Después de regresar, salí a buscar inspiración para mis cuadros, abrí exposiciones y me reuní con mis compañeros de estudio para discutir sobre las obras de arte, como de costumbre.
Pero detrás de mí siempre había alguien que me seguía a una distancia prudencial.
No me molestaba activamente, pero tampoco se alejaba y con el tiempo, me comenzó a irritar.
Mateo fue a verme.
—Parece que tienes un problema. ¿Necesitas ayuda?
El primer día que Francisco vio a Mateo, se acercó rápidamente con los ojos enrojecidos.
—Ana, ¿quién es él? ¿Cómo puedes dejar que alguien se te acerque? ¿De verdad ya no me quieres?
Sus ojos estaban enrojecidos y le dolía tanto el corazón como si lo estuvieran clavando con agujas.
Un segundo antes de que él me tocara, Mateo me puso detrás de él y nos separó.
—¡Lárgate!
Francisco lo miró con frialdad y apretó los puños con fuerza, como si en el siguiente instante le fuera a dar a Mateo un puñetazo en la cara.
Acaricié la espalda de Mateo para tranquilizarlo y salí de