CAPITULO 38
La habitación comenzó a girar lentamente, como si la gravedad misma hubiera dejado de funcionar. Los muros parecían derretirse, transformándose en una mezcla de sombras y luz distorsionada. Valeria intentó aferrarse a algo, pero las paredes ya no eran sólidas; todo era un vacío suspendido en el aire.

La mujer de la mansión, con sus ojos desorbitados, dio un paso hacia adelante, sus manos temblando, pero Valeria no podía escucharla. La atmósfera estaba cargada de un zumbido bajo, como si algo gigantesco estuviera despertando en el fondo, haciendo crujir las estructuras del lugar. El portal ya no era una abstracción. Estaba aquí, y ya no solo era un libro o una puerta cerrada, sino un abismo que comenzaba a arrastrarlo todo.

Alexandre, pálido y distorsionado, se desvaneció en la niebla que ahora llenaba el cuarto. Su grito se convirtió en un eco lejano, como si la realidad misma estuviera desintegrándose. En su lugar, Valeria sintió una presencia imponente, una energía ajena, algo mucho
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