se colocó una blusa blanca de botones metida dentro de unos jeans claros ajustados y sus queridas botas militares. Lo que hizo con su cabello fue una coleta lo suficientemente decente. Esa era su humilde opinión al comprobar su aspecto en el espejo.

Fueron treinta minutos preparándose, así que la otra hora y media la usó para limpiar la habitación, acomodar su mochila y tomar un desayuno.

—Hola y adiós. —Realizó una parada en el despacho de su padre, quien se ahogó con un sorbo de café al verla.

—Scarlett. —Tosió un poco—. ¿Vas a ir a ver a Krause, vestida de esa forma?

—Sí, yo creo que es suficiente. —Apoyó una mano en el marco de la puerta y la otra en su cadera, tratando de lucir muy confiada.

El general tarareó.

—Ojalá que esa confianza te ayude —es lo único que le dice antes de volver a beber su taza de café y enfocarse en unos papeles sobre el escritorio.

—Me estás ocultando algo.

—¿Qué cosa? Mejor vete, Scarlett, puedes usar mi vieja camioneta. Las llaves están en la guantera. No vayas a llegar a tarde y agregar otro problema a la lista.

—¿Otro qué?

El timbre de un celular interrumpió el tren caótico de sus pensamientos.

—¡Eh! Krause, hermano —exclamó Thomas al contestar la llamada telefónica—. Sí, la tengo justo enfrente. Ya le advertí que te desagrada la impuntualidad.

Scarlett suspiró y le susurró un "adiós" antes de irse.

Consiguió la vieja pero queridísima camioneta de su padre en el garaje, una Chevy Silverado azul del 81, muy bien conservada. Sacó las llaves de la guantera y cerró los ojos al girar el interruptor. El motor rugió suavemente al despertar, un hermoso sonido que haría sonreír a cualquiera.

✦───────────•✧

—Osea, pero tu familia no está mal económicamente.

—Eso no importa, si tiene plata o no. Tengo que trabajar por mi cuenta y buscar mi propia casa lo antes posible —le explicó a Phoebe, su prima. Tenían la misma edad, aunque a Phoebe no se le ocurrió la brillante idea de casarse con un mentiroso.

Ajustó los audífonos inalámbricos en sus orejas, esperando en un semáforo en rojo.

—¿Y qué fue lo que pasó con Patrick? —Phoebe sonó confundida—. ¿Te aplicó una Boby?

Bob era el ex marido de una de sus hermanas. Técnicamente, Bob se había resistido a la repartición de bienes matrimoniales con el propósito de obligar a su hermana a regresar con él, pero ella prefirió renunciar a su cincuenta por ciento y dejárselo todo. Bautizaron esa técnica como 'la técnica Boby'.

—Patrick estaba brincando de felicidad cuando firmamos los papeles. —Scarlett bufó—. Hasta me ofreció una indemnización.

—Espera, ¿no te quedaste con nada?

Tragó saliva.

—Es que firmé un acuerdo prenupcial.

—¡¿Qué fue lo que hiciste, mujer?!

—Un grave error, lo sé. —Rodó los ojos—. Debí sospecharlo. Todo, desde un principio. Estaba más claro que el agua y me volví una puta ciega. Obviamente, el cabrón se aseguró de proteger su herencia y, como me dediqué siempre a ser su esposita de juguete, nunca me concentré en conseguir lo mío y ahora estoy jodida. —Golpeó el volante, escupiendo cada palabra.

Suspiró frustrada, acercándose al conjunto residencial de apartamentos. Phoebe le recomendó que se calmara y se concentrara en el presente. Scarlett le agradeció antes de colgar.

Pasó por la cabina de vigilancia y tuvo que entregar su ID para ser autorizada. Le dieron la dirección y avanzó. Estacionó el Chevy en un lugar para visitantes y corrió a toda prisa al primer edificio. Durante el viaje, se preparó mentalmente para lo que venía.

Cuando llegó al octavo piso, ya temblaba de anticipación. Hace años que no veía a Krause Stein, por suerte. Aunque había mala sangre entre ellos, ¿cómo luciría ahora? ¿Se sorprendería al ver su aspecto? ¿Se casó? ¿Tenía hijos? ¿Quizás hasta tuvo nietos? ¿No era más joven que Thomas o más viejo? No, era más joven, y un engreído natural.

Las preguntas llovieron sin cesar mientras tocaba el timbre.

Respiró hondo. ¿Krause la hubiera reconocido en otras circunstancias? Seguro ni se acordaba del color de su cabello.

Scarlett sí lo hubiera reconocido en cualquier parte. En un primer vistazo habría sabido que era él. No era como si pudiera olvidar...

