Donovan respiró hondo, su pecho subiendo y bajando con un ritmo contenido mientras se acercaba despacio a ella.
—Por eso vamos a Francia —explicó, cada palabra llena de calma forzada—. Para encontrar otra solución. Para renegociar el acuerdo, ofrecer alternativas. No pienso aceptar un compromiso matrimonial para nuestro hijo. No pienso someter a nuestro bebé a eso. Te lo prometo.
Rosalind se detuvo. Sus pasos se congelaron a mitad de la habitación, como si sus pies se hundieran en el suelo.
Lo miró.
Esos ojos azules, tan hermosos como frágiles, reflejaban una mezcla de incredulidad, miedo y esperanza. La tensión seguía ahí, clavada en sus hombros, en la manera en que sus dedos apretaban la tela de su vestido, en su respiración irregular que subía y bajaba como si llevara un peso invisible.
—Donovan… —murmuró ella, bajando un poco la cabeza— quiero preguntarte algo… y necesito que seas honesto conmigo.
Él se quedó quieto, ni siquiera parpadeó, solo asintió una vez.
—Dim