El hotel había quedado atrás, pero en el corazón de Alexandre solo quedaba fuego. Había visto cómo Gabriel lo enfrentaba con pruebas, cómo Valeria le hablaba con un valor que nunca imaginó, y cómo su imperio se tambaleaba frente a los inversionistas que antes lo reverenciaban.
En el ascensor vacío, su reflejo en el espejo lo observaba con burla. Sentía el traje como una armadura pesada, inútil contra el golpe que había recibido.
—No voy a perder —murmuró para sí, con los dientes apretados.
Sacó su teléfono y marcó un número oculto. La llamada tardó en responder, pero cuando lo hizo, una voz ronca contestó:
—¿Alexandre? Hace años que no recurrías a mí.
—Necesito tu ayuda —respondió él, con frialdad—. Tengo un par de ratas que se creen héroes, y quiero que aprendan lo que significa desafiarme.
Un silencio pesado cruzó la línea. Luego, la voz replicó con un tono casi divertido:
—Sabía que tarde o temprano volverías a la oscuridad. Dime dónde y cuándo.
Alexandre sonrió, aunque su corazón