La limusina negra donde viajaban Donovan y Rosalind… se detuvo frente a la entrada.

El chófer bajó con rapidez, rodeó el vehículo y abrió la puerta con un movimiento preciso.

—Estamos aquí, señor —anunció con respeto.

Donovan descendió primero, con esa elegancia natural que lo caractizaba. Llevaba un traje negro perfectamente entallado, corbata plateada, y una gabardina negra larga que caía con suavidad hasta sus rodillas.

Se giró de inmediato hacia la puerta, extendiendo la mano.

—Con cuidado… —murmuró en voz baja.

Rosalind tomó su mano y bajó despacio, sintiendo el ligero frío de París rozarle el rostro. Su vestido plateado brillaba con destellos sutiles bajo la luz de los faroles, el escote era discreto, elegante, lo justo para insinuar sin exagerar. La tela abrazaba sus curvas con buen gusto, su cabello rubio caía suelto en ondas largas hasta la cintura, moviéndose con cada paso que ella daba.

El corazón de esa mujer latía un poco más rápido de lo normal.

"Tranquila… res