La puerta se abrió cuando la rubia estaba a punto de reír y su sonrisa se congeló.

—Ay, no —exclamó.

Lo primero que notó fue lo alto que era, su cuerpo ejercitado a nivel militar podría derribar una puerta, aunque justo ahora ocupaba todo el marco de esta puerta sin hacer ningún esfuerzo, mientras se cernía sobre su pequeña figura. Lo segundo fue que sus ojos azules eran un mar oscuro y profundo, y la miraban con la misma cantidad de sorpresa que ella experimentaba. Scarlett se dio cuenta de que jamás lo hubiera podido reconocer en otro lugar, ya que no lo reconoció antes en el tribunal, cuando tropezó con él y.… y...

Carajo, carajo, carajo.

Lo llamó anciano, fósil, y fue terriblemente maleducada. ¡Lo mandó a cerrar la boca!

Krause Stein ya sabía quién era, por la forma en que frunció el entrecejo y enderezó los hombros, haciéndose mucho más grande e intimidante.

Scarlett abrió y cerró la boca varias veces, alzando un dedo mientras intentaba hablar.

—Y-Yo- puedo explicar-

La puerta se cerró de golpe en su cara atónita.

"¡No, no, no!"

Golpeó incansables veces la madera con su pequeño puño, suplicándole al de arriba que le hiciera el milagro. Odiaba al tipo, pero amaba el dinero, ¡el dinero!

—¿Señor? ¿Coronel Stein? Por favor, ábreme y tengamos una conversación civilizada. Sé que comenzamos con el pie izquierdo, pero quién no lo ha hecho. ¡Hay gente medio imbécil! —Exhaló algunas palabrotas en voz baja antes de volver a hablarle a la puerta que se mantuvo firmemente cerrada—. Okey, eso no sonó nada bien, aunque usted seguro entiende mi punto. ¿Verdad? Vamos, dígame que sigue allí y no estoy hablando con el aire.

Silencio.

Ni mosca se oyó al otro lado.

Bajó el puño y su frente golpeó suavemente la madera. ¿Por qué tuvo que insultarlo a él, precisamente a él? De todas las personas que le gritaron ese día en el tribunal, por qué le gritó a Krause Stein.

«No te hagas, lo hiciste porque te pareció sexy y eso te enfadó mucho» una vocecita canturreó en el fondo de su cabeza y la hizo gruñir.

Pero ahora le enfadó el doble saber de quién se trataba.

Le echó un vistazo a la pantalla de su viejo celular. ¿Qué iba a hacer? Se apoyó de espaldas en la puerta y se deslizó lentamente hasta caer sentada en el piso. Con un suspiro exasperado, se quedó allí, buscando en su teléfono alguna canción adecuada para este momento bochornoso. Debería irse, subir al elevador y empezar a buscar en otro lado. ¿Un restaurante? ¿Una cafetería?

«Puedo bailar en el tubo de un club, total, ya no tengo marido que me reclame y ganaría buen efectivo»

Sin embargo, no se movió. Quizás era terca. Después de todo, la terquedad fue lo que la hizo cometer un sinfín de locuras por Patrick, aunque pintara muy mal para el final.

Quince minutos más tarde, la rubia tarareaba la música. Observó el techo y no vio ni una telaraña. Miró el ascensor y se mordió el labio con enojo. ¿Ya era momento de rendirse? ¿Ir por el strip club y el tubo resbaladizo? Nadie se enteraría.

En ese preciso instante, sintió que su espalda caía para atrás. Recuperó el equilibrio a tiempo, sentándose recta. Se arrastró hacia atrás, miró hacia arriba y confirmó que la puerta había sido abierta por la misma persona que la cerró.

Si el coronel Krause era intimidante mientras estaba de pie, ahora que ella parecía un cachorro abandonado a sus pies, a merced de su piedad, pues comprendió lo que significaban las palabras «soldado» y «veterano».

Stein la miró con la barbilla en alto, una mirada crítica en su rostro de facciones duras y cinceladas.

—Con que todavía sigues aquí.

—Señor, sí señor.

Krause alzó una ceja y ella se mordió el labio, odiando las malas costumbres.

Antes de que ella pudiera reírse de sus propias burlas, Stein retrocedió y se dio la vuelta.

—¿Acaso es una invitación o quiere que cierre la puerta por usted? —le preguntó Scarlett, molesta y confundida.

Stein frenó y, sin girarse, le ordenó: —Ya levántate de allí y entra.

No perdió ni un segundo hizo lo que le dijo, tropezando un poco por la prisa. Apenas contuvo un chillido. Sus ruidosas torpezas atrajeron la atención de Krause. Evitó fruncir el ceño y respiró hondo, entrando al apartamento.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo