La noche era densa, húmeda, y el aire se sentía más pesado de lo normal. Valeria permanecía en su departamento, sentada en el borde de la cama, mirando la nada. El teléfono vibraba una y otra vez con llamadas de Gabriel, pero no tenía fuerzas para contestar. Cada vez que la pantalla brillaba con su nombre, su pecho se apretaba aún más.
En medio de ese silencio, otro mensaje apareció en la pantalla. Uno inesperado.
Alexandre:
“Escuché lo que pasó hoy. Nunca te imaginé soportando humillaciones así… ¿De verdad crees que él entiende lo que necesitas?”
Valeria lo miró con el ceño fruncido. No quería contestar. No debía contestar. Y sin embargo, sus dedos temblaron encima de la pantalla.
—No… —murmuró, dejándolo a un lado.
Pero al cabo de unos minutos, la curiosidad y la rabia mezcladas fueron más fuertes.
Valeria:
“No entiendes nada. No fue tu asunto.”
La respuesta de Alexandre no tardó.
Alexandre:
“Al contrario. Siempre ha sido mi asunto. Yo te conozco mejor que nadie, Valeria. Sé cómo od