El río rugía con violencia.
La neblina se tragaba todo.
Pero Alexandre solo veía una cosa:
El cuerpo de Valeria hundiéndose.
—¡VALERIA! —gritó con una voz que no parecía la suya.
Corrió por la orilla, saltando entre piedras mojadas, resbalando, lastimándose las manos, pero sin detenerse.
Los hombres detrás de él lo seguían a distancia, confundidos, asustados, sin atreverse a tocarlo de nuevo.
—¡Se la lleva la corriente, jefe! ¡Es imposible—!
Alexandre ya no escuchaba.
Cuando la vio hundirse por segunda vez, tomó una decisión sin pensarlo.
Se lanzó al agua.
El frío lo golpeó como un cuchillo.
La corriente lo arrastró inmediatamente, haciéndolo girar y tragar agua.
Pero él no luchaba por salvarse.
Luchaba por alcanzarla.
—¡VALERIAAA! —jadeó, buscando entre las olas.
Una sombra oscura bajo el agua.
Un cabello negro flotando.
Ahí estaba.
Extendió el brazo, los dedos rozando apenas su blusa mientras la corriente se la llevaba más y más abajo.
—¡NO! —rugió bajo el agua, pateando con fuerza.