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El aire de la madrugada estaba cargado de humedad y peligro.

El bosque parecía contener la respiración.

Ian se movía entre los árboles con la mirada alerta, los sentidos agudos como los de un depredador acorralado. Jordan iba detrás, cubriéndole la espalda, mientras Ciel caminaba en medio de ambos, envuelta en una capa que apenas lograba ocultar el temblor de su cuerpo.

De repente, el crujido de una rama los hizo detenerse. Ian levantó la mano, pidiendo silencio.

Ninguno se movió.

El sonido volvió, más cerca esta vez. Luego otro… y otro.

Eran pasos. Muchos.

—Nos encontraron —susurró Jordan, con los dientes apretados.

Ian la miró de reojo, su voz baja y controlada.

—Ciel, escúchame bien. Cuando te diga que corras, lo haces. No mires atrás. No te detengas. ¿Entendiste?

Ella asintió, aunque su mirada ya reflejaba el pánico que le crecía en el pecho.

Una ráfaga de aire gélido barrió las ramas y entonces lo escucharon: el chasquido metálico de un seguro.

Una flecha silbó y se clavó a centí
